A finales de noviembre el régimen de Maduro y la Plataforma Unitaria opositora firmaron un acuerdo humanitario en México, al mismo tiempo que la Casa Blanca anunciaba un relajamiento de su política de sanciones permitiendo a la petrolera estadounidense Chevron importar crudo venezolano a Estados Unidos bajo ciertas condiciones y restricciones.
En estos anuncios algunos analistas ven un paso importante que podría llevar a otros avances como reformas institucionales que abran paso a unas elecciones libres. Por eso piden a las diferentes facciones de la oposición que se unan en respaldo a esta nueva ronda de negociaciones.
¿Puede ser este el inicio de un proceso de transición? Cuéntenme entre los escépticos. Así la oposición haga todo bien, las posibilidades de éxito son muy bajas —más bajas que hace tres años, cuando Maduro estaba en una situación más inestable y tenía más incentivos para negociar. Y la traba sigue siendo la misma: el éxito de las negociaciones depende de que los jerarcas del chavismo tomen decisiones que pongan bajo riesgo no solo su permanencia en el poder sino su propia supervivencia personal. El éxito depende de que en su retorcido universo moral el chavismo actúe irracionalmente.
Para entender esto hay que hacer un esfuerzo de imaginación y colocarse en la posición del alto gobierno.
En las negociaciones la oposición no solo busca un acuerdo humanitario o la liberación de presos políticos, también que la dictadura permita unas elecciones presidenciales libres. Con «libres» me refiero a que sean lo suficientemente justas para que la oposición tenga una opción real de competir, ganar y asumir el poder.
El problema es que si hay elecciones libres el chavismo puede perderlas. Y para la dictadura de Maduro ceder el poder conlleva riesgos demasiado altos. No solo se trata de perder el poder, se trata de vivir el resto de la vida bajo la amenaza constante de ir preso en Venezuela o Estados Unidos, o tener que exiliarse en Cuba, Rusia o Irán.
Póngase en los zapatos de los miembros del alto Gobierno. La Corte Penal Internacional abrió una investigación sobre posibles crímenes de lesa humanidad cometidos por la dictadura. Estados Unidos ofrece millones de dólares por información que lleve a la detención de Maduro y Tareck el Aissami. Muchos otros altos funcionarios chavistas también están metidos en líos con la justicia estadounidense, acusados de narcotráfico, lavado de dinero y otros crímenes. Para este grupo no hay vida posible fuera del poder.
Algunos promotores de las negociaciones dicen que Maduro busca legitimidad y quiere desesperadamente que levanten las sanciones a Pdvsa. Pero el levantamiento de sanciones o la legitimidad no valen nada si el precio es perder el poder y confrontar el riesgo de pasar el resto de la vida en una prisión de alta seguridad en Estados Unidos.
En resumen, no hay nada que se le pueda ofrecer al chavismo que sea mejor que su situación actual y por eso es muy probable que las negociaciones fracasen como han fracasado las últimas cinco, a menos que la oposición esté dispuesta a participar en unas elecciones que no tiene chance de ganar.
En las últimas semanas hemos visto señales de que la dictadura no se toma en serio las negociaciones. Maduro dijo —y luego Diosdado Cabello repitió— que solo habrían elecciones libres si Estados Unidos levanta las sanciones. También inició un diálogo paralelo con la Alianza Democrática para restar autoridad a la Plataforma Unitaria en la mesa de negociaciones. Se ha negado a poner fecha a una reunión acordada para diciembre para abordar el tema de las garantías electorales. A Maduro no pareciera interesarle siquiera aparentar buena voluntad.
A los escépticos de las negociaciones se les confronta siempre con una pregunta. ¿Cuál es la alternativa a la negociación? Considerando que estamos en un limbo y que la oposición lleva tiempo estancada en una estrategia que no da resultados, ¿qué se puede hacer además de negociar? ¿No hay que hacer cualquier cosa para destrabar el juego?
Estas preguntas son válidas pero se tienen que contrastar con otra preguntas. ¿Qué va a pasar si el chavismo no cede en las negociaciones, como es probable que ocurra? Si participamos en una pantomima electoral y el chavismo «triunfa», ¿qué vamos a hacer? ¿Cantar de nuevo fraude e iniciar otra ronda de negociaciones para volver al inicio de un cuento de nunca acabar?
Hacerse estas preguntas es importante porque nos recuerdan una lección ya aprendida que muchos parecieran haber olvidado. Para participar en las elecciones la oposición debe exigir un mínimo de condiciones. No tiene sentido ir a elecciones si la falta de condiciones garantiza un triunfo del chavismo. Quien piense que exigir esto es cerrar la puerta a una difícil pero posible salida electoral debe pensar que la alternativa es un triunfo inevitable del gobierno que dejará a la oposición en una posición mucho peor a la que se encuentra ahora. A menos que nuestro objetivo sea simplemente cohabitar con una dictadura en un rol de súbditos.
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