A solo ocho años de cumplirse dos siglos de la proclama que Simón Bolívar, más que en duda, en su seguridad absoluta de la llegada de su hora de despedirse físicamente de este mundo al que creemos conocer, expresó con solemne claridad el anhelo de unión entre los que debían forjar los lazos de las excolonias liberadas bajo su regia espada: para la libertad, para el desarrollo humano y de instituciones de una vida civilizada y en progreso constante.
La terrible realidad de la actual historia de miseria y decadencia nacional, bajo la tiranía y burla de la opulencia de unos muy pocos saqueadores de la nación, nos grita otra comprometedora frase patriótica: “Gloria al bravo pueblo que el yugo lanzó…”
Dicha actual historia, que se está escribiendo, día a día, y que en medio de la más macabra pesadilla de devastación nos arroja una suerte de desintegración del país que intentábamos ser, nos muestra nuestra Venezuela postrada en la cama moribunda, como Bolívar, en el cadáver de República que nos dejan como legado los que se dicen ser “bolivarianos”.
En todos los órdenes, a nuestro pueblo, que no puede ya más con tanta hambre y dolor de ver morir de mengua a sus seres amados, o por la represión carcelaria a buenos hombres de la nación realmente bolivariana que quieren defender y exigir liberarnos de torturas, de prisioneros, de una guerra sin sentido en contra del propio pueblo al que se le traiciona, en alineamientos externos con su real director del sistema: el narcorrégimen castrista.
Muchos de nosotros, nacidos en democracia después del 23 de enero de 1958, entendimos como muy buena la carta de navegación de las reformas que se intentaban luego de que la Comisión para la Reforma del Estado, Copre, entregase al país en diciembre de 1988, a finales del ejercicio presidencial de Lusinchi 1984-1988. Se intentaba profundizar la democracia con la implementación de la elección directa de gobernadores y alcaldes por parte del pueblo. El presidente Pérez lideró impecablemente ese proceso. Habían transcurrido treinta años de esfuerzo democrático y se iniciaban tales cambios.
Hoy, cuando han pasado veinte años de nosotros haber exigido y conseguido la renuncia chavista, “la cual aceptó” según su ministro de la Defensa, Lucas Rincón, no olvidamos nuestro ingreso al Panteón Nacional como integrantes de la sociedad civil que decidimos liderar para lograr dicho ingreso, a cualquier precio, al sagrado lugar e iniciar con las primeras palabras de quien les comparte este artículo, el juramento de que no desmayaremos hasta lograr “reunir” a nuestra nación, como legítimos hijos todos de aquella gesta de uno de los más grandes entre los grandes hombres que ha nacido a la inmortalidad.
Construir un nuevo camino de libertad “al andar” para nuestro pueblo, sediento de la posibilidad, aún muy incierta de respeto al diálogo iniciado para buscar alivio a tantos agravios y heridas. Soluciones como la consulta presidencial y muchas otras, con apego a su soberanía popular.
Entre los partidos que dicen representarnos, como opuestos al estado de putrefactos fluidos que se fueron infiltrando inicialmente a la democracia representativa, y estos que ahora saciado el lujurioso apetito de poder y de riqueza de unos pocos mediante la traición política que han terminado por romper los muros, dejándonos un boquete por donde se mueven a la vista de todos “las cloacas abiertas de América Latina”.
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