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«Tiemblo cada vez que me abrazan» (para una confesión en voz baja)

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Por CARMEN VERDE AROCHA

Si pensamos con Stefan Zweig (1881-1942) que «De todos los misterios del universo, ninguno más profundo que el de la creación» (1), sin duda, dentro de ese misterio, la poesía de Juan Sánchez Peláez (1922-2003) tiene un lugar privilegiado. Inicia su viaje poético en 1951 con Elena y los elementos, pero es a partir de su segundo libro, Animal de costumbre (1959), que el poeta se apropia de una poesía de tradición solar, heredera de una devoción al fuego, al asombro, a las palabras claves, y de una oscura-luz, belleza-femenina que perturbó su verbo y lo acompañó hasta su último libro, Aire sobre el Aire: «Yo no soy hombre ni mujer/ yo solo tengo resplandor propio/cuando no pierdo el curso del río/ cuando no pierdo su verdadero sol» (2).

Sánchez Peláez no fue seducido, definitivamente, por una estética o corriente particular, aunque se puedan rastrear en sus imágenes, la influencia de la poesía moderna, de la belleza grecolatina, o de la obstinación surrealista que compartió con el grupo Mandrágora. Sus versos, quizás también, fueron sorprendidos por la estética de dos amigos muy cercanos, los pintores venezolanos Mario Abreu y Francisco Hung (3).  Lo dicho es transversal para el resto de su obra: Filiación oscura (1966), Lo huidizo y lo permanente (1969), Rasgos comunes (1975), Por cual causa o nostalgia (1981), Aire sobre el Aire (1989).

En 1959, publica Animal de costumbre. Lo compactan veintiséis poemas, con ilustraciones de Mateo Manaure (1926- 2018), editado por la editorial Suma en Caracas. Guillermo Sucre escribió en la revista Sardio: «Animal de costumbre —título significativo y simbólico, sin claves de dudosos misterios, expresión de una vivencia muy humana y actual… posee e irradia los signos de una poesía existencial, muy poco patética o evanescente, más bien directa e imperiosa, acaso desacostumbrada en nuestro medio literario no sólo por la técnica sorpresiva del verso o de las imágenes, sino también por el inquietante y complejo fondo psicológico que la nutre» (4).

Su poesía no pertenece a un orden interpretativo, ni a un mandato, sino ala tierra «La tierra es una azucena mordida en vísperas/ de un viaje». A su infancia: «Me empeño en descifrar este enigma de la infancia». A ese hombre-animal de costumbre, clandestino, humillado, arrojado a un tiempo extranjero, que conversa con otro, pero con el terror de reconocerse a sí mismo: «Siempre me siento extraño». Él que recibió de su padre los dones de la tierra: «Mi padre partió una tarde a España./Antes de partir me dijo:/ Hijo mío sigue la vía recta,/Tú tienes títulos./ En esta época tan cruel/No padecerás.» Sin dejar atrás la invocación de la madre: «Y ella mi madre,/ Podía huir/ hacia esa gran isla de las alturas/ Misteriosamente protegida.»  El nacimiento, la llegada al mundo como la continuidad de algo: «Mi partida de nacimiento con las inscripciones dúctiles/Del otro reino.» La belleza que turba: «belleza es la muerte segura». Su verbo premonitorio: «Después, uno sabe a lo que ha de venir y lo ignora». Y por supuesto, el erotismo, enigma que lo cuidó de la ebriedad del Verbo: «Voy hacia la clara imagen, con mi deseo».

Me reconozco en esta poesía, en su hallazgo luminoso y trémulo, en el erotismo que exalta su espiritualidad. Mi escritura ha encontrado en los versos de Sánchez Peláez una heredad: por un lado, en ese «inquietante y complejo fondo psicológico que la nutre» al cual alude Guillermo Sucre, y por el otro lado, al pudor de sus imágenes para hablar de cosas tan dolorosas: «Quienes nos observan deberían amarnos, y ser menos esquivos a nuestros boscajes quemados por racimos de hielos». Sus versos invitan a una lectura libre. Nos apropiamos de ellos, sin esa compasión que puede sentirse por el otro. Un día escribí: «He recibido orejas y miedos/ En una tarde calurosa como ala de cuervo/he soñado mi espanto» (5); pero Juan, décadas atrás, presintiéndome, parecía responder: «He recibido medios lícitos y orejas/ De aquellos a quienes nada podía dar» (6).

Leí por vez primera a Sánchez Peláez al final de mi adolescencia, en los años ochenta. Un regalo de mi madre. Animal de costumbre fue una lectura entrañable y luego toda su poesía. Escribí al cobijo de sus imágenes y de su desamparo. Guardé este secreto por años, hasta que Miguel Gomes discretamente mencionó hace poco mi filiación con la obra de este poeta (7).

A fe cierta, no podría nombrar quiénes de mi generación han sido influenciados por la poesía de Sánchez Peláez. Pero sí creo recordar que en los noventa, los novísimos de entonces, fuimos testigos de su voz ronca y quieta, de su miedo huidizo y cercado por la muerte, de su palabra solar, y de esa manera pausada y temblorosa de leer.

Durante la Semana Internacional de la Poesía (8), en la cual fue homenajeado, leyó junto a dos grandes poetas, Blanca Varela y Saúl Yurkievich. Octavio Armand, refiriéndose a Juan, después de escucharlo, dijo: «Qué vejez tan honorable». Esa es la belleza del arte, que a decir de Campbell  es «aquella que realza el sentido de la vida» (8).

La poesía de Sánchez Peláez estremece. Su sufrimiento no tiene concesiones, tampoco su belleza y su luz.


Notas

1 Stefan Zweig, «El misterio de la creación artística», Buenos Aires,1938. https://allaboutrousseau.files.wordpress.com/2015/10/zweig_stefan_el-misterio-de-la-creacic3b3n-artc3adstica.pdf

2 Sánchez Peláez Juan, Aire sobre el Aire en Poesía (Caracas: Monte Ávila Editores, 1993). Todos los versos del poeta en este artículo son citados de este libro.

3 Esta idea es de un trabajo más extenso que estoy escribiendo sobre esa relación de poesía y pintura que se da entre juan Sánchez Peláez y la obra de Abreu y Hung.

4 Guillermo Sucre, revista Sardio, nº 5-6, Caracas, enero-abril de 1959, 411-412.

5 Verde Arocha, Carmen, Cuira(Caracas: Editorial Eclepsidra, 1997), 16.

6 Sánchez Peláez, Animal de costumbre, 71.

7 Gomes, Miguel, «Carmen Verde Arocha: Poesía y rito», en Papel Literario. El Nacional, Caracas, 25 de septiembre de 2022. https://drive.google.com/file/d/18rZ8XBB-JUqh91a1luAMf_k7VbRlctqL/view

8 Organizada y producida por la Casa de la Poesía Pérez Bonalde en Caracas, durante la década de los noventa.

9 Campbell, Joseph,  Las extensiones interiores del espacio interior, (España: Ediciones Atalanta, S.L., 2013), 155.

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