Una de las escenas más fascinantes de la propaganda soviética en la Segunda Guerra Mundial es el cierre de pinzas sobre Stalingrado el 23 de noviembre de 1942, a tan solo cuatro días de haber comenzado la contraofensiva conocida como “Operación Urano”. De niño vi las imágenes gracias al noveno episodio (“Stalingrado, junio 1942-febrero 1943”) que le dedica la serie documental británica World at war (Jeremy Isaacs, 1973-74) a la mayor batalla de la historia de la humanidad. El ataque fue tan rápido que cuando los dos ejércitos se encontraron no se filmó el momento, de modo que se les pidió repetirlo y podemos ver entonces en cámara lenta cómo los soldados se abrazan emocionados ¡y sin duda debió serlo! Después de tantas derrotas, los rusos por primera vez habían doblegado al más importante ejército alemán, el mismo que había conquistado París en el verano de 1941 y ahora lo tenían encerrado en la ciudad que llevaba el nombre de su máximo líder. Se inicia un sitio de más de dos meses y la lucha por parte de la Wehrmacht para mantener la resistencia y romper el “kessel” (el caldero cómo se le llamaba en alemán). Todo ello en medio del más fuerte invierno.
En nuestras anteriores entregas sobre la Batalla de Stalingrado (23 de agosto de 1942 al 3 de febrero de 1943) explicamos que esta se enmarcaba en la gran ofensiva alemana de verano conocida como “Operación Azul”, la cual tenía como meta la toma de los campos petroleros del Cáucaso. Pero Adolf Hitler se empeñó en la captura de la ciudad y nunca cedió a pesar de las advertencias que se le hicieron, porque una cosa era el objetivo estratégico de cortar el tráfico en el Volga y otra enterrar el VI Ejército en una guerra que se daba casa por casa en lo más alejado de las rutas de abastecimiento. La Blitzkrieg tenía su ventaja en agrupar el poder de todas las fuerzas armadas en la llamada “punta de lanza”, rompiendo las defensas del enemigo al sorprenderlo con la velocidad de los tanques apoyados por la aviación y la artillería. En Stalingrado se paralizó esta velocidad porque la urbe no es el lugar para la acción eficaz de los Panzer.
El mejor general soviético: Gueorgui Zhukov, había aprendido que los flancos de este tipo de guerra tienden a debilitarse, a lo que se agrega que se había dejado en el flanco norte a soldados menos experimentados (o sin moral de guerra) con poca artillería y tanques. Nos referimos los aliados húngaros, rumanos e italianos. La tendencia historiográfica ha tendido a explicar el triunfo de la contraofensiva, no solo a que la misma se mantuvo en secreto (aunque hay informes de la Wehrmacht que advertían de la misma a pocos días de su inicio), sino especialmente a que los aliados del Tercer Reich no resistieron. Esta perspectiva ya era aceptada por los propios alemanes a tan solo un mes de los hechos, tal como afirma el ministro de Relaciones Exteriores de Italia: el conde Galeazzo Ciano: “Al llegar (al cuartel general de Hitler) no se nos ocultó el malestar producido por las noticias de la derrota en el frente ruso. Había la clara tendencia a atribuirnos la culpa a nosotros” (18 de diciembre de 1942, Diario).
La otra explicación de la derrota en Stalingrado fue la confianza que tuvo Hitler y parte del Alto Mando en la posibilidad de mantener el VI Ejército abastecido por la Luftwaffe, hasta que fuera rescatado o se pudiera restablecer la línea del frente. Esta interpretación es explicada en un libro que he citado muchas veces, no solo por ser un clásico sino porque lo leí con gran pasión en mi adolescencia: Cajus Bekker, 1962, La Luftwaffe; en sus capítulos “28. El puente aéreo sobre Demjansk” y “29. Stalingrado. Un ejército traicionado”. Y para gran satisfacción este año del 2022 ha sido publicada por la editorial Osprey un nuevo texto sobre este tema: Robert Forsyth, To Save An Army. The Stalingrad Airlift. En el primero se relata el éxito que se tuvo en mantener por más de 2 meses a 100.000 soldados que fueron rodeados en febrero de 1942 en Demjansk en el norte. Pero la situación era muy diferente, porque la aviación del Tercer Reich estaba concentrada en Rusia a principios del año y ahora buena parte estaba apoyando al Eje en el Norte de África. Y lo más importante: el clima y la cantidad de suministros necesarios. En el primer caso era casi primavera y solo era 250 toneladas diarias, ahora en el segundo era invierno, el triple de soldados y se requería el doble de recursos.
En muchos textos se habla que la promesa del abastecimiento fue realizada por la máxima autoridad de la Luftwaffe: el mariscal Herman Goering, pero Cajus Bekker señala que no hay prueba de ello en ningún diario o informe salvo un testimonio (general Bruno Loerzer) que supuestamente escuchó la conversación con el Führer. Al contrario, sí existen varias fuentes del rechazo de los más importantes generales de la Fuerza Aérea. La responsabilidad queda finalmente en Hitler, que pidió lo imposible a sus pilotos, olvidando que en Demjansk -en condiciones mucho más favorables- las pérdidas de aviones fueron muy altas. La realidad es que el porcentaje de recursos enviados a diario no pasó del 30%, el hambre y la falta de municiones serían más efectivos que la reducción del cerco por parte de los rusos.
Antes que esta tragedia ocurriera, el máximo comandante del VI Ejército, el general Friedrich Paulus, era consciente de esta posibilidad. Por esta razón solicitó, apenas se cerraron las pinzas, escapar de Stalingrado intentando romper el sitio cuando todavía era débil. La respuesta del Führer fue simple: “No”. Una y otra vez se le insistió de diversas formas y no cedía, lo único que quedaba era el rescate a través del reagrupamiento de tanques y soldados bajo uno de los mejores estrategas: el mariscal Erich von Manstein con los tanques del coronel general Hermann Hoth. La próxima semana hablaremos de ello y cómo se vivieron las cuartas navidades en la Segunda Guerra Mundial.
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