Al analizar las noticias de guerras, patrocinadas desde las medias masas con más fuerza e intensidad que los hechos mismos a los que se repliegan grupos y otros se alejan, todo muy bien estudiado y medido por las inteligencias de los medios masivos de información; cabe la pregunta ¿por qué no invertir la ecuación, provocando en vez de opresión, esclavitud, atraso; lo contrario, un universo de libertad, responsabilidad, garantías de los derechos naturales y desarrollo?
¿Qué detiene a la humanidad de ir en búsqueda de la tan anhelada libertad en paz y fraternidad con todos? Las respuestas a esto y muchas más interrogantes subyacen en el mito de las ideologías colectivistas que traen los totalitarismos de todas las épocas y de todos los tiempos. Hacerse consciente de este poder de los totalitarismos es urgente, como en cualquier enfermedad, para que se hagan los ajustes automáticos y voluntarios en el individuo.
Dicho fenómeno se ve en la actual guerra de Ucrania se previno y se sigue observando con la pandemia, que a pesar de no ser clasificada como guerra, esta última se ha llevado más almas que el hecho más penoso y sangriento; estos efectos y causas en sí se han podido constatar en todos los escenarios naturales o sociales, provocados en todas las épocas.
Detrás de todo acontecimiento hay una intención, un hilo conductor, un plan; nada sobre la tierra es casualidad, sino que es producto de alguna causa racional o inconsciente; todo hecho natural o social se puede evitar, salvando los accidentes, el destino, también conocido como los mundos causas o leyes causas.
En ese sentido, el poder de las palabras sobre las tiranías se reproduce tanto en la idolatría antigua como en la modernidad; es decir, la humanidad sigue arrastrando las mismas cadenas colectivistas de la esclavitud, y represión, de la antropolatría e idolatría de las épocas pasadas. En otras palabras, los mismos fetiches que eclipsaron el pasado siguen reproduciéndose con semejantes símbolos e ideografías de forma global, donde se normalizan parricidios, degeneraciones humanas, holocaustos y otros crímenes de lesa humanidad, tal como estaba pronosticado por las inteligencias y visionarios del sistema.
No es casualidad, la sistematización de la modelación de la conducta humana a través de los medios masivos, para convertir al individuo en meros objetos de intereses colectivistas religiosos de un orden global absoluto; donde las potencias mundiales someten a las poblaciones a la peor ruindad, enajenación, saqueo y reconfiguración de los valores y tradiciones de cada nación; por ejemplo, el imperio rojo, fundado en la ficción del mito colectivista universal, basado en una supuesta libertad y desarrollo, trae su contraparte: la represión y esclavitud.
Lo paradójico es que la invención del colectivismo, además de ser una enfermedad del lenguaje, una quimera, propiciada desde el mito de la colectivización religiosa de la filosofía, es una trampa en la que no solo las masas (el individuo masa de la psicología) se decantan a raíz de la fuerte propaganda; sino que también las inteligencias de cada época conducidas por una imaginación errónea.
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