En algún absurdo país teocrático e islámico imagino a la mujer, victoriosa, que puede ahora montar en bicicleta. ¡Sea! Pero no puede ir a la universidad. En España surgen grupos igualmente absurdos y delirantes que, como nuevos ayatolás, en lugar de venerarlo como una gloria de la obra humana, piden que el gobierno, “sin precipitaciones pero ya sin más demoras, derribe el mayor símbolo de la represión en España: el Acueducto de Segovia y evitar así que se sigan realizando allí homenajes y celebraciones a los opresores romanos” Entre otros argumentos consideran “lamentable” que en España “siga habiendo un símbolo de la mayor represión que ha existido en nuestra Historia” y abogan por construir con sus piedras un “centro por la memoria y contra la explotación laboral”.
También en una España que busca su perdición al pretender navegar en el populismo, otro grupo irrumpe contra las reglas ortográficas establecidas por la Academia de la Lengua. Sostienen que “las reglas ortográficas son un recurso elitista para mantener al pueblo a distancia, llamarlo inculto y situarse por encima de él”.
Arturo Pérez Reverte escribe: “No fue la estupidez del concepto lo que me asombró –todos somos estúpidos de vez en cuando, o con cierta frecuencia–, sino la perfecta formulación, por escrito, de algo que hasta entonces me había pasado inadvertido: un fenómeno inquietante y muy peligroso que se produce en España en los últimos tiempos. En determinados medios, sobre todo redes sociales, empieza a identificarse el correcto uso de la lengua española con un pensamiento reaccionario; con una ideología próxima a lo que aquí llamamos derecha. A cambio, cada vez más, se alaba la incorrección ortográfica y gramatical como actividad libre, progresista, supuestamente propia de la izquierda. Según esta perversa idea, escribir mal, incluso expresarse mal, ya no es algo de lo que haya que avergonzarse. Al contrario: se disfraza de acto insumiso frente a unas reglas ortográficas o gramaticales que, al ser reglas, solo pueden ser defendidas por el inmovilismo reaccionario para salvaguardar sus privilegios, sean estos los que sean. Ello es, figúrense, muy conveniente para determinados sectores; pues cualquier desharrapado de la lengua puede así justificar sus carencias, su desidia, su rechazo a aprender; de forma que no es extraño que tantos –y de forma preocupante, muchos jóvenes– se apunten a esa coartada o pretexto. No escribo mal porque no sepa, es el argumento. Lo hago porque es más rompedor y práctico. Más moderno. ‘Las reglas ortográficas son un recurso elitista para mantener al pueblo a distancia, llamarlo inculto y situarse por encima de él”.
¿No es lo que está ocurriendo con el lenguaje y con los amigos del “proceso” bolivariano? ¿No consideraban los nazis como “arte degenerado” toda manifestación del espíritu no oficial?
Pareciera que con el populismo y las desventuras políticas todo marcha hacia atrás, hacia lo inverso y los árboles crecen hacia abajo y las raíces buscan remontarse hacia un cielo sin nubes que despeje el camino y favorezca el crecimiento; imagino que las mujeres musulmanas pueden montar bicicleta, pero no saben leer, y en Venezuela un kilo de cebollas cuesta hoy lo que me costó comprar hace cincuenta años la casa donde vivo.
La democracia venezolana es un fraude: sale a la calle montada en una bicicleta y vestida de chica demócrata, pero dentro de casa consume drogas, es perversa, autocrática y criminal. Muestra un engañoso talante permisivo al dejar que yo escriba estas crónicas, pero estrangula diariamente al periódico que las publica; llama a elecciones como prueba suprema de ejercicio democrático, pero las gana invariablemente haciendo trampas espectaculares y las raíces continúan subiendo y evitando las nubes, la mujer musulmana pedalea su bicicleta pero sin poder quitarse la burka que hace invisible la gloria de ser mujer, y los talibanes de España pretenden convertir en escombros no solo el portentoso milagro de su sintaxis sino los 2.000 años del acueducto romano de Segovia.
Vivo el desconcierto de ver la democracia venezolana convertida en Jano, aquel dios romano de las dos caras: una mira hacia el este y la otra, hacia el oeste. Una, hacia el solsticio de verano y la otra, hacia el solsticio de invierno. Hacia la espléndida y reluciente figura de la democracia participativa y hacia la tiranía más tenebrosa; el verdor de la alameda y las asperezas del cuartel; la burka, la bicicleta teocrática y el genocidio venezolano. Bajo la disociada mirada de Jano padezco una catástrofe que emerge del poder político y del narcoestado, pero cuya magnitud no puede ser abarcada por ninguna de las dos miradas del dios romano.
“¡Escribir mal es muy difícil!”, me dijo Salvador Garmendia la vez que lo vi tan abrumado escribiendo radionovelas en Radio Continente y le pregunté si necesitaba mi ayuda. Él escribía directamente sobre el esténcil, un sistema de reproducción precursor de la fotocopia:
Mamá: ¿Llegaste, Francisco?
Francisco: ¡Sí, mamá, ya llegué! (Ruido de puerta que se cierra).
Y así despachaba en una jornada treinta capítulos de la radionovela titulada, seguramente: “¡Pobre hija mía!”. Escribir mal es muy difícil. Es lo que aún no saben los desdeñosos izquierdistas que se aturden en España cuando la Real Academia les pide que escriban bien. “¡Se llevaron todo!”, dijo Carlos Fuentes al referirse a la avidez del conquistador en tierra de Indias. “¡Pero dejaron un idioma!” cuyas reglas están siendo arrojadas a la basura. A su manera, el régimen bolivariano lo está pervirtiendo cada vez que multiplica penes y trina junto a Delpino y Lamas y el comandante insepulto: “Pájaro que vas volando/ parado en tu rama verde;/ pasó el cazador, matote;/ ¡más te valiera estar duerme!”. Los jóvenes no leen libros y Cien años de soledad es una lectura que no entienden y los fatiga. Estoy por apostar por que los encumbrados cómplices bolivarianos no han ido más allá de la Gaceta Hípica y nunca han oído hablar de la Madeleine de Marcel Proust; tampoco saben de economía política, aunque sí de narcotráfico.
¡Sigo imaginando que ella pedalea su bicicleta lejos de la universidad…!
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