Cuando a inicios de noviembre el alemán Olaf Scholtz tomó sus bártulos y se fue a entrevistar con sus colegas de gobierno en Pekín, el resto de Europa no pudo ocultar su malestar. Como la pólvora corrió la especie, dentro de los analistas políticos de cada capital, de que Alemania estaba priorizando sus intereses económicos por encima de la postura geoestratégica común de la Unión. Al funcionario alemán le tocó escribir un artículo aclaratorio en el diario Frankfurter Allgemeine.
La realidad es que la guerra rusa contra Ucrania ha conseguido debilitar los cimientos sobre los que se asienta la comunidad de 27 naciones europeas. Previo a la guerra cada nación, a su manera, había debido enfrentar una hecatombe sanitaria y en todas el gasto público se había disparado y la deuda nacional se había ahondado para enfrentar las consecuencias de la pandemia. La salvaje incursión militar de Moscú terminó colocando más nubarrones en el horizonte.
Las razones sobran: crisis energética al inicio del invierno, inflación disparada, avalancha de refugiados, altibajos comerciales externos a causa de la crisis económica mundial. Las diversas maneras en que estos asuntos críticos se expresan dentro de la geografía, en la política y en la sociedad de cada uno de los socios pone a tambalear la solidaridad que ha sido la regla entre ellos.
Algunos de los países están llegando al límite de su capacidad de manejo de estas adversidades y ello es lo que explica que su política de sanciones colectivas frente a Rusia haya sido pálida, endeble y poco contundente. Y claro, la postura externa de todos y de cada uno frente agentes como China, por ejemplo –quien no es solo un rival sino además un importante socio comercial-tiende igualmente a resquebrajarse. El mundo por fuera de las fronteras europeas tampoco es el mismo de hace 4 años lo que llama a una adaptación de las políticas que emanan de cada cancillería y dentro de cada frontera nuevas estrategias de seguridad nacional comienzan a ser estudiadas.
En lo doméstico, a cada uno de los gobiernos de la Unión le ha tocado enfrentar su propia circunstancia social y económica de diferente manera lo que horada la fuerza del equipo político de gobierno que le haya tocado administrar las penurias. Los fortalecimientos políticos de partidos distintos a los que gobiernan están, por ese motivo, a la orden del día. Las paradojas abundan :¿Quién iba a imaginar antes de esta crisis que el gobierno de Pedro Sánchez en España iba a dar un paso al frente para convertir a su partido en la voz del socialismo ante los desafíos del mundo?
Un remezón de enormes proporciones está llevando a cada país en lo individual y al conjunto también a defenderse de las agresiones externas y ello está haciendo pensar a los miembros del esfuerzo europeísta en una refundación de la Unión. La Comisión, órgano técnico de Europa, ya lo había planteado a finales de 2021 y para esta hora una revisión del Pacto de Estabilidad y Crecimiento que impera entre los 27 es ya inevitable. Los dos principios básicos de este Pacto -el déficit anual de las cuentas públicas no puede superar el 3% del PIB y la deuda de los Estados tiene que estar por debajo del 60%- están ya vaciados de sentido.
Así, pues, Europa está ya al límite de sus fuerzas, pero para quienes deben velar por su futuro esta gravísima coyuntura cobra un mayor sentido a su relanzamiento. Ángel Ubide, experto en estas lides comunitarias, lo da por un hecho cuando dice que las premisas sobre las que se asentó la creación de la Comunidad Europea han dado paso a otras diferentes que justifican su refundación: el retorno al proteccionismo, los cambios en la política industrial mundial, la creciente influencia china, el ascenso de democracias iliberales y una nueva forma de regionalización.
La agresividad de Rusia y la pandemia son hechos coyunturales -claro está-, pero pusieron de bulto lo que ya se anticipaba: un mundo nuevo necesita de una Europa diferente. La actual se ha quedado corta.
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