Una pintura de su natal Caracas, Venezuela, cuelga sobre la pared principal del departamento de Mariela Hernández para recordarle todos los días la geografía de la patria que la vio nacer y de la que se tuvo que salir tras la grave crisis económica que derivó en escasez de alimentos en 2015.
Al igual que otros miles de venezolanos que huyeron de la caída de los precios del petróleo, las expropiaciones y las restricciones en el control económico tras el derrumbe de la moneda, la mujer de 39 años migró a México sin un peso, con el objetivo de empezar una nueva vida.
Con el apoyo de unos parientes mexicanos, un título de licenciada en Artes por la Universidad Central de Venezuela y el sueño de ser profesora de Arte, Mariela se despidió de su familia y llegó a México hace siete años.
El ingreso al país fue sencillo, pues la familia que la recibió ya estaba establecida legalmente en México.
Las trabas aparecieron cuando intentó conseguir su visa de permanencia. “Tuve la oportunidad de ir a un consulado y que el cónsul me otorgara un permiso de trabajo, pero me exigieron muchos requisitos que me fueron difíciles de aportar y cuotas de pago que cubrí con trabajos informales”, detalló.
“A pesar de todo, me siento bendecida porque muchos que llegan por otros medios tienen la posibilidad del visado casi nula por la falta de su documentación y el complicado proceso o entran caminando por la selva del Darién, y no viven”, indicó.
Tras conseguir el permiso para laborar, comenzó a generar ingresos con actividades fuera de su nivel profesional. Trabajó como chofer de aplicación de transporte privado, en limpieza y en Participación Ciudadana de la Ciudad de México, pintando camellones y avenidas.
“Cuento con una maestría, estas son actividades a las que yo no estaba acostumbrada, pero tenía muchas ganas de salir adelante. Avancé poco a poco, siempre pensando en que fui bendecida porque la mayoría de los que vienen caminan por un recorrido peligroso, en el que grupos armados te agreden”, narró.
Gracias a su preparación profesional y su constancia, Mariela logró conseguir un empleo como profesora de Arte en un colegio privado. También cuenta con un emprendimiento enfocado en la enseñanza de Artes Plásticas y promoción cultural.
Por su experiencia, considera que la forma más humanitaria de recibir a quienes migran es organizadamente, atendiendo a las capacidades que pueden ofrecer al país, pues darles comida o dinero es una medida paliativa.
“Gracias a mi ímpetu obtuve mi residencia”
Mitchelle Suárez tuvo la oportunidad de conseguir su visa humanitaria y residencia permanente en México a dos meses de su llegada al país, pero la lucha por sobrevivir no fue sencilla. Soportó acoso sexual, racismo y desempleo por su nacionalidad.
Desde su spa Mágica Belleza, que levantó con sus ahorros y esfuerzo, la joven de 24 años recuerda con nostalgia el día en que tomó la decisión de salir de Caracas, Venezuela. “Mi mamá me dijo que no era adivina, pero no había que ser muy inteligente para darse cuenta de que la crisis estaba por llegar”, contó.
Luego de enviar varios currículos a México, la licenciada en Oftalmología tuvo una oportunidad de empleo en una clínica en San Luis Potosí y, con apoyo de un amigo, migró a México de forma legal.
Pero la oportunidad laboral no era como se la habían planteado. Le encomendaron tareas que no le correspondían. Además, un doctor empezó a acosarla sexualmente y su esposa a hostigarla con ataques verbales racistas.
“Por mi nacionalidad me humillaban frente a los pacientes. Les molestaba que tuviera más conocimientos en oftalmología que ellos, por eso me agredían”, recordó.
“Después, el doctor empezó a acosarme sexualmente y descubrí que no era la única, porque ya había antecedentes de lo mismo con otras migrantes, así que creo que esa era su forma de operar para atraer mujeres extranjeras”.
Mitchelle solicitó orientación a la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, donde le recomendaron acudir a la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar) para iniciar con el trámite de visado por motivos humanitarios y que pudiera buscar otro empleo.
“En mi país teníamos un bloqueo económico, ya no podíamos tampoco expresarnos libremente y yo me vine con solo 350 dólares. Pensé, ¿cómo le hago?, no me quiero regresar, pero tampoco estar de ilegal acá. Inicié mi proceso de visado porque me quiero traer a mi mamá, mi hermana y mi abuela”, detalló.
Así, en menos de dos meses, en un proceso ágil, Mitchelle obtuvo su residencia permanente en México.
Ya con su documentación, trabajó como recepcionista y cajera en tiendas departamentales, con lo que pagó su especialidad en cosmética y estableció su propia clínica.
“A pesar de ser migrante se puede conseguir la forma adecuada de hacer las cosas porque yo lo viví y gracias a mi esfuerzo e ímpetu, porque no me rendí, estoy donde estoy. El trato de un país es humanitario con quienes llegan a él, si uno busca la forma de hacer las cosas bien”.
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