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Examen de conciencia

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Elías Pino Iturrieta / Vasco Szinetar©

«Nosotros, intelectuales y artistas venezolanos al saludar su visita a nuestro país, queremos expresarle públicamente nuestro respeto hacia lo que usted, como conductor fundamental de la Revolución cubana, ha logrado en favor de la dignidad de su pueblo y, en consecuencia, de toda América Latina»

          Manifiesto de bienvenida a Fidel Castro [febrero de 1989]

 

En días recientes, el historiador y periodista Jesús Piñero, asiduo contribuyente de publicaciones digitales como El Estímulo, La Gran Aldea y Prodavinci, promocionaba a través de sus redes sociales su libro más reciente, Miradas reversas. Un dechado de breves entrevistas a personajes que —con la excepción de Rafael Arráiz Lucca y Margarita López Maya— fueron, o son porque aún viven, individuos de número de la Academia Venezolana de la Historia.

Quisiera resaltar, primero, la natural esencia del libro, su calidad como obra profesional. Pongámoslo de este modo: si la entrevista es un género periodístico y el periodismo una profesión respetable, entonces nos encontramos ante un problema muy grave. Porque nuestro escritor, que tiene dos títulos universitarios, un diploma de honor y un galardón literario, tiene también una nula, y en ocasiones inexistente, voluntad crítica. Y digo voluntad con cada una de sus letras, pues no creo que se trate de un asunto de capacidad o de talento. No. El señor Piñero eligió suprimir toda iniciativa crítica, a mi modo de ver imprescindible en cualquier comunicador serio, en favor de una sucesión de diálogos inofensivos, de fácil digestión, que poco y nada suman al debate que debería plantearse en el seno de nuestras academias: el del compromiso intelectual ante la historia.

Por ejemplo, en ningún momento se les pregunta a figuras como Elías Pino, Inés Quintero o Germán Carrera Damas sobre su papel, activo o pasivo, en la gestación de esta Venezuela que hoy vemos trajeada de escombros y de cenizas. Nunca se les atribuye complicidad, enemistad o siquiera indiferencia, ni se les conmina a responsabilizarse por las faltas, los desaciertos o los males cometidos. Tampoco hay mensaje alguno para los jóvenes pensadores de hoy y de mañana, esos que deben hacer frente al país que se avecina, dentro o fuera del territorio. ¡Qué va! El libro es una tertulia entre amigos, un club de camaradas con todas las ventajas del espacio seguro más bien propio de una sesión de terapia cognitivo-conductual. Ahora, en cuanto al muy literario género de la excusa, pues de eso sí es posible encontrar más de un ejemplo descollante en esta obra. Veamos por ejemplo la respuesta del doctor Elías Pino Iturrieta ante su imperecedera condición de “abajofirmante”. Una auténtica perla del cinismo nacional:

«El que no evoluciona es un idiota. Tú puedes pensar una cosa hoy y otra mañana. Hoy puedes ser adeco y mañana puedes ser trotskista. Esas son cosas perfectamente comprensibles, a menos que seas un idiota que consideras que estás metido en una cápsula que te impide movimiento. […] Yo era el decano de la Facultad de Humanidades, que en ese momento era un bastión de la izquierda, con muchísima influencia del Partido Comunista. En ese ambiente se gestó la redacción de ese documento que le daba la bienvenida a Fidel Castro. Lo hicieron en la Escuela de Filosofía. Les pareció lo más natural que yo firmara y eso fue lo que pasó. Pero lo importante en términos sociales es el anfitrión del asunto y provocador del documento: quien invita a Fidel Castro a Venezuela es Carlos Andrés Pérez para su coronación; él tiene la figura estelar de aquel evento. Fidel Castro en la coronación del nuevo rey Carlos Andrés Pérez, eso la gente lo olvida porque ve nada más lo superficial».

En la obra de teatro de Guillén de Castro, Las Mocedades del Cid, que no debe confundirse con El Cantar del Mío Cid, hay una cuarteta muy famosa que dice: “Procure siempre acertarla / el honrado y principal, / pero si la acierta mal, / defenderla y no enmendarla”. En otras palabras y una vez traducido al cristiano, estos versos tan bonitos son lo mismo que decir: “Si no puedes ganarla; empátala”. Es así como operan muchos de estos hombres y mujeres que han tenido bajo su seno la tarea fundamental de instruir, de educar, de dar forma y sentido a las generaciones futuras. Con petulancia, con orgullo nocivo, con soberbia y pedantería elitista. Se han manejado de esta manera por décadas, ¿por qué cambiar ahora? Pero las interrogantes que me surgen al leer estas palabras del doctor Pino Iturrieta sí que no pueden pasar desapercibidas.

Por lo mismo, pienso yo: ¿será que el excelentísimo doctor tenía tan pocas convicciones que por el simple hecho de que a otros les “pareciera natural” que actuase de determinada forma, estaba ineludiblemente obligado a hacerlo? ¿Era tan grande su ignorancia, o todavía más, su perversión, que con 44 años y teniendo un importante cargo administrativo, no fueron suficientes las masacres en la cárcel cubana de La Cabaña, ni los juicios sumarísimos de los tribunales «revolucionarios», ni las persecuciones a disidentes como Reinaldo Arenas, Heberto Padilla, Huber Matos, Virgilio Piñera o Lezama Lima para que le temblara, al menos, un poco el pulso cuando le tocó estampar su nombre? Una firma, queridos lectores, y esto lo sabe muy bien el doctor Pino Iturrieta, es una suscripción, una adhesión que nos vincula de manera personal o legal a un hecho concreto, en este caso, a un manifiesto. ¿No lo leyó acaso? Y si fue así, entonces el decanato de Humanidades, y lo digo con tristeza, estaba en manos de un cateto.

Nada nos ha perjudicado a los venezolanos tanto como esa obstinada postura de no querer reconocer nuestros errores. Al menos Carlos Andrés, demasiado tarde, diría yo, supo reconocer los suyos. Cabe preguntar: ¿Ha evolucionado Elías Pino? Poco se enmienda uno mismo cuando todo es excusable. Poco se eleva nuestra alma cuando a cada acto se responde con un pretexto. ¿Dónde está el momento, el espacio para la reflexión? ¿De qué evolución se nos habla?

Tristemente, este libro, de la mano de varios de sus entrevistados, se enmarca en lo que podríamos denominar el statu quo de la intelligentsia criolla. «Gente que ni lava ni presta la batea». Quizás el señor Piñero anhela pertenecer a ese «selecto» grupo. De ahí la adulación por lo bajo. Pero ocurre, como he dicho en otras oportunidades, que toda persona dotada de talento —en este caso, de la agudeza mental y el sentido común propio de los buenos intelectuales— tiene la obligación moral de poner todo su esfuerzo y conocimiento al servicio de los demás. ¿Por qué? Porque así lo exigen las circunstancias.

Miradas reversas propone lo contrario. Callar las grandes interrogantes y realzar la frivolidad con tintes biográficos. Mala pluma y buena zalamería. A fin de cuentas, ¿qué tiene de importante todo este asunto de enseñar con el ejemplo y construir desde la virtud cuando ahora, gracias a la obra de Jesús Piñero, sabemos, sin que haya lugar para la duda, que a Inés Quintero le gusta la salsa, a Pino Iturrieta las rancheras y a Carrera Damas la música clásica? Hechos realmente trascendentales. Y, aun así, ironías de la vida, la historia jamás podrá absolverlos*

* Fidel non dixit

 

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