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Un barril de pólvora: el desempleo juvenil

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Uno de cada 5 chinos por debajo de la edad de 25 años hoy no consigue trabajo. 5 años atrás la data oficial apenas reflejaba 10% de desempleo juvenil. Hoy es superior a 20%, el triple del promedio nacional. Razones sobran para haber llegado a una situación tan crítica y lo que no abunda son soluciones inmediatas.

Para nadie es un secreto que la economía del coloso de Asia ha sido muy impactada por la crisis económica mundial y por los obstáculos al comercio originados por el COVID-19, todo lo que ha sido agravado notoriamente por la guerra de Ucrania y la escasez de suministro de energía que ella ha traído consigo. La desaceleración unida a la relativa atonía nacional ocasionada por la pandemia global y agravada por la política de confinamiento impuesto por las autoridades han llevado el fenómeno del desempleo juvenil a estos dramáticos niveles.

La provisión de fuentes de empleo ha sido siempre una obligación estatal dentro de la idiosincrasia china. El Estado ha sido tradicionalmente el gran generador de demanda de puestos a través de sus empresas o de las actividades autorizadas a las empresas privadas. En todo caso, la contracción del mercado de trabajo es simplemente un reflejo de la situación económica del país y se expresa así: la creación de cargos remunerados es casi inexistente.

Entre los jóvenes, la confianza de que el Estado proveerá una solución para la difícil situación actual se ha ido perdiendo, en la misma medida en que ellos siguen siendo compelidos por su medio familiar a esforzarse para graduarse con las mejores evaluaciones. La presión familiar es muy notoria dentro de la cadena vital que implica estudiar y graduarse, conseguir empleo, casarse, disponer de una propiedad inmobiliaria, mantener a sus mayores y procrear uno o dos hijos.

Mientras tanto, la actividad de los centros de estudio de segundo y tercer nivel, a pesar de haber mermado en una medida significativa, sigue colocando jóvenes preparados en el lado de la demanda de puestos. Este año 11 millones de ciudadanos salieron de las aulas universitarias listos para el trabajo cuando hace 20 años las universidades apenas aportaban anualmente 1 millón de jóvenes al mercado.  El gobierno desde mayo ofrece una subvención de 210 dólares a las empresas por cada graduado universitario contratado, pero el programa no resuelve prácticamente nada.

Una situación como la actual en el terreno laboral es un medio de cultivo ideal para la inestabilidad social y el desorden político.  La desmotivación juvenil, por su imposibilidad de disponer de un medio de subsistencia, ha dado origen a un movimiento denominado “liying flat” (“permanecer echados”) que conlleva a un llamado no a la acción sino a la inacción total. Este cuenta ya con una plataforma en las redes que se expande a toda velocidad. La nueva filosofía de “Tang ping” –asi se llama en su idioma– es la respuesta de las nuevas generaciones al “sueño chino” de Xi Jinping y llama a ese inmenso estrato etario de menos de 25 años a no hacer sino lo estrictamente esencial para sobrevivir. El movimiento ha estado ganando tracción y puede convertirse en un inmenso obstáculo para la dinamización nacional que será indispensable una vez superada la crisis económica internacional.

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