En Brasil es así: cada decisión de un entrenador de fútbol se cataloga según el resultado que sigue. Si ganas, es convicción. Si pierdes, es testarudez, terquedad. El seleccionador del equipo brasileño, Tite, acaba de situarse en esta encrucijada al convocar a Daniel Alves, de 39 años de edad, para disputar el Mundial de Qatar. En la superficie no habría nada de malo en esa decisión. Daniel es un ganador serial, ha ganado incontables títulos, está en buena forma física según los exámenes aprobados por la propia comisión técnica de la CBF y es capaz de cumplir tácticamente lo que Tite quiere de él, y de cualquier lateral derecho en su sistema táctico.
El problema es que al convocar a Daniel Alves al Mundial, Tite rompió una regla que él mismo escribió. «Todos los jugadores tienen que estar jugando en sus clubes», era un mantra que repetía el técnico de la selección brasileña cada vez que le preguntaban sobre las posibilidades de llevar a un jugador al Mundial. Daniel Alves no pisa una cancha de manera oficial desde el 24 de septiembre, cuando aún estaba en Pumas de México, y desde entonces se entrena en el Barcelona B. Consultado en conferencia de prensa sobre la presencia del veterano en su lista definitiva para la Copa, Tite ofreció esta explicación: «El criterio de Daniel Alves es el mismo de todos. Premio por la calidad técnica individual, el aspecto físico y además aporta el aspecto mental».
Una gran parte de la prensa y de la afición en Brasil -esto medido por el termómetro imperfecto de las redes sociales- golpearon duramente al técnico por esta decisión. Según este mínimo común denominador, Tite habría sido «injusto con los demás» al relajar sus propios principios y meter a Daniel Alves en la lista de los que van a Qatar. Apartados de la discusión los que insultan sin sentido y bajan el nivel del debate, la crítica tiene algo relevante: Dani no cumple en realidad con todos los «criterios Tite», que se pueden resumir en el término «meritocracia», para ser parte del grupo de jugadores que defenderán a Brasil en el Mundial.
Sucede que al entrenador -de cualquier equipo de fútbol, pero especialmente de una selección nacional, y especialmente de la selección brasileña- se le debe dar derecho a una cuota innegable de terquedad, de testarudez, de irracionalidad. Sobre todo cuando el profesional en cuestión tiene un trabajo tan sólido. Desde que se hizo cargo de Brasil, Tite acumula 57 victorias, 14 empates y 5 derrotas, solo 2 de ellas en partidos oficiales: con Bélgica en los cuartos de final del Mundial 2018 y en la final de la Copa América 2021 con Argentina. Ganó la Copa América 2019 y terminó tranquilamente en la cima de las Eliminatorias para 2018 (aunque llegó a mitad de camino) y para 2022.
Tite es demasiado respetuoso con sus interlocutores y entrevistadores como para exhibir arrogancia o prohibir debates, y esto es un gran mérito de su trabajo y de su personalidad. Pero el entrenador de la selección brasileña, especialmente con este histórico, debería poder usar un lugar en la lista de 26 (es decir, menos de 4% del total) para sus propias ganas, basada más en la convicción personal que en las estadísticas, sin ser tratado como un criminal por eso. Incluso porque, para bien o para mal, no será otro el responsable.
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