La cosmogonía judeocristiana nos coloca en los orígenes como hijos de pecado. Más de un tercio de la población mundial que abreva de la fe en el antiguo y el nuevo testamento empieza a rezar convencido de estar en el pecado original que se inició cuando Eva comió del árbol del bien y del mal en el paraíso. Ese error en la desobediencia a Dios hizo a los seres humanos mortales. Pasamos de la eternidad en la vida a la temporalidad en la muerte por una pifia de la mujer con el aliento del hombre y la insinuación de Satán. Un trío para el error. En líneas generales todo se establece en el Génesis con un yerro de los primeros padres. Y la expulsión de Adán y Eva del Edén fue un castigo de Dios por la desobediencia. Así lo recoge la Biblia sin muchos recovecos. Sentenciados por la justicia divina fuimos condenados a la muerte por los siglos de los siglos y desde ese entonces no hemos tenido la oportunidad de que se nos conmute la pena, se nos indulte y que Dios reconozca que fue muy duro, que se excedió y que ese castigo fue excesivo. Y que conste que de ese tercio de creyentes terrícolas que reza diariamente, todos se sentirían complacidos de salvar el obstáculo ese de dar el salto del tordito definitivo sin pasar por esa fase de la resurrección de la que no hay prueba contundente a la fecha. Solo la fe. Al final para eso se reza, se pagan promesas, se prenden velas y se cumple religiosamente con los días de guardar. Eso es un tremendo mecanismo de presión ante el Todopoderoso. Y allí seguimos en la historia de la humanidad, muriendo de cualquier cosa y por cualquier cosa, sin que haya la posibilidad de convertirnos en algún momento en inmortales.
En la visión generada por el sobreseimiento a la causa judicial instruida al teniente coronel (Ej.) Hugo Rafael Chávez Frías y al resto de los oficiales responsables materiales del golpe de Estado del 4 de febrero de 1992, se vendieron inicialmente unos argumentos de orden político y social para justificar la decisión del presidente Rafael Caldera de sacar de la cárcel y colocar en la calle a los golpistas. Lo hizo el mismo presidente Carlos Andrés Pérez alentado por el ministro Ochoa, también el presidente encargado Ramon J. Velázquez se sumó a esas medidas de gracia; de manera que la decisión de Caldera en ese marzo de 1994 solo beneficiaba a un grupo pequeño que aún permanecía en prisión. A los comandantes de las unidades rebeldes. Adicionalmente a esto, muchos de los líderes políticos y candidatos presidenciales de 1993 con el respaldo de la prensa del momento, hicieron de lema en la campaña electoral la libertad de todos los golpistas como un mecanismo de pacificar el país. Un sector de la sociedad compró emocionado la matriz de opinión construida y todo eso se convirtió en la llave que abrió los barrotes de los calabozos de Yare. Ese mismo aluvión emocional irresponsable se convirtió en los votos que el 6 de diciembre de 1998 hicieron al teniente coronel Hugo Chávez presidente de la república. Pero todo eso se inició con el comandante de candidato presidencial pateando la calle sin haber cargado con las responsabilidades de las muertes del 4F, las violaciones de la Constitución Nacional y a su juramento como militar. Entonces… ¿Fue un error el sobreseimiento?
La ciencia, que es la contrapartida de la fe en esa balanza donde péndula con la razón basa su sistema de inferencias en reducir al mínimo el tema del error. El método científico establece la contundencia de sus conclusiones en la medida que el margen en el error se minimiza para que resplandezca enorme la verdad que buscan los científicos. La racionalidad busca anular el error en las decisiones. La emocionalidad lo justifica, lo argumenta, lo barniza con fuerza de evangelio y lo presenta encubierto a la opinión pública. Sucede en política y en la guerra. Especialmente cuando hay fracasos y derrotas. El tiempo es el gran aliado de la búsqueda de la verdad cuando a esta la visten con el uniforme de la razón para encubrir en los ruedos del ropaje el gran margen de error. A medida que los días se escurren en el desliz, los meses se desangran en el disfraz del axioma y los años se derriten en lo que queda de los harapos de las argumentaciones públicas y las razones difundidas. Del yerro de aquel momento emerge incontestable, soberbio y potente como el más grande y categórico mentís, el traspié de la medida de gracia del comandante en jefe. Fue un error, parece estrujarle con la bandera de la arrechera a cada engañado. Y desde el año 1994, desde el 26 de marzo exactamente, ha pasado bastante agua revolucionaria por debajo del puente que une a la Venezuela del presente con su pasado, en el camino accidentado del futuro. Hay decisiones que en el tiempo evidencian inocultablemente el error.
En 1867 Rusia le vendió a Estados Unidos un inmenso trozo de tierra inútil, helado y desolado por 7,2 millones de dólares. ¿Fue un error la venta o la compra? Lo que en un momento representa para los rusos una gran operación, tanto que al secretario de estado norteamericano de ese momento se le atribuye como una locura; con el tiempo esta se degrada y emerge como una gran equivocación. Hoy el valor geoestratégico, geopolítico y económico de Alaska supera en pocas horas de un solo día el desembolso de aquella ocasión. La miopía del zar Alejandro II o de sus asesores de la corte en aquella ocasión le provocó un enorme daño a futuro a Rusia. Entonces… ¿Fue un error el sobreseimiento de los lideres del 4F?
Uno se imagina que la decisión de poner al teniente coronel Hugo Chávez en la calle estuvo precedida de amplias valoraciones y consultas. El ministro de la defensa de la época el general Montero Revette y el Alto Mando Militar al menos han debido dejar sentada su opinión ¿No fue así? Pues las culpas políticas que se le atribuyen ahora al presidente Caldera también se les endosan a los siete integrantes de la Junta Superior de las Fuerzas Armadas Nacionales de marzo de 1994, que al menos ha debido dedicar un momento de debate de esa decisión para respaldarla, o para manifestar el desacuerdo. Al menos para guardar las formas si estimaban la decisión de la libertad de los comandantes del 4F como un desacierto inoportuno. Eso ha debido quedar registrado en las actas de ese organismo.
En 1958 el gobierno comunista de la República Popular China de Mao Tse-tung inició una campaña para eliminar a todos los gorriones del país. El régimen rojo responsabilizaba a estas pequeñas aves de devorar el grano almacenado. El error de exterminar los gorriones originó la multiplicación de langostas responsables de una plaga que provocó millonarios daños en las cosechas y una hambruna que se llevó la vida de casi 30 millones de chinos. Mao reconoce en la intimidad el error. Ya ustedes saben que la soberbia de los regímenes totalitarios se manifiesta en no reconocer los deslices y mucho menos en pedir perdón. Entonces, insistiendo… ¿Fue un error el sobreseimiento del 26 de marzo de 1994?
La historia puede resumirse en una crónica de los errores y eso es lo que nos hace humanos. El tránsito a través del camino de las equivocaciones nos coloca en la tierra. Pedir perdón por los disparates nos hace más humanos y nos acerca más al paraíso del que nos sacaron por otro desacierto de nuestros abuelos bíblicos. Los venezolanos aún esperan de los lideres políticos de aquél entonces, de los jefes militares de la época, de los dueños de los medios, de los empresarios y de las otras elites que han contribuido a la destrucción de la nación, al menos un acto de contrición y arrepentimiento por el antes, el durante y el después del 4F. Los resultados de las fallas de juicio, de criterio, de valor, por suposiciones falsas, por información aparente o por cálculos políticos, por soberbia, por compromisos previos y por ambición personal dejaron correr y desenlazar el más grande error que se registra en la historia de Venezuela después de los eventos del 4F: la elección del teniente coronel Hugo Chávez y la aparición de la revolución bolivariana que aun sufrimos.
En 1979, el presidente Luis Herrera también se llevó por delante todas esas formas, cuando tomó la decisión de dejar ir del territorio venezolano al industrial norteamericano William Frank Niehous sin cumplir con las formalidades legales de rendir declaración en el tribunal militar que seguía la causa de su secuestro. Esa decisión política abrió más cauces para seguir erosionando la democracia que se construyeron los venezolanos después del 23 de enero de 1958. Y a ese desatino y a otros previos al 4F, le podemos colocar entre los más abultados la inutilidad de las agencias de inteligencia y la incompetencia de quienes las encabezaban, la complicidad de los mandos militares de CAP II para convertir “los rumores” en inteligencia útil, pertinente y oportuna, para tomar decisiones, la desobediencia del ministro al no bombardear con la aviación militar el museo histórico militar, la alocución del teniente coronel Chávez en el famoso “Por ahora”, la reinserción institucional de todos los oficiales comprometidos con el golpe, y el discurso justificatorio y oportunista de Caldera en el congreso nacional. Entonces, después de siete millones de venezolanos en diáspora, de la ruina del país, de la división de la unidad nacional, de la transferencia de la soberanía a Cuba, de la partidización de la institución armada y su sindicación en graves violaciones a los derechos humanos de los venezolanos, de la conversión del estado nacional en uno fallido y forajido entregado a la corrupción, al narcotráfico, y de la permisividad con el terrorismo internacional; la pregunta que surge cercana es… ¿Fue un error el sobreseimiento de la causa judicial instruida al teniente coronel Hugo Chávez y al resto de los comandantes de las unidades militares participantes el 4F?
Esa misma cosmogonía judeocristiana registra en el último libro del nuevo testamento un carácter profético en las revelaciones del fin de los tiempos. Y es el que apelamos en los inicios de este texto para desarrollar la gran amplitud del error y sus secuelas. Como si estuviéramos viviendo los venezolanos nuestro apocalipsis criollo rojo rojito.
Entonces… ¿Fue un error? ¿O qué?
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