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Descifrando a Marisol

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Por MARIELA PROVENZALI

Mucho se ha escrito sobre Marisol Escobar. Existen numerosos artículos, presentaciones, biografías, entrevistasy ensayos, publicados tanto en periódicos y revistas como en libros —algunos aún por imprimir— realizados por importantes autores, nacionales e internacionales,expertos en la crítica, la investigación y la historia del arte.

Pero independientemente de las categorizaciones en las que su obra ha sido incorporada —como el arte pop— o de los artistas a los que se le ha asociado —particularmente Andy Warhol— no podemos dejar de ver su unicidad y su particular originalidad.

Su extensa labor creativa abarca muchas facetas, pero su obra tridimensional se constituye en su legado más conocido, reconocido y representativo, una nueva figuración a la que quisiera referirme.

Sus personajes pueden ser vistos incansablemente, de manera presencial o en fotografía, desde diferentes ángulos, solos o en grupo, porque son misteriosos y esconden enigmas que permiten crear libres lecturas acerca de su persona y de su obra.

El muchas veces señalado hermetismo que acompañaba a Marisol en su trato personal y en sus entrevistas evidentemente revela que guardaba secretos y como Hermes mismo, emisario del arcano, ella llevaba el mensaje directamente de su psique a los espectadores, con una extraordinaria habilidad para exponer la teatralidad del intercambio humano en escenarios de los más diversos géneros.

Se podría aseverar que Marisol tenía nociones intuitivas de la psicología de los arquetipos y su significado, lo que se percibe en sus puestas en escena, como representaciones de los más variados complejos personales, familiares y sociales, ubicándolos en situaciones tan diversas en las que ella misma se introduce como si estuviera descubriendo su alma e invitándonos a reconocernos en ellas, como en un espejo.

Escudriñando su interior, la artista parece explorar cómo es verse desde fuera o desde dentro, o verse con ella misma, o verse reflejada en el otro, en ése que ella parecía intuir. Esta indagación otorga a su obra una riqueza inacabable, en la que uno puede imaginar cómo Marisol se enfrentaba a sí misma colocándose en diversos roles donde la entendemos como niña y mujer solitaria; como parte de una familia amada y al mismo tiempo negada; y como parte de una distinguida sociedad a la que por origen pertenecía y a la que debió frecuentar durante su carrera artística.

En su viaje a Italia, la artista pudo haberse extasiado frente a la obra de Leonardo y así quiso evidenciarlo con la creación de una exquisita y conmovedora escena que evoca la Última Cena donde detalla los rostros de cada apóstol dibujados o labrados en madera en contraste con la solidez que otorga a la imagen de Jesús, tallándola en mármol blanco, como reconociendo y reverenciando su poderío en esa trama, que es la vida misma y en la que ella —observante— se incorpora.

Miguel Ángel y sus Esclavos tampoco pudieron pasarle desapercibidos en este viaje de iniciación, donde la búsqueda de libertad que emana de esos cuerpos fuertemente atrapados en el mármol acaso le permitió hacer la conexión con sus personajes que también buscaban escapar de la contenciónde un bloque de madera o de cemento, tal vez en el que también ella se sentía aprisionada.

Sin hacer grandes profundizaciones sobre los arquetipos junguianos como modelos del sentir y el actuar presentes en todas las culturas, Marisol destacó individualmente al héroe, a la madre, al puera eternus, al creador, al político, al santo, al sabio, al científico o al intelectual buscando quizás resaltar el poder, la autoridad, el amor, la belleza, la bondad, la hipocresía, la lealtad, la locura, el sufrimiento o la fuerza, mediante un lenguaje único, cargado de humor, ironía y crítica, que aparecen en toda su obra.

La caracterización de estas identificaciones se advierte en los detalles existentes en cada una de sus figuras. Caras sufrientes saliendo del concreto, brazos y piernas adosados a cuerpos rígidos generalmente cúbicos, pies descalzos pintados, tallados o con calzados escogidos, cuidadosamente colocados, dobles manos que exaltan talento, triples caras mostrando posturas sociales, accesorios añadidos y muchos más elementos son parte de la multiplicidad de recursos usados astutamente por la artista.

Con una intensa creatividad, Marisol modeló singulares vestuarios para sus protagonistas definiendo desde lo más suntuoso hasta lo más sencillo de la sociedad, enriqueciéndolos con expresiones faciales veladas sobre superficies planas, rasgos que relatan emociones mediante una deconstrucción construida en esas esculturas que instalaba magistralmente en el espacio, público o privado.

En el entorno vital de la artista se descubren importantes vínculos emocionales con obras como Mamá y yo —de la que nunca quiso separarse—, con futuros actores a la espera de ser ataviados en su casa-taller o con la muy frecuente estampa del perro como fiel acompañante en muchas de sus obras.

Estas relaciones de poderosa carga existencial en la vida de Marisol —consigo misma, con su familia y con la sociedad— se pueden leer como presencias ausentes y ausencias presentes, reflejando la soledad de una gran artista que, alrededor de un mundo imaginario, dio dimensión y significación a la complejidad del ser humano.

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