Para unos la diplomacia es una disciplina que se desprende de las ciencias políticas; para otros lo es en sí misma. De hecho, existe la carrera de Estudios Internacionales que, si bien es general, pareciera formar individuos destinados a incorporarse al espeso mundo de la Cancillería. Las vinculaciones con otros países suelen ser asuntos altamente delicados. Mucho más cuando la situación se encuentra también delicada entre ellos o en el país adonde se va a representar los intereses del propio. No cualquiera tiene talante diplomático. Así como hay y hubo embajadores y otros representantes, como agregados, que carecen de formación en ciencias políticas o como internacionalistas, pero que cumplen en sobredimensión la encomienda sin cortapisa. No hay recetas para un embajador.
Tal vez sí una: la discreción. En los corrillos populares diplomacia equivale a habilidades para el disimulo, al interrelacionarse con carencia de sinceridad, de manera hábil e interesada. Estar en el servicio exterior requiere de todas esas características profesionales y personales juntas. Esto sin profundizar en los conocimientos abundantes que se requieren. A lo que voy es que un embajador o alguien que se ocupa de un cargo en el servicio exterior no es un improvisado ser, carente de habilidades o de formación. Si se hace notar en demasía se hace peligroso y digno de mayor seguimiento que el habitual que deben tener agentes extranjeros establecidos en el país.
El señor Armando Benedetti es, apenas desde finales de agosto, embajador de una de las cancillerías que han resonado como de las más hábiles y cuidadosas de la América Latina. Pero cuyo país ha tomado el rumbo que conocemos. Tema en el que no me quiero adentrar hoy aquí. Con cerca de tres meses de estancia, este señor Benedetti, a quien no me sale de ningún lado llamar excelentísimo, como es el tratamiento habitual para extranjeros en tan dignos cargos, ha atraído de diversas malas maneras la atención sobre sí. Con su llegada, desde luego. Las relaciones con Colombia estuvieron rotas mucho tiempo, debido a que el excelentísimo presidente Duque no se la llevó nada bien con el régimen del terror, como es lógico. Como ha seguido hábilmente demostrando en el mundo.
Pero volvamos al embajador. Luego de su llegada llamativa por lo que antes dije, atrajo la atención por una presentación pública suya en el Táchira con evidencia de cargar encima cuando menos unos tragos de más. Tantos que hacían claramente ininteligible sus palabras acompañadas de sonsonetes. Sus maneras de reaccionar posteriormente al suceso dejaron más que desear. Con palabras malsonantes que bien conocemos los venezolanos. Ya había dejado maltrecho al discreto, al elegante gentilicio colombiano, de seguidas. Ahora se viene con insultos vulgares a dirigentes políticos opositores, lo que equivale a insultar y de ese modo grueso a bastante más de medio país en su territorio. La dipsomanía mostrada en un acto público oficial ya fue un irrespeto que quiso diplomáticamente enmendar. Pero la caterva de denuestos a los coterráneos y sus dirigentes electos, sí, electos, Benedetti, para la Asamblea Nacional se torna imperdonable. En circunstancias normales ya hubiera dejado el pelero por expulsión inmediata del país, luego de haberlo considerado persona non grata. Como corresponde.
¿Que hubiera ocurrido en Colombia si un embajador de cualquier nacionalidad hace lo mismo que el dipsómano soez? Aquí, desde el poder establecido, seguramente le ríen la «gracia» porque el sentido de la nacionalidad, del patriotismo, del ser gregario cultural, social o políticamente, la hermandad entre venezolanos, no es lo que les interesa como política. No juntan sino que estimulan la exclusión, la ida, la separación. Pero en Colombia, Petro debe entender y proceder. Entender que para la mayoría de los venezolanos Benedetti es persona non grata y proceder a su destitución pronta, así sea disimulada. Que le encomiende algo más adecuado a su «altura». Podrán decirme que se excusó, como un caballero. Pero esas excusas en ese terreno son inválidas, infantiles; mucho más del modo que las profirió, que el otro dijo y si hay que hacerlo… Nada. No se aceptan esas excusas y menos así. El ojo sacado y la santa Lucía bien valen también en Colombia. Si Petro envió a ese ser a curarse en Venezuela, le está embarrando el mandado. Maduro no hará el favor a la oposición expulsándolo, pero Petro sí puede llevarse su enfermo a sanar en otro sitio. Porque los venezolanos, del bando político que seamos, no podemos permitir insultos a nuestros connacionales en ningún lugar; mucho menos en nuestro lar: Benedetti debe abandonar cuanto antes territorio venezolano. ¿Escuchaste, Petro?
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