Actualmente hay un debate entre algunos críticos sobre la validez de la etiqueta “género musical“. Algunos argumentan que esta categorización suele ser demasiado amplia, como en el caso del “rock“, una palabra que se usa para describir canciones tan diferentes como “Goodbye Blue Sky“ y “Money“ de Pink Floyd. Otra crítica es el carácter industrial de los géneros: las disqueras los usan como herramientas de marketing para llegar a grupos demográficos específicos.
El disgusto se reduce a que estas categorías pierden de vista las características musicales para convertirse en algo demasiado abstracto o demasiado usurero.
En algunos casos, estos críticos tienen razón. Es realmente difícil decir a qué elementos musicales nos referimos cuando hablamos de “folk“, “pop“ y el ya mencionado “rock“. Dave Van Ronk grababa sólo su guitarra y su voz, algo muy folk, pero Bon Iver no lo es menos, y ellos graban sinfónicamente. Solemos pensar que “Billie Jean“ es pop, ¿pero cuáles elementos musicales lo indican? ¿No tiende más hacia el disco o el funk? ¿Y cómo vamos a decir que tanto “Graceland“ de Paul Simon como “On The Floor“ de Jennifer López son “pop», sin caer en una abstracción incomprensible?
En otros casos simplemente no hay argumentos para descartar la clasificación en géneros. El blues, el jazz, el joropo y el merengue usan ritmos, escalas e instrumentos específicos que permiten etiquetarlos sin polémica. Hay experimentos y fusiones dentro de estos géneros que salen de la casilla tradicional, pero por lo general el sonido de la escala blues o de los acordes disminuidos del jazz son inconfundibles. Y ni hablar del joropo.
En la música latinoamericana hay un género que expone claramente la posible ambivalencia de estas etiquetas: la salsa. En una entrevista con Leonardo Padura, Willie Colón opinó que “la salsa no es un género que se pueda clasificar: es una idea, un concepto, un resultado“. Johnny Pacheco, la mente maestra detrás de Fania Records, dijo algo similar: “La salsa no es un ritmo, ni una melodía, ni una moda. La salsa es un movimiento musical caribeño“.
Estos salseros históricos se refieren a que la salsa es un modo abierto de hacer música, no tiene nomenclatura, y como tal ofrece una libertad inmensa. Una canción de salsa puede pasar del son cubano a la guaracha y de ahí a la pachanga o al mambo, todo esto sin dejar de ser salsa. ¿Qué es, entonces, la salsa?
Históricamente, el concepto hace referencia a una música que surgió en los barrios latinos de Nueva York a lo largo de los sesenta. Solía usar al son cubano como base musical, pero tenía elementos líricos e instrumentales que la distinguían. Las letras frecuentemente retrataban la vida áspera y violenta de los barrios. En la música se escuchaba una mezcla del jazz y sonidos caribe más agresivos y confrontacionales que el son tradicional. La salsa era, realmente, un fenómeno único y distinguible por sus elementos musicales. Tal es el caso de los álbumes que Lavoe y Colón publicaron entre 1967 y 1973, o Eddie Palmieri a partir de 1964. Y si se unían diferentes géneros caribeños o latinos en general, eso también era salsa: la mezcla en si se convertía en un elemento distintivo, por el simple hecho de que convivían diferentes ritmos y tradiciones en un sonido que empezaba a distinguirse como salsero.
¿Pero qué decir de la salsa “matancerizada“, esa salsa que surge del mismo contexto social, pero insiste en los sonidos tradicionales de Cuba y, en específico, de la Sonora Matancera? Fue una de las grandes vertientes “salseras“ durante el boom, tal y como indica César Miguel Rondón. ¿Pero es realmente salsa, aunque suene como son, solamente porque surgió del contexto barrial neoyorquino y no de la Cuba rural? Es salsa, aunque no haya elementos del jazz, aunque no haya mezcla de géneros caribeños, aunque no se hable del barrio? Un ejemplo de una canción matancerizada hasta la eliminación de cualquier elemento salsero es “Corso y Montuno“ de Pacheco. Me parece que, de llamar a ese sonido “salsa“, perdemos de vista a los elementos musicales, pasando a describir su origen social y su público ideal.
Caemos en la misma abstracción inescrutable que frecuentemente vemos con “folk», “pop“ y “rock“. Si el concepto de género musical va a significar algo, no puede ignorar los elementos musicales. Si un género va a llamarse como tal, debe ser distinguible y reconocible a través de su sonido, sin tomar en cuenta el contexto social que lo produjo. Si se “matanceriza“ a la salsa lo suficiente, deja de ser salsa, aunque la haya hecho Johnny Pacheco o la hayan compuesto en la esquina más peligrosa del South Bronx.
Poca gente describiría a “Calle Luna, Calle Sol“ o “El Día de mi Suerte“ como son cubano. Habría que ser muy terco. Tienen trombones agrios, letras que retratan la vida en los márgenes de la ciudad, elementos tomados del jazz, etc. No es son, y los elementos musicales lo indican. En canciones así vemos la esencia del género destilada hasta el punto de que negar su existencia se hace imposible.
¿Entonces, tienen vigencia los géneros musicales? Indudablemente, siempre que categoricemos a partir de la música como tal. El análisis no puede definirse por el artista o la época en cuestión, sino por la composición de la pieza. De otra manera el riesgo de abstraer hasta la incomprensión es demasiado alto.
“Money“ no es rock por ser de Pink Floyd ni porque se publicó en 1973. Lo es porque usa un ritmo 4×4, predomina la guitarra eléctrica distorsionada y se usan progresiones de acordes y melodías que son parte del repertorio musical rockero. Billie Jean no es sólo pop, también es funk y disco, porque toma elementos de esas tradiciones. Es, como tantas otras canciones, una fusión exitosa entre géneros, y se hace imposible encasillarla en uno solo.
Desde este punto de vista, la salsa puede clasificarse como género. Pero a Colón y a Pacheco no les falta razón, la salsa es más que eso. Es un movimiento musical, es una estrategia de marketing, es un baile. Simplemente hay que separar entre esas cosas y el género salsa, tan claramente distinguible por sus características líricas e instrumentales.
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