Apóyanos

González Iñárritu: Me siento como un niño travieso que tocó algo importante

    • X
    • Facebook
    • Whatsapp
    • Telegram
    • Linkedin
    • Email
  • X
  • Facebook
  • Whatsapp
  • Telegram
  • Linkedin
  • Email

Por Janina Pérez Arias

Después del estreno mundial de Bardo en la Mostra de Venecia, Alejandro González Iñárritu desembarcó en una plaza más amable y con más conexiones tanto emocionales como culturales como lo es el Festival Internacional de Cine de San Sebastián.

La más reciente película del oscarizado director mexicano arribaba a territorio español acarreando una estela de polémica, críticas y querencias divididas entre defensores y detractores, además desprovista de premios venecianos y despojada de 22 minutos de los 177 de la primera versión.

«Ahora es una comedia increíble y rápida», bromeó El Negro, con su voz de trueno y carcajada contagiosa aquella tarde en una suite del Hotel Maria Cristina de la ciudad donostiarra.

Bardo(o falsa crónica de unas cuantas verdades), que se estrena este 17 de noviembre en Netflix, trata de Silverio Gama (interpretado por Daniel Giménez Cacho), afamado periodista y documentalista mexicano, emigrante asentado en Estados, que retorna a su país, muy diferente al que dejó, en búsqueda de una identidad perdida para restituir nexos emocionales con sus familiares y amigos.

Silverio viene a ser el álter ego del mismo González Iñárritu quien se vale de la ficción para hacer una agridulce revisión de su vida, en lo personal y lo artístico, así como también sobre la relación entre Estados Unidos y México, la Historia que pesa como la mayúscula de esa palabra, y el presente de un país que inevitablemente está entrelazado con la crisis que le revuelve las tripas, su sentir y su razón de ser. La vida en el limbo pues, porque eso es lo que significa literalmente «bardo», el no lugar.

Los minutos menos merecen una explicación. Que le habían podido las prisas, confesó; que por haberla terminado en último momento no pudo someterla al escrutinio de las 40 o 50 personas (entre amigos, colaboradores y ajenos con criterio) que suele convocar en Los Ángeles –ciudad donde vive y trabaja -cada vez que da a luz uno de sus filmes. A Bardo le faltaba pues un merecido reposo, se puede uno imaginar a la cinta como esos manjares que necesitan unas horas más para asentar los sabores.

«Llego a Venecia, la veo, yo me doy cuenta», fundamenta su decisión de la edición González Iñárritu. «No he leído una crítica y de verdad nunca traicionaría a la película, nadie me lo exigió, es una decisión mía, llevo cinco años trabajando en este proyecto, no quiero complacer a nadie más que a mí, y yo sé lo que la película necesita». Parece darle un manotazo a cualquier duda o sospecha de influencia proveniente del exterior.

Cuenta que desde Amores perros (2000), la cinta protagonizada por Gael García Bernal y con la que se daría a conocer en todo el mundo, no se encargaba personalmente de la edición de uno de sus trabajos. Esta vez «estaba demasiado cerca», reconoce. En la Sala Grande del Palazzo del Cinema en el Lido de Venecia vio que había posibilidades de hacer cambios, y resume que los mismos consistieron en ajustes de música, fortalecer el ritmo interno de algunas escenas, así como incluir una que otra cosa que se había quedado por fuera. Aquello largos minutos (¿8? ¿10) de ovación tras el estreno mundial en la Mostra no le hicieron cambiar de opinión.

«De pronto el poder de síntesis me llevó a la misma película», explica, «pero si la ves ahora me preguntarías ¿dónde le cortaste?, porque es muy difícil saberlo, increíblemente creo que soy un buen editor –se ríe de la ocurrencia-, siento que la película está intacta, pero también que ahora es más sólida y tiene esa capacidad de ir al punto con más claridad».

La Bardo sometida a un lifting casi imperceptible, pero eficaz según su creador, fue proyectada en el Teatro Victoria Eugenia de San Sebastián como parte de la programación de la sección Perlas. Al asomarse los créditos de esta producción que lleva el sello de Netflix, el público celebraría a G. Iñárritu -con el apellido resumido en una inicial- junto a los actores Daniel Giménez Cacho y Griselda Siciliani, que estuvieron presentando el filme.

A El Negro la sonrisa no se le desdibujó ni por un segundo, la misma que seguía sosteniendo en esta entrevista, y la que se sospecha se ensanchó aún más, transcurridos un par de días, cuando se dio el anuncio que Bardo era la elegida para representar a México en los Oscar del próximo año. Esta es una noticia que lleva a retomar el rebozo – ese chal mexicano – en el que viene envuelta la nueva producción del director de Birdman, Babel y El renacido.

En cortito: sobre todo la prensa y crítica anglosajona  -y alguna de la europea- puso a Bardo por los suelos. «Trasfondo racista», acusó el director con la cabeza caliente y la indignación a mil. Mientras que una buena parte de la prensa especializada hispanohablante arropó con gusto a este filme de gran espectáculo y despliegue cinematográfico.

Bardo es una especie de rotundo, desconcertante y profuso striptease del alma de González Iñarritu, cuyo nombre se suele relacionar con egocentrismo y arrogancia. Una pregunta retórica: ¿qué director no lo es?

«Soy un pinche latinoamericano mexicano y esta película es muy chilanga,  profundamente mexicana», el tono de Alejandro es divertido, pero sin dudas contundente y sincero.

«Me da pena que no hayan podido ver la cantidad de capas que hay detrás», reflexionaba orondo, «creo que las referencias que hacen son muy anglo- europeas, nada más de (Federico) Fellini y tal, no conocen que también tenemos una cultura propia, muy rica, milenaria; de esta película le debo más a (Jorge Luis) Borges, a (Julio) Cortázar, a Juan Rulfo, a Octavio Paz y hasta a (Fernando) Pessoa y a (Luis) Buñuel que a Fellini o a Nino Rota».

«A lo mejor ofendió a algunos e incomodó e irritó a otros», hace una micro pausa y retomando el ánimo del que disfruta de la ligereza de alguien que ya lo ha enseñado absolutamente todo, concluye González Iñárritu: «De hecho me gusta, me siento como un niño travieso que tocó algo importante».

El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!

Apoya a El Nacional