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Tres poemas inéditos

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Aventado a la lejura

a los confines  de las últimas

fronteras

Sólo me reconozco en el transtierro

de una raza de hombres que vivió

y murió hostigada escarnecida por

los vilipendios de la bota uniformada

Estrujado mi rostro

embadurnado de hollín

tras los incendios magnánimos

atizados por las hordas

preteridas

desarrapadas

desdentadas

humilladas

ofendidas

violentadas por los viles

insultos de la infame sevicia

emancipatoria

Me solazo en mitad

del día con la sola

compañía de un cirio

tímido que exhibe

anémica flama fatua

Pienso compulsivo

en el moroso desfile

de los minutos mortuorios

en tránsito inevitable a los

ríos estancados

Bajo los hechizos

encantados de una

colonia de limos intemporales

quédome absorto aterido

cual columna dórica

inane exangüe anodina

y me contemplo sin pausa

cayendo vertiginoso

aguas abajo

hacia los terribles acantilados

de mi fracaso de ave migrante

 

II

Mis discretas evasivas

no sirvieron de nada

Inventaba sofisticados

ardides para no lastimas

tu delicada sensibilidad

Fuí cayendo lentamente

bajo el fulgor de tus

hechizos alelantes

cada vez más inevitables

Con morosa parsimonia

me fui dejando ir por tus

insistentes embelesos

subyugantes y me dejaba

embriagar

lentísimo pero definitivo

por los dulcísimos licores

evanescentes de tus albas

y turgentes colinas que

miraban deseosas a los

cómplices cielos matinales con

tímidas tonalidades mandarinas

al fragor de dilatados minutos

multiplicados que daban cuenta de

un tiempo sin escrúpulos sin

ápice de vergüenza

me elevaste contigo en

temblores santificados y

me llevaste a simas inconfesables

hasta las cumbres cismáticas

de la débil carne pecaminosa

herética bajo la plácida sombra

de tu fragante árbol negro

que clamaba por mis lácteos frutos

interminables

Mis vívidas pulsiones deseantes

se consumaban en ti

una y otra vez

Yo regresaba a ti

con ardor insaciado

a por más

como si fuera la primera

vez

No sé,

en verdad nunca

supe

cuántas veces me

zambullí en el mar de

tus sargazos

y subía enajenado a la

superficie de tus cielos

renovados y desafiantes

después de cada incursión

Al fin desperté

sudoroso y visiblemente

perturbado y ya nunca más

fui el mismo.

III

El río Turbio

llevaba sus raudales

con las violentas corrientes

a puertos desconocidos

Cada día cada noche

cada nuevo amanecer

la insistencia del río.

me golpeaba raudo

contra los tristes mosures

de la desdicha.

Y las flores mortecinas

de la Bora celeste

vaciaban sus fragancias

melancólicas en mis

alforjas imaginarias

el espejo inmóvil que

siempre me refleja

devuelve infinitas imágenes

de otro tiempo que siguen

fluyendo en mis venas

de indómito aborigen

trashumante

Yo bogo contracorriente

por entre los meandros

de una aldea fluvial hostil

enclavada sobre los

arrecifes de una discordia

sin fin que naufraga implacable

la nave de la estulticia

Mi hogar es un lugar inaccesible

un espacio sin espacio

una forma de estarse inquieto

que se desconoce y se esfuma

cuando apenas intenta nacer en mí

Yo soy el beduino fluvial que vive

itinerante

huyendo de sí mismo

el meteco hostigado

por los poderes terrenales

del hombre

La lengua mancillada

que se impide narrar.

 

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