Su mensaje, la noche del 4 de noviembre, fue claro: a Natalia Jiménez no la baja nada ni nadie de un escenario. Tras dos décadas de carrera, transcurridas sin descanso y con escalas musicales que van desde el pop, baladas, boleros y el regional mexicano, la galardonada artista llegó a Caracas, después de 12 años sin pisar suelo venezolano, para reencontrarse con un público ávido de su presencia, pero, sobre todo, enamorado de su música.
Fueron más de dos horas en las que la cantante y su poderosa voz inundaron cada rincón de la Sala Ríos Reyna del Teatro Teresa Carreño. Con dos funciones agotadas, la primera de sus dos presentaciones en la ciudad desbordó emociones y sentimientos en tres actos en los que gritos de amor, miradas embelesadas y aplausos fueron también protagonistas.
Preshow
El clima caraqueño fue misericordioso con la artista, la producción, y, por supuesto, los espectadores. Durante toda la semana, la ciudad estuvo a merced de la lluvia, pero este viernes todo estuvo a favor del esperado espectáculo.
La cita para ver a Natalia Jiménez estaba pautada para las 6:00 pm, pero pasadas las 7:00 pm aún no había mucha gente entrando al estacionamiento.
Hubo comentarios y muchas cejas levantadas en principio. «Qué raro que no haya colas kilométricas para ingresar al estacionamiento», «¿será mentira que vendieron todas las entradas?», «con el calibre de la artista, parece imposible que no se hayan agotado». Según la taquilla, los organizadores y la producción, el show del viernes estaba completamente vendido, al del sábado le quedaban unas 100 entradas aún por vender.
Siete y treinta. Ocho en punto. ¿Que se vivía en las afueras de la sala? Mucho ánimo, personas aprovechando para tomarse un vino o cerveza antes de entrar, grupos de periodistas grabando y tomando fotos, así como personalidades del medio artístico esperando por la función. Entre ellos destacaron el productor de televisión Hugo Carregal junto a su esposa, el exbeisbolista y cantante Antonio «Potro» Álvarez, Osmel Sousa y Juan Miguel, entre otros.
Una espera que valdría la pena
El reloj marcaba las 8:30 pm y el teatro estaba al 70% de su capacidad. El público, en su mayoría, era adulto contemporáneo. Sin embargo, resaltaba la presencia de una gran cantidad de adultos mayores. Los caballeros de este último grupo superaron en número a las damas en las primeras filas.
Mientras en tarima se desplegaban, a lo largo y ancho de una gran pantalla, informaciones referentes a los próximos conciertos que ocurrirían en Caracas, seguía llenándose la sala poco a poco.
Poco antes las 9:00 pm, aparecieron los teloneros. El joven arpista Alex Martínez, el mismo que impresionó a Metallica cuando versionó «Nothing Else Matters» con su instrumento, encendió los ánimos en la Sala Ríos Reyna.
Acompañado por tres músicos quienes tocaron tambora, bajo y cuatro, se pasearon por un variopinto catálogo de canciones entre las que destacó «Confesión» de King Changó, «Lamento boliviano» de Enanitos Verdes, «We Will Rock You» de Queen, «Hotel California» de Eagles, «Te quiero» de Hombres G y «El muelle de San Blas» de Maná.
Entre aplausos y vítores, al cabo de media hora se despidieron del público dando las gracias por la receptividad y cariño mostrado, a pesar de no ser tan conocidos… Hasta ahora.
Natalia Jiménez, el fenómeno
Un video de recuentos que comenzó como voz en off mientras las luces del teatro fueron llevadas a negro dio el inicio del esperado concierto en Caracas de Natalia Jiménez.
«Esta gran aventura a la que llamo vida empezó hace 20 años», narraba la española mientras aparecía un montaje de fotos de su infancia y adolescencia. «Cuando me mudé a México comencé a escribir esta historia en un lienzo en blanco que hoy se convirtió en mi legado».
A los 16 años comenzó a transitar el sendero de lo que sería su sueño. Hoy, con 40, es un fenómeno musical cuyo talento sobrepasa cualquier frontera artística. Un góspel en inglés acompasado con un juego de espectaculares luces azules le daría la bienvenida al escenario a Jiménez y un «¡Buenas noches, Caracas!» tan agudo como sus falsetes llenó el espacio de lo que prometía ser una noche inolvidable.
«Donde irán» fue su primer tema. Ataviada de negro, en altísimos tacones y con una sonrisa capaz de detener el tráfico, cantó a todo pulmón y se miró, cara a cara, con una fanaticada que ella misma catalogaría, en más de una ocasión, como su favorita en el mundo.
Por su parte, los caraqueños estaban embelesados. Los caballeros que tanto destacaban en las primeras filas, estaban boquiabiertos no solo por su sensualidad y belleza, sino por su voz. Impecable; aún mejor en vivo que en cualquier grabación. Entre gritos y ‘te amos’ su interacción con la audiencia fue bastante consecuente, casi una conversación.
“Estaba tan feliz de regresar Venezuela. No tienen ni idea de cuánto os amo y agradezco que estén aquí hoy. Os extrañé un montón, tíos».
El sonido, las luces, la banda y la puesta en escena, todos jugaron a su favor. Además, ella misma gozaba de un inagotable ánimo que resultó contagiante para los 2.700 espectadores que la acompañaban.
Ese segundo tema le bastó para, entre lágrimas, agradecer nuevamente el clamor, los gritos y la entrega de los venezolanos a quienes les debe tanto. «Me moría por sentirlos así de cerca», recalcó. «¡Gracias, gracias, gracias!».
El viaje musical
«Niña», «Perdición», «Tu peor error», «Algo más», «Daría» y «Sueños rotos» marcaría el primer bloque de su presentación; un recorrido por cada uno de los éxitos que la catapultaron internacionalmente y la convirtieron en ícono de una generación.
Durante la primera hora de concierto y entre fuegos artificiales e impresionantes luces de colores acompañándola en tarima, la exvocalista de La quinta estación recibió rosas de un admirador y gritos de admiración.
«Siempre voy a presumir el público venezolano. Siempre. Venezuela se lleva la batuta completa… ¡Que me parta un rayo ahora mismo, oye! Ahora mismo, me muero. No tienen ni p*ta idea», esta última frase la dijo sin micrófono, pero con toda la claridad de que las pantallas desplegadas en el escenario la estaban enfocando mientras hablaba. «Todos teníamos muchas ganas de reencontrarnos. Hace 12 años sentí lo mismo que hoy siento y no hay comparación. Esto es un sueño; ustedes lo son», expresó.
Hasta ese momento el público no se había parado de sus asientos. Le bastaba con los gritos y alzar las manos al compás de la música. Pero cuando «Recuérdame» sonó en el escenario, la Sala Ríos Reyna se paró completa de sus asientos, por primera vez, para rendirle tributo a la interpretación. En el ínterin, la misma Natalia lanzaba entre el público puñados de rosas blancas como recuerdo de su show.
Recapitulación
El segundo acto de la noche comenzó cuando el teatro volvió a bajar las luces y apareció, nuevamente, una voz en off que sonaba convencida y segura de que «hoy más que nunca, tenemos que creer en nosotros». Natalia dijo, sin una pizca de duda, que a su voz «no la calla nadie. Aquí, ahora, es lo único que importa. Gracias por creer en mí, por confiar. Gracias», manifestó.
De esta manera, le dio inicio a una pequeña recapitulación de su vida como artista, en donde un tributo a México y un sinfín de colaboraciones musicales con reconocidos cantantes fueron los protagonistas.
De vuelta al escenario, dejó atrás su sensual vestido y su bata de plumas negras, para lucir un hermoso vestido blanco de brillantes que casi la hizo parecer como si estuviese flotando en una nube. Así, comenzó su capítulo acústico.
«Tú y yo», «Tan solo tú», «La frase tonta», «Si quieres», «Lo mejor de mi vida» y «El color de tus ojos» fueron interpretadas como si de un en íntimo se tratase: ella sentada entre dos de sus músicos regalándole al público un performance lleno de romanticismo.
«Creo en mí» marcaría un antes y un después en el concierto. Luego de hora y media, hizo falta esa canción para que los asistentes, ahora sí, se levantaran de sus asientos y hasta corrieran al centro del escenario para poder conectarse más con la artista. «Para lo que no les importa lo que diga la gente. Para mí, para ti, porque creo en ti», le dio inicio a la canción más coreada de la noche.
«Uh-uh-uh-uh-uh, oh-oh. Creo, creo, creo en mí…», corearon todos los asistentes. Ella se arrodilló y lloró, una vez más.
Último acto
Al apagarse de nuevo las luces, miembros de su banda entretuvieron al público al ritmo del beat boxing, un solo batería, congas y guitarras. Una improvisación que se llevó elogios y aplausos de un público que clamaba por más Natalia Jiménez.
A los pocos minutos, el espacio que bautizaría la artista como el “Regional mexicano” sonaría haciéndole frente a su descomunal voz. Mariachis ataviados de blanco salieron a tarima para acompañarla y ella, al entrar con su sombrero de charro, bolera de brillantes y una falda rosada tipo tul, terminó de hechizar a su público.
«Cantar la música regional mexicana siempre fue un sueño. Es lo que más disfruto cantar y les agradezco por apoyarme. ¡Eso mi Caracas!», dijo con acento mexicano. Aprovechó para dedicarle esa parte de su presentación al reconocido cantante Juan Gabriel, gran amigo y maestro. «La vida no es igual sin ti aquí abajo, ¡te queremos y extrañamos!», exclamó lanzando un beso al cielo.
«Costumbres», «La gata bajo la lluvia», «Te lo pido por favor», «Ya lo que sé que tú te vas», «Amor eterno», «Se me olvidó otra vez» y «Quédate con ella» completarían esta última fase de canciones.
Un falso final con la promesa de encontrarse de nuevo con el público este sábado hizo vibrar la Ríos Reyna. «Otra, otra, otra». Y, por supuesto, con «El sol no regresa», que no podía faltar en el repertorio, los caraqueños se emocionaron al ritmo de la canción que selló el final de su concierto… O eso se creía. Después de arrodillarse por segunda vez y demostrar de nuevo su amor por el país, cerró la noche con «El Rey».
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