No importa de dónde vengas ni qué tipo de español hables. Si conversamos por más de diez minutos, es inevitable: mi acento porteño, desdibujado ya por casi tres décadas en Londres, se irá desvaneciendo aún más y, en un abrir y cerrar de ojos, estaré hablando como tú.
Lo siento. Antes me resultaba intolerable. Escuchar cómo tu forma de hablar se transforma y adquiere el acento de un país que ni siquiera conoces, mientras tu interlocutor te mira perplejo con la leve sospecha de que te estás burlando, no es fácil.
Pero con el tiempo fui entendiendo que no había mucho que pudiera hacer para aferrarme a una forma de hablar «más propia», y me resigné a conversar con tonadas andinas, acentos de la costa y zetas españolas colocadas donde no corresponden.
Mi elección de palabras, eso sí, es deliberada. Con la pandemia me habitué a decir mascarilla y no barbijo, hace años remplacé pollera por falda, digo mantequilla en vez de manteca, y dejé atrás al blazer para hacer lugar a la americana.
Afortunadamente el mimetismo es inglés es más leve. Mientras que en mis primeros años predominaba el acento de Belfast, Irlanda del Norte (culpa de una amiga), más tarde se impuso el de Edimburgo, Escocia, (cortesía del marido de otra).
Y es que, como descubrí hace poco, soy víctima de un fenómeno conocido como convergencia lingüística, algo que, en menor o mayor medida a todos nos pasa.
Convergencia fonética vs lingüística
«Cuando nos referimos al cambio de acento, a la forma en que pronunciamos, estamos hablando de convergencia fonética«, le explica a BBC Mundo Zuzana Erdösová, profesora de lingüística de la Universidad Autónoma del Estado de México.
Pero por lo general, «no se nos pega únicamente el acento cuando escuchamos hablar a otras personas, sino que también adoptamos su léxico. Es decir, las palabras que son típicas para un cierto grupo o para cierta región», añade.
Esta incorporación de los términos que emplea el otro, o la forma en que articula una frase, como construye su estructura, es lo que llamamos convergencia lingüística.
Mientras que la imitación del acento tiende a ser un acto inconsciente, la adopción de la estructura gramatical (como usar la forma activa o pasiva de un verbo, por ejemplo) y el vocabulario que usa nuestro interlocutor, tienden a ser una elección.
¿Por qué?
Las razones del cambio en el discurso son varias. Uno de los motivos está vinculado a la aceptación social, explica Erdösová.
«Dentro de cada sociedad imperan ciertas relaciones, jerarquías, y las personas con mayor conciencia de esto adecúan su hablar para logar aceptación».
«Si yo decido converger con la forma en cómo pronuncia la otra persona, es porque busco integración y cierto empate identitario», apunta la investigadora.
Mientras que si hacemos lo contrario —que se conoce como divergencia lingüística—, «estoy marcando conscientemente una distancia social entre mi interlocutor y yo».
Lacy Wade, profesora de Lingüística en la Universidad de Pensilvania, en Estados Unidos, coincide en que la gente cambia —consciente o inconscientemente— su discurso para mostrar afiliación con la otra persona.
«Es una forma de decir: ‘¡Hey, soy como tú!’ Es una forma de mostrar que te gusta o que quieres agradarle».
«Aunque muchas veces pase bajo nuestro radar y no nos demos cuenta de que lo estamos haciendo, eso no quiere decir que no sea un gesto motivado socialmente«.
«Hay ocasiones en que nos descubrimos en el momento en que lo estamos haciendo y podemos continuar si notamos un beneficio social positivo, o parar si nos damos cuenta de que era algo que no teníamos intención de hacer», agrega.
Otra de las razones de la convergencia está vinculada a nuestro afán de comunicación.
«Nos comunicamos mejor cuando estamos en la misma sintonía, cuando usamos las mismas palabras, porque entendemos mejor a quien suena como nosotros», explica Wade.
La sensación de hablar «en el mismo idioma», nos ayuda a mejorar la interacción.
Y, en tercer lugar, dice, es una consecuencia cognitiva automática de la comprensión del lenguaje.
«Hay investigaciones que indican que, cuando escuchamos hablar a alguien, guardamos esos sonidos en nuestra memoria, y esos sonidos influencian luego nuestro propio discurso».
Curiosamente, también ocurre que a veces modificamos nuestra forma de hablar no de acuerdo a lo que escuchamos, necesariamente, sino en función de nuestras expectativas de los que vamos a escuchar.
«Muchas veces estamos asumiendo lo correcto, pero en numerosas ocasiones nos basamos en creencias y estereotipos», dice Wade en relación a las imitaciones imprecisas y exageradas, como cuando asumimos que el otro es extranjero y no será capaz de entendernos, y le hablamos enunciado cada palabra y a viva voz.
Eso, comenta, puede ser problemático incluso cuando el hablante tiene las mejores intenciones.
Personalidad y facilidad para los idiomas
A lo mencionado anteriormente, se suma la personalidad y la facilidad que cada individuo tiene respecto a las lenguas.
Por un lado «hay personas más abiertas, otras más cerradas y hay quienes son más aptas con los acentos. Incluso algunas logran imitar perfectamente ciertos acentos o dialectos de algunas lenguas, como podrás ver en muchos videos de YouTube», comenta Erdösová.
«Es una cuestión de oído, y de cómo nuestro cerebro es capaz de procesar primero y distinguir cuáles son las diferencias fonéticas entre una región y otra, y luego de reproducirlas».
Wade admite que a ella también le sucede, por ejemplo, cuando ve una serie de televisión ambientada en el sur de EE UU.
«Cuando apago la TV después de ver un show con actores del sur o que ponen un acento de esa zona, me sorprendo hablándole a mis niños como una sureña. Al rato se me pasa», dice riendo.
Así que la próxima vez que estés frente un interlocutor con un acento diferente al tuyo, aguza el oído a ver si tu también eres proclive a la convergencia lingüística.
Este artículo es parte de la versión digital del Hay Festival de Arequipa, un encuentro de escritores y pensadores que se realiza en esa ciudad peruana del 3 al 6 de noviembre de 2022.
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