Tenía mucho tiempo de no escribir esta columna y reencontrarme con la página en blanco me dio un poco de miedo porque me estoy preparando para comenzar a escribir mi próximo guion cinematográfico, y no será un cortometraje como siempre, sino una película. Creo que retomar esta columna será un buen ejercicio de limpiar el ruido y las palabras que quieran salir de mi mente, complacer al periodista que siempre he sido y dejar que esta página aguante cualquier opinión disparatada y lógica, y que la página me recuerde segura de sí misma que es capaz de aguantar todo.
Escribir para cine y que la palabra se convierta en imágenes un proceso completamente diferente. Ser guionista y a la vez tener que pensar como productor comienza a condicionarte y te prepara para tratar la página de manera diferente, y dejas de pensar que la hoja en blanco es capaz de aguantar cualquier cosa. Es más, no puedes permitirle que aguante cualquier cosa. Todos los guionistas de cine independiente me entenderán, cuando el presupuesto, las locaciones, los días de rodaje nos limitan nuestra creatividad.
Empecé a leer el libro El camino del artista de Julia Cameron, conocida como la biblia de los creativos. En su portada se promueve como “un curso de descubrimiento y rescate de tu propia creatividad”. Uno de sus primeros ejercicios es pensar en tres personas o situaciones que durante tu infancia y crecimiento te frenaron la creatividad, personas que de una u otra forma te llevaron a limitar tu capacidad creativa o que simplemente la apagaron.
Hice el ejercicio y reconocí y concienticé que estas experiencias pasaron en mi escuela. Yo estudié en un colegio católico dirigido por una congregación de hermanos y en la que todos debíamos comportarnos y pensar igual, donde la disciplina era impuesta por el miedo, y en la que si dabas indicios de salirte de ese molde se prendían las alarmas y te mandaban al psicólogo. Recuerdo que el primer dibujo que me mandó a hacer la psicóloga fue un árbol. Y aunque era un dibujo, una forma de expresión artística, recuerdo que trate de hacerlo como ellos esperaban que lo hiciera y no como yo me lo imaginaba.
Aquí creo que comencé a meter al creativo que había en mi en una cajita. Los tres detractores fueron en este colegio, sin embargo, Carmen Luisa fue mi profesora de sexto grado y artista al fin, me vio por quien yo era, y me impulsaba a hacer cuanta actividad creativa se hiciera en el colegio. Nunca le agradecí, ni de adulto, creo que todavía estoy a tiempo de hacerlo; porque en este libro también te pide que pienses en tres grandes defensores de tu creatividad, y ella fue uno de ellos.
¿Te imaginas que todos los artistas fuéramos por la vida encontrándonos con estos defensores? Que los detractores no existieran, que no fueran capaces de reflejar sus propios miedos en nosotros y que ellos mismos se permitieran explorar ese lado de ellos. El mundo sería tan distinto. Habría menos abogados, médicos, ingenieros. No me cabe la menor duda.
¿Qué se sentirá escribir sin limitaciones? Solo por el hecho de escribir. Hagamos el ejercicio. Escribamos ese papel protagónico para la estrella que te estás imaginando porque simplemente te va a decir que sí. Recuerda que en este ejercicio no existe el no. No existe el no a la secuencia de acción que abrirá la película, a los más de quinientos extras huyendo de las fuerzas policiales mientras suena la banda sonora compuesta por Trent Reznor.
¿Si no hubiera tenido detractores de mi creatividad sería la misma persona que soy hoy? ¿Sería el mismo artista que soy hoy? ¿Mis sueños y mis escritos aún tendrían límites? ¿Seguiría condicionado? ¿Seguiría pensando que el camino del artista es a veces más difícil que el de un ingeniero? ¿Somos los rebeldes del mundo? ¿Debemos trabajar más duro que los demás?
Erradicar estas creencias no se hace de un día para el otro. Pero mientras más de nosotros nos hagamos esas preguntas, más rápido estaremos cerca de las respuestas.
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