Una frontera es por definición una línea de demarcación entre dos países. Ella puede ser muy útil para acercar dos realidades o para hacerlas refractarias y excluyentes. Puede servir para integrar espacios económicos y sociales, para concertar políticas o para que se produzcan enormes distorsiones.
Cualquier iniciativa que tomen los gobiernos de Colombia o Venezuela para desarrollar sus fronteras tiene que ser visto con interés. Es justo decirlo y bueno aplaudirlo. Pero que las dos administraciones, representadas por sus embajadores y parlamentarios, utilicen un tema tan trascendente y serio para hacer una vacía propaganda para cada gobierno ni sirve a buen propósito alguno ni nos engaña a quienes somos estudiosos de la binacionalidad. Y eso es lo que ha venido ocurriendo de unas semanas a esta parte.
Pero al fin alguien puso los puntos sobre las íes en el festín de declaraciones superlativas sobre las maravillas que va a producir la “re-integración” entre Colombia y Venezuela. Al fin alguien aterrizó las expectativas y señaló de manera clara por dónde hay que arrancar para que, al final, la reapertura traiga un beneficio medible y positivo para los dos lados. Y ese fue Gustavo Petro. El mandatario hasta tuvo la paciencia de esperar un mes entero para dimensionar el comercio intrafronterizo: “Apenas dos millones y medio de dólares en mercancías atravesaron la línea de frontera! ¿Y el resto?”, preguntó.
Está bien claro el cordobés Petro cuando le exige a su ministro de Comercio y a los uniformados de lado y lado que den por terminadas las actividades ilícitas que son las que realmente hoy están configurando una “frontera viva”. Es preciso comenzar por poner orden y por desmontar los negocios irregulares que se han estado dando desde y hacia Venezuela a través de las trochas, si de verdad queremos todos hablar de paz y de progreso.
El regaño no fue solo para sus funcionarios. Hace apenas unos días más de 60 parlamentarios de los dos lados se reunieron para poner la primera piedra de la relación constructiva que se va a armar en las fronteras del eje Apure- Arauca, de Táchira y Norte de Santander y de Zulia y la Guajira. Puras frases altisonantes fueron de nuevo la tónica de los congresistas, pero ni una palabra sobre el desmontaje de las actividades ilegales que se desarrollan con la participación de las Fuerzas Armadas de los dos lados y que se nutren del tráfico de personas, de mercancías y de droga, y de las lacras del secuestro y la extorsión.
“La frontera es para las gentes, no para las mafias”, dijo el presidente y se anotó una buena. Nos quedó claro a todos que el hombre no es cogido a lazo. Gustavo Petro les leyó la cartilla a todos los que se ufanan –Maduro incluido– de estar trabajando en pro de la integración cuando en la realidad están cerrando los ojos y auspiciando las inmensas irregularidades y crímenes que rodean la vida de las fronteras.
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