Amou Haji, el ermitaño iraní que había sido ungido por los medios como «el hombre más sucio del mundo», murió a los 94 años de edad, dos meses después de que accediera a lavarse por primera vez en más de medio siglo.
Haji vivía aislado en Dejgah, un pueblo de la provincia de Fars, fumando los cigarrillos que le entregaban otros ciudadanos, quienes intentaron sin éxito que su desaseado vecino se relacionara con el agua y el jabón, elementos que supo esquivar durante medio siglo por temor a enfermar.
Paradójicamente, y tras ceder a las presiones de sus abnegados vecinos, Haji decidió lavarse. Según la BBC, que cita a la agencia iraní de noticias IRNA, poco después de ello enfermó y acabó muriendo el domingo.
Sin embargo, lo más probable es que su deceso estuviera relacionado con su dieta a base de carne podrida y agua en mal estado que bebía de una vieja lata de aceite, muy lejos del que afirmó que era su plato favorito allá por 2014, el puercoespín, según dijo en una entrevista para Tehran Times en la que reveló que vivía en un agujero dentro de una choza que le habían construido.
En aquella entrevista reveló que decidió optar por este estilo de vida debido a una serie de «contratiempos emocionales» cuando era más joven, una decisión que con el paso de los años embadurnó su piel con hollín y pus.
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