Tras dos años de pandemia, el lunes 3 de octubre las clases presenciales volvieron a Venezuela, sin lugar a dudas una buena noticia para muchos venezolanos conscientes de la necesidad de recuperar la normalidad en la vida cotidiana y para quienes están conscientes del esfuerzo que tendremos por delante para recuperar el tiempo que se perdió durante este lapso académico, donde la educación a distancia mostró sus debilidades en una sociedad como la venezolana, alejada de las capacidades tecnológicas necesarias para trasplantar el liceo a la casa.
Como es natural el hecho fue celebrado por la red de medios públicos, quienes aprovecharon la fecha para hacer actos de campaña mostrando la recuperación de los liceos, celebrando la buena disposición del gremio docente y anunciando su compromiso de apoyar a las familias venezolanas con la vuelta a clases, un proceso que ha convocado a las aulas a más de 8 millones de niños y jóvenes, según cifras oficiales.
Denimar tiene sus dudas sobre este ánimo de celebración. Con doce años de experiencia como docente en un liceo en Nuevo Horizonte, Caracas, la profesora nos advierte que el regreso a clases es un reto muy grande. En principio las condiciones salariales y laborales que se le han impuesto al gremio docente ha hecho que muchos profesionales estén perdiendo su compromiso para atender un proceso educativo con las peculiaridades como el venezolano, donde falta personal en los colegios, donde muchos alumnos no cuentan con una red de apoyo familiar que lo acompañe durante su educación y donde es necesario, en muchos casos, retomar casi en el mismo punto donde se interrumpió las clases con la llegada del covid 19 en 2020. ¿Cómo puedes exigirle a un maestro atender aulas repletas de muchachos con necesidades pedagógicas específicas, cuando tiene que buscarse la vida al salir del liceo?, se pregunta Denimar quien para sobrevivir, al salir de clases, tiene que llenar su día con tareas dirigidas en su casa y con los pedidos en repostería que tiene que atender, iniciativas que ha emprendido en los últimos años para tratar de cuadrar las cuentas familiares. Y es que solo para cubrir la compra de útiles escolares y uniformes para su hija, con el salario que devenga como maestra, tendría que trabajar un año entero.
No tiene tiempo para nada que no sea trabajar, reconoce.
Quienes se dedican a la docencia, nos recuerda Denimar, lo hacen por vocación, pero el compromiso no es correspondido. La eliminación de los incentivos la llevó a la calle, junto a sus compañeros, en contra del llamado Instructivo Onapre, una causa justa que de momento no ha tenido un final feliz para el gremio docente, que se ha tenido que conformar, al parecer y por ahora, con un bolso y unos zapatos. Sin embargo no tira la toalla, hay mucha lucha que dar y “los buenos somos mayoría” nos dice.
El optimismo de Denimar es genuino. Desde hace meses participa en los talleres de formación para líderes comunitarios en Mi Convive y ha encontrado en estos espacios, muchas coincidencias con su vocación docente: hay que aprender a formar a los niños en el aula, a la gente en la calle, aprender a tener una meta en común, defender pacíficamente lo que es tuyo, trabajar en el espacio comunitario por una mejor calidad de vida, por el país que queremos.
El enorme parecido que existe entre el colegio como espacio de formación y crecimiento personal y la comunidad, lo “público”, como el lugar para formación los ciudadanos en valores, es evidente. En nuestros años de experiencia en Mi Convive hemos aprendido que la escuela es donde se concentra el reservorio de los valores democráticos de nuestro país, es un punto de encuentro para el trabajo compartido, voluntario, para la puesta en marcha de proyectos comunes, es el lugar donde se resume lo mejor de la vida comunitaria. El liceo es el corazón de una comunidad, el punto de partida donde se atan voluntades y se trabaja por el futuro. Todo lo que se haga en torno al aula de clases redunda en beneficio de los niños y jóvenes y es un lugar para la organización popular que lucha por el cambio en el país.
Invertir esfuerzo, tiempo y recursos en la escuela, en los maestros, en los padres que acompañan a sus hijos en su formación, es una forma de trabajar por el bien común de todos en la comunidad. Bien nos lo dijo Denimar: los niños no son nuestro futuro, ¡son nuestro presente!
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