La guerra civil se ha desatado en el capítulo nueve de House of The Dragon, tras la muerte de Viserys I y el desarrollo de una conjura, con tintes de golpe de Estado, que purga a cualquier disidente en un “Concilio Verde”, liderado por la esposa del rey muerto y la Mano, villano descubierto de la serie, con el propósito de instalar a Aegon Targaryen en el trono de hierro.
Más que un “Concilio Verde”, se trata de una “guerra roja” que se disfraza con los eufemismos del lenguaje y la apariencia, para mover la rueda en dirección a los tronos de sangre que profetizó Shakespeare en Macbeth y King Lear.
El final es una película dividida en dos mitades, tal como hemos visto en las grandes sagas del milenio.
La primera expone la conspiración orquestada por Alicent Hightower, al hacer una interpretación interesada de las palabras que susurra su esposo en el lecho de muerte, donde anuncia el ascenso de la niña de sus ojos, Rhaenyra, según la profecía contenida en la Canción de hielo y fuego.
Sin embargo, la viuda escucha lo que quiere y organiza un complot, para coronar a su hijo como Monarca de los siete reinos, a pesar de que el chico carece de don de mando, es un bueno para nada, un príncipe consentido, promiscuo y descarriado, cuya vida se consume entre bares de alterne y veladas dionisíacas en las periferias del Poniente.
El “Concilio verde” se impone con las formas de una autocracia, al romper con cualquier idea de transición democrática y plural, abierta a la consulta del soberano, de salida con el pueblo.
En su lugar, los traidores escenifican una pantomima cruel de una suerte de asamblea constituyente en tiempos de miedo y urgencia, destinada a cancelar el ejercicio político por la vía de la fuerza, el asesinato y la espada.
Por tanto, el episodio confirma la lectura que ha elaborado House of The Dragon, sobre el destino despótico y fascista que se ha desplegado en el mundo, como una mascarada populista de mafias que asaltan el poder, con el fin de proclamar a sus tiranos.
Si las dictaduras aspiran a la eternidad, como en Rusia, la muerte de sus jerarcas ponen en aprietos la estabilidad del sistema oligárquico, provocando las cacerías de brujas que notamos en China, al tiempo del fallecimiento de Mao, las contradicciones y batallas intestinas que todavía desangran a la república bolivariana, después del luto de Chávez.
De modo que House of The Dragon va perfilándose como una parábola, como una alegoría moral acerca de las puñaladas traperas que reciben los valores soberanos, cuando los gobernantes trabajan más por la instauración de sus agendas y candidatos rotos, que por el bien de los ciudadanos.
Fíjense que en el capítulo nueve, la Mano convoca a reuniones de deliberación que son una farsa, para ahogar el debate bajo un manto de impunidad, persecución, encarcelamiento, desaparición y una ola de cadáveres.
El Concilio Verde opera como aquellas elecciones de gobernadores y alcaldes de oposición, obligados a inclinarse en Miraflores y a juramentarse ante las cortes autoproclamadas del PSUV.
El que ose a llevar la contraria, tendrá que sufrir o el destierro, o la prisión, o la pena de muerte o la corrupción de su alma, como el caso de la propia Alicent, que se desnuda y prostituye, buscando afianzar su plan de conquista.
El fin justifica los medios, al precio de instituir un régimen de pecado y sombras, mediante el acto de una conmemoración demagógica, con un príncipe desprolijo que tampoco se cree el asunto, que asume el papel forzadamente, y que la inocencia del pueblo celebra por el terror y la solemnidad circense que despiertan los rituales de manipulación propagandística.
Misteriosamente, Rhaenyra permanece en un estratégico fuera de campo, durante todo el episodio, seguro porque cobrará un protagonismo importante en el cierre del capítulo diez.
Anticipando el gran final, Rhaneys Velaryon aparece montada en un dragón, hacia el desenlace de la tramoya de transición. El monstruo desata su furia, cual Kraken liberado, acabando con el simulacro de la coronación.
De inmediato, la reina que nunca fue se despide sobre su bestia desatada, anunciando que los dos bandos están claramente marcados.
Cualquiera sea la resolución del conflicto, House of The Dragon resume el clima de belicismo, social y cultural, que caracteriza al siglo XXI, a la humanidad actual en general.
Incluso supone una interpretación de las discusiones que mueven al planeta, en función de los derechos civiles, la confrontación de sexos, los méritos reales versus los linajes y privilegios que se consideran problemáticos.
Una pintura, eso sí, que es abierta a la polisemia, a la creación de un cuadro lleno de matices y gradaciones, producto de una escritura tridimensional que rehúye de los estereotipos y las correcciones políticas.
Ahí estriba la fascinación que ejerce sobre nosotros.
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