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Tragedia salarial socialista

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Todos sufren en Venezuela esta tragedia;  o, por lo menos, aquellos que tienen la suerte de percibir el risible salario actual en este gran reino del desempleo. A nadie le alcanzan las cifras de los ingresos, por cierto, desalarizados. Esto es, con el incremento de bonos y cestatickets que nunca se reflejarán en las prestaciones sociales, como si faltara poco, ni en el poder adquisitivo que dejó de ser accesible al pueblo. Claro con sus acostumbradas excepciones de sectores que su ajuste va más de la mano con el tema inflacionario, como es el sector militar o los cercanos al centralismo gubernamental.

Valga la doble o triple paradoja de un socialismo, que se contradice con lo escrito por sus propios padres, lo que remueve a Karl Heinrich Marx​​ en su tumba. Un socialismo que desconoce el trabajo y la ética del trabajo, le niega todo valor económico, entierra a la mismísima clase obrera de la que dice ser proveniente y la trastoca en un extenso sector de la marginalidad. Le niega el derecho de luchar por mejores ingresos; evita toda contratación colectiva o seguridad social; no paga retribuciones salariales justas: y promueve –cuando les conviene y aceptan– sindicatos oficialistas, dependientes de la dictadura y sus migajas. ¿Qué puede esperarse en la clase media si han politizado los tribunales y la Inspectoría del Trabajo?

Entonces, la sola lucha por un justo ingreso es una bandera irrenunciable. Y lo digo porque, en estos días, leí a un crítico, supuestamente de la oposición, que decía que tratar de levantar esa bandera era un error porque la cosa va más allá: es necesario cambiar el modelo económico, la estrategia de desarrollo y sin dejar a un lado el modelo político. Esa visión puede o no  ser cierta, pero no debemos esperar a ese cambio para denunciar los destrozos del socialismo del siglo XXI,  pues, entonces, no podría hablarse de la escasez de medicamentos, la desatención  hospitalaria, la desaparición de alimentos, en resumen, la galopante destrucción de toda aquella necesidad básica. En nombre de la mejor teoría (macro)económica, renunciaríamos simplemente a las evidencias, a los hechos, al testimonio real de la gente a la que no le alcanza la plata para sobrevivir, en beneficio del argumento econométrico o de cualquier otra abstracción que es la que le conviene a la dictadura.

Quienes tienen a un familiar entre los 4 o 6 millones de la diáspora, reciben una remesa que les ayuda a paliar la situación, pero ¿qué será de los  25 o 30 millones de venezolanos que continuamos tercamente en Venezuela con la esperanza de liberarla? Se me antoja que esas voces supuestamente críticas esconden una falta de compromiso político con la coyuntura que se vive. ¿Por qué los gremios y organizaciones deben renunciar a izar esa bandera que es de verdad, nada inventada?

Justamente, aquí residen los problemas: el de las evasiones, el de hacerse el loco y tomar el atajo de la especulación académica que nada dice, nada revela, ningún asidero tiene, puesto que sus respuestas no se afincan en la realidad –la inmediata, la directa, la sentida, la sufrida–.  Debemos analizar en perspectiva el desastre y sus correcciones, es cierto, pero nunca renunciar a la situación muy concreta y real de un socialismo que rebasa, supera, se lleva por delante, deja en pañales las propias denuncias de Marx sobre el capitalismo. 

Debemos aceptar que el gremio médico, el de enfermeras, el de las universidades, por mencionar ejemplos, tienen el derecho –y se lo agradecemos– de revelar cuán inmensa es la tragedia de todos los venezolanos que tienen algo de ingreso o, peor, los que no lo tienen. Pero faltan más sectores que todavía callan para evitar represalias, que no se dan cuenta, que si no dan un paso adelante ni para sobrevivir les alcanzará. Seguiremos en este camino hacia una sociedad de mendigos, como lo diseñó el filósofo de sabaneta en su socialismo del siglo XXI.

@freddyamarcano

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