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Historia y memoria: tres mártires rioplatenses (1934-1936)

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Héctor Valdivielso Sáez

Las persecuciones a los cristianos vienen de tiempos inmemoriales de nuestra civilización, donde a costa de su sangre mártir se forjó esa Fe y esa cultura que impregnó con sus raíces a Occidente. Ese hostigamiento hoy continúa en distintos lugares del mundo como en China, Nicaragua o Nigeria, por citar sólo algunos países donde son perseguidos y asesinados inclusive, como es el caso en el país africano por grupos fundamentalistas islámicos.

En tiempos modernos, podemos citar la matanza de la Vendee por parte de la triunfante Revolución en Francia en 1789, constituyendo el primer genocidio en Europa occidental, donde más de 90.000 personas, incluidos religiosos, campesinos, ya sean hombres, mujeres, niños y nobleza rural, fueron asesinados por el hecho de ser monárquicos y fieles a su creencia religiosa.

Ya en tiempos contemporáneos, surgida la Revolución bolchevique en 1917,la persecución y muerte de clérigos fue una constante, emulado por los regímenes chino de Mao Tse-tung, o de la Yugoslavia de Josef Tito, por citar algunos ejemplos. En Hispanoamérica la persecución a la religión en México por el dictador Plutarco Calles, motivo la resistencia y lucha, en lo que se conoce como las Guerras Cristeras, que se extendió de 1926 a 1929.

En España, iniciada la República de 1931, de corte liberal, los movimientos revolucionarios compuestos por el socialismo, el anarquismo, el comunismo, como su variante trostkista, fueron cobrando fuerza, que se extendía por toda Europa, ya sea en sus centrales sindicales como en sus líderes políticos. Un común denominador a todos ellos, más allá de diferencias, fue llevar adelante un proceso revolucionario mediante el recurso de la violencia para la toma del poder. Entre sus enemigos a destruir “del orden burgués”, radicalizados a partir de 1934, se encontraban las fuerzas políticas conservadoras, liberales, monárquicos, falangistas, es decir, todas las variantes políticas y sociales de las derechas, variadas de por sí, como asimismo la Iglesia y los católicos. Tanto en la revolución fallida de 1934, o a partir de 1936, donde llega al poder el Frente Popular, los católicos, por el solo hecho de serlos, fueron puestos en la mira y perseguidos, sus iglesias y conventos profanados e incendiados.

Estallada la Guerra Civil en julio de 1936, luego del asesinato con connivencia de sectores del oficialismo, del parlamentario opositor José Calvo Sotelo; entregadas armas a los partidos y sindicatos de izquierda, se iniciará en la retaguardia republicana, tanto en Madrid como en Cataluña, que se profundizará con la presencia de asesores, agentes y comisarios políticos soviéticos, la caza, persecución, tortura –muchas veces con vesania y sadismo- y muerte, de religiosos, ya sean estos obispos, frailes, sacerdotes, monjas, seminaristas y novicias, llegando en el transcurso del conflicto a la escalofriante suma de 7.000, constatados, religiosos asesinados.

Tales son los casos de Héctor Valdivielso Sáez, argentino, hermano lasallista, fusilado a los 24 años en Turón, Asturias en 1934 y las laicas uruguayas Dolores y Consuelo Aguiar Mella Díaz, asesinadas luego de ser violadas en la checa de San Miguel de Madrid, por milicianos comunistas en septiembre de 1936. Se menciona el caso en el libro El Terror Rojo en España, edición de 2020, de José Javier Esparza, un minucioso y documentado trabajo de investigación, repleto de datos y documentos sobre los crímenes cometidos por el bando republicano. Asimismo  el escritor uruguayo Diego Fischer lo relata con detalles en su crónica histórica publicada en el libro Cuando todo pase, publicado en 2021, donde resalta el papel jugado por la Legaciones iberoamericanas como la de Uruguay, la Argentina, Chile, Perú y México, que salvaron innumerables vidas.

Como los casos del hermano Valdivielso, primer santo argentino y de las  uruguayas beatas-mártires  Aguiar Mella Díaz, no estarán incluidas en la nueva Ley de Memoria Histórica Democrática promovida por el gobierno de Pedro Sánchez, es que quisimos  brindarles desde estas playas, nuestro recuerdo y homenaje.

Héctor Valdivielso Sáez

Nació en Buenos Aires, en el porteño barrio de Boedo, el 31 de octubre de 1910, siendo sus padres los españoles Benigno Valdivielso y Angulo y Aurora Sáez Ibáñez, oriundos de Castilla, quienes como tanto otros habían partido hacia la Argentina en busca de mejores horizontes y oportunidades. Fue bautizado en la hoy desaparecida iglesia de San Nicolás de Bari, en la misma pila bautismal donde Jorge Luis Borges recibiera el sacramento. La pila se conserva hoy en la nueva iglesia del mismo nombre. Cuando Héctor tenía cuatro años, sus padres decidieron retornar a España e instalarse en la localidad de Briviesca. A los 12 años, junto a su hermano mayor ingresó al internado de los Hermanos de Las Escuelas Cristianas, los Lasallistas, realizando el noviciado menor en la Casa Misionera de Lembecq-Lez-

Hall, en Bélgica. En 1926 recibió los hábitos con el nombre de Benito de Jesús, regresando a España y comenzando su tarea de educador en Astorga, León, tanto en niños como jóvenes. En una de sus cartas a sus padres le expresó que ambicionaba “ir a misionar a su patria argentina, en algún momento de su vida”, tal como lo relata uno de sus biógrafos, el hermano Telmo Meirone en su libro Héctor Valdivielso Sáez. El primer santo argentino, editado en Buenos Aires en 1999.

En 1933 fue destinado al pequeño pueblo de Turón, a pocos kilómetros de Oviedo, donde la congregación poseía un colegio, Nuestra Señora de Covadonga, en el cual se educaban niños del poblado y de la zona, muchos de ellos hijos de mineros. Además del magisterio, volcaba en los jóvenes su apostolado religioso, colaborando a su vez, con la prensa católica como ya lo había hecho en Astorga. Sobresalía por su carisma entre los alumnos, como por su vocación caritativa, tal como lo señalaron los testimonios de los propios habitantes que lo conocieron en aquellos años de tragedia y que intentaron pedir por la vida de los hermanos.

Llegado octubre de 1934, estalló la revolución de las izquierdas contra el gobierno de la República, resultando fallida en casi toda España, salvo en Asturias donde tuvo éxito con los comités socialistas y comunistas lanzados a las armas donde obreros y mineros en gran parte, manejaron el poder durante veinte días, hasta que fueron derrotados por el Ejército, enviado por el gobierno republicano.

El 5 de octubre, los milicianos revolucionarios asaltaron el colegio y la casa de los hermanos lasallistas, con la excusa de buscar armas escondidas, algo que evidentemente no hallaron, ya que los religiosos fueron considerados “enemigos del pueblo”. Arrestados, se los trasladó a la Casa del Pueblo, sede del partido Socialista, donde quedaron encarcelados. Allí compartieron prisión junto a civiles, efectivos de la Guardia Civil, funcionarios de las empresas del lugar, integrantes de Acción Católica como los sacerdotes de la localidad. Esperando su destino, se confesaron los ocho religiosos con el sacerdote Pasionista Inocencio de la Inmaculada y entre rezos del rosario, se dieron fuerza unos a otros.

El Comité Revolucionario conformado por seis comunistas, seis socialistas y un anarquista integrante de la CNT decidieron por votación el fusilamiento de los hermanos, con la sola oposición de Fermín López, dirigente de las juventudes socialistas y Leoncio Villanueva, concejal  del PSOE . En la madrugada del 9 de octubre, los hermanos y el sacerdote fueron sacados por el piquete de milicianos al mando de Silverio Castañón, haciéndolos caminar de dos en dos hasta el cementerio, lugar donde ya habían preparado una amplia fosa. Castañón dio la orden de fuego y los hermanos cayeron acribillados por la fusilería miliciana; luego rematados  a pistoletazos y en el caso del hermano Cirilo,  con una maza que le separó la cabeza del cuerpo. Esto fue declarado por el propio Castañón, ya prisionero luego de sofocada la revolución, en el proceso que lo llevo al pelotón de fusilamiento.

En ese luctuoso 9 de octubre de 1934 sellaron los religiosos su condición de mártires. Estos eran sus nombres:

    • Hno. Cirilo Beltrán (José Sanz Tejedor. Director)
    • Hno. Marciano José (Filomeno López López)
    • Hno. Victoriano Pío (S. Millán de Lara)
    • Hno. Benjamín Julián (Vicente Alonso Jaramillo de la Fuente)
    • Hno. Augusto Andrés (Román Martínez Fernández)
    • Hno. Benito de Jesús (Héctor Valdivielso Sáez)
    • Hno. Aniceto Adolfo (Manuel Seco Gutiérrez Celada Marlantes)
    • Hno. Julián Alfredo (Vilfredo Fernández Zapico Cifuentes de Rueda)
    • Padre Inocencio de la Inmaculada (Manuel Canoura Arnau y Santa Cecilia. Sacerdote Pasionista)

Luego de derrotada la revolución, la fosa común fue abierta y exhumados e identificados los cadáveres y trasladados a la casa de los Hermanos de la Caridad en Bujedo, la misma donde Héctor Valdivielso había iniciado sus primeros pasos vocacionales, y enterrados en una tumba especialmente construida para los mártires.

Tuvieron que pasar muchos años para que los llamados Mártires de Asturias fueran beatificados y luego, en el caso de Héctor, santificado.

El 29 de abril de 1990, el papa Juan Pablo II en solemne ceremonia en Plaza San Pedro en Roma elevó a la beatitud a los hermanos Lasallistas. El mismo día, en Nicaragua, la joven Rafaela Bravo Jirón, desahuciada por padecer un cáncer terminal de útero, fue considerada medicamente curada y sana. Ella había rezado dos novenas al ya beato Héctor y sus compañeros. A raíz de este hecho, médicamente documentado, se inició el proceso que llevó a que el domingo 21 de noviembre de 1999, con la presencia del entonces presidente argentino Carlos Menem, en solemne celebración en Ciudad del Vaticano, S.S. Juan Pablo II canonizó a ocho religiosos Lasallistas, un padre pasionista y dos sacerdotes italianos. El hermano Benito de Jesús, Héctor Valdivielso Sáez, se convertía así en el primer santo argentino en ascender a los altares.

Dolores y Consuelo Aguiar Mella Díaz

Dolores, nacida en Montevideo en 1897, y Consuelo, al año siguiente en 1898, fueron bautizadas en la histórica Iglesia Matriz, la catedral de la capital de la República Oriental del Uruguay. Eran hijas del matrimonio del español Santiago Aguiar Mella López y de la uruguaya Concepción Díaz Zavalla, de antigua prosapia criolla, quienes tuvieron ocho hijos.

 

Aguiar se había establecido en la capital oriental ejerciendo su profesión de abogado y realizando negocios. Allí conoció a Concepción con quien se casó en 1892. Los avatares económicos y fallidos proyectos, hicieron que la familia volviera a España, fijando su residencia en Madrid, donde instaló su estudio de abogado. Muerta su mujer en 1905, Don Santiago hizo ingresar a sus tres hijas mujeres, Dolores, Consuelo y Trinidad al colegio Nuestra Señora de las Escuelas Pías de la Congregación de las Hijas de María, las conocidas como Escolapias, en Carabanchel y a sus hijos varones Teófilo, Jaime y Santiago en el colegio de los jesuitas.

Familia de fuerte convicción religiosa, tanto Dolores como Consuelo se impregnaron de la labor de las Escuelas Pías, participando en su acción social en los barrios humildes de Madrid, que brindaban junto a sus tareas educativas. Allí terminaron egresadas en sus estudios de magisterio.

En 1918, Dolores sintió la vocación religiosa y quiso ingresar a la orden, pero una pulmonía bilateral que la afectó de por vida, se lo impidió, ya que su físico no le permitía realizar las sacrificadas labores de las escolapias. Su sentir religioso la volcó consagrando su vida como laica, viviendo junto a las hermanas y colaborando con ellas en su actividad, tanto pastoral como social.

Consuelo vivió junto a su padre que falleció en 1929, a los setenta años, trasladándose a Toledo donde ingresó como administrativa en las oficinas de Catastro local, alternando su vida entre Toledo y Madrid junto a sus hermanos. Uno de ellos, Teófilo, se casó con la española Valentina Serrano y se desempeñó como vicecónsul del Uruguay ante España. Cabe mencionar que el Uruguay fue el primer país iberoamericano en reconocer al gobierno republicano en 1931. Ya en ese año, pero sobre todo a partir de 1933 a 1936, la izquierda revolucionaria, cumpliendo el mandato de la Internacional Comunista, se volcó a la acción violenta callejera, que era respondida por las fuerzas de derecha. El caso mencionado de la revolución asturiana, aún contra el gobierno de la República en 1934, es un ejemplo claro que estos sectores buscaban mediante la acción armada lograr sus objetivos, como bien lo documenta el gran hispanista Stanley Payne en  su libro El Camino al 18 de Julio, para la toma del poder. Los ataques a la Iglesia, con incendio de muchas de ellas, profanaciones de tumbas inclusive, por parte de los activistas socialialistas, anarquistas y comunistas se hicieron moneda corriente, denunciados por los parlamentarios de la oposición en las Cortes, sin que el gobierno actuara al respecto para impedir dichos ataques. Llegado 1936, donde asume el Frente Popular, será alentado desde el propio gobierno, por los sectores más sovietizados. La Iglesia era un objetivo a destruir, al ser considerada una aliada histórica de la monarquía. La consigna fue que España debía dejar de ser católica, a como fuere.

En este ambiente turbulento, donde ya muchos dirigentes y figuras de las variadas derechas habían sido encarceladas, bajo argumentos de todo tipo, se produjo el asesinato con alevosía y premeditación del parlamentario  José Calvo Sotelo, produciendo un quiebre que dio cauce al levantamiento cívico militar del 18 de julio de 1936 y al inicio de la tragedia de la guerra civil que se extendería por tres largos años. El armado de las milicias populares y sindicatos socialistas como la UGT o la anarquista CNT, dio luz verde a una ordalía de sangre y persecución hacia opositores, a la Iglesia y sus representantes, en la retaguardia controlada por el gobierno republicano.

El colegio de las monjas escolapias fue asaltado y algunas monjas detenidas. Dolores y Consuelo Aguiar, munidas de pasaporte uruguayo y ostentando brazalete con la bandera de su país, como lo hacían todos los miembros de las legaciones extranjeras, se ocuparon de ubicar a las novicias y a la madre María de Jesús (María de la Encarnación de la Iglesia y Varo) en domicilios de familias conocidas, dando resguardo de su prisión y vida. Dolores vivirá con ocho monjas escolapias cerca de la Puerta del Sol, ganando la calle con su brazalete y portando una cruz sobre su vestimenta, comprando alimentos para distribuir entre las religiosas escondidas en distintos lugares de Madrid. El sábado 19 de septiembre, mientras cruzaba la plaza para llevar leche y comida a unas monjas, fue raptada por cinco milicianos con pañuelo rojo al cuello que la subieron a un auto por la fuerza.

El mismo día Consuelo recibió la visita de un miliciano con una nota firmada por su hermana en la que le expresaba que sus captores le pedían la concurrencia de la madre María de la Yglesia para “aclarar” una situación y que así sería liberada. La religiosa, con una pierna quebrada, apenas pudiendo caminar, fue acompañada por Consuelo con su pasaporte y brazalete uruguayo, cayendo en la trampa tendida. Fueron llevadas en automóvil hacia la Iglesia de San Miguel Arcángel, ya  profanada y donde se había establecido una checa de milicianos comunistas de Aragón que funcionaba como centro de detención, tortura y muerte. Todo indica que esa checa -las hubo por centenas-, respondía a la estructura de mando de Dolores Ibarruri, la líder comunista. En ese siniestro centro, Dolores y Consuelo Aguiar luego de ser violadas y golpeadas, fueron asesinadas junto a la madre escolapia María de la Yglesia, de un disparo en la nuca. Sus cuerpos ultrajados aparecieron en la morgue y fueron reconocidos por su cuñada Valentina Serrano acompañada por el cónsul uruguayo Francisco Milans, pudiéndoles dar sepultura en el cementerio de la Almudena.

El asesinato conmocionó a las embajadas extranjeras, en particular a las hispanoamericanas. El diario El País de Montevideo tituló, en su edición del 23 de septiembre: “Escándalo. Fusilaron en Madrid a distinguidas compatriotas, las Señoritas Aguiar”.  El hecho tuvo repercusión internacional y el presidente del Uruguay Gabriel Terra, del Partido Colorado, luego de consultar con una figura emblemática de la otra fuerza histórica de la oposición,  del Partido Nacional o Blanco, Luis Alberto de Herrera (abogado, historiador, periodista, diplomático y bisabuelo del actual presidente Luis Lacalle Pou), que lo apoyó, convocó a su Consejo de Ministros y rompió relaciones con el gobierno de la República, quedando los intereses uruguayos a cargo de la embajada argentina. Como señala Diego Fischer, en su magnífico libro, este asesinato de dos mujeres con inmunidad diplomática y hermanas del vicecónsul uruguayo, no fue un desborde de la orgía de sangre que se sucedía a diario, sino un macabro mensaje a todas las embajadas extranjeras que daban asilo y protección a los perseguidos por las milicias rojas, en particular a las hispanoamericanas. Cabe resaltar que la Argentina, un país de peso en ese tiempo, destinó  dos buques de su Armada, el crucero “25 de Mayo” y al destructor “Tucumán”, que entre noviembre de 1936 y abril de 1937 realizaron más de una docena de viajes con destino a Portugal, Francia e Italia, evacuando a unas 1.500 personas, tal como lo asevera Fischer, como otros autores, salvándolos de una muerte segura. En dichos navíos argentinos viajaron muchos refugiados en las legaciones uruguaya, argentina, chilena y peruana.

Recién en 1984 se iniciaron las gestiones ante el Vaticano para la canonización de las hermanas Aguiar Mella Díaz y la religiosa María de la Yglesia, junto a otras cinco Hijas de María, también asesinadas. No siendo religiosas, las laicas uruguayas integraron la lista de mártires por sacrificar sus vidas por ayudar a las religiosas de la congregación perseguidas.

El 11 de marzo de 2001, S. S. Juan Pablo II en la Plaza de San Pedro beatificó a las hermanas Aguiar, primeras beatas uruguayas en llegar a los altares, junto a 231 mártires más de la Guerra Civil española. En sus palabras, al igual que lo hiciera con Héctor Valdivielso y sus hermanos de martirio, expresó que fueron asesinadas y victimas por el “Odio a la Fe”.

En 2006, una urna con los restos de Dolores y Consuelo llegaron a Montevideo y hoy en una hornacina, cubierta por el pabellón nacional, se encuentra la urna de mármol, donde figuran sus nombres, fecha de nacimiento y muerte, donde resalta una palabra: MÁRTIRES. La Iglesia Matriz las custodia, a la derecha de la nave central de la catedral, en una capilla cercana al baptisterio, descansan juntas, muy cercanas a donde fueron bautizadas a fines del siglo XIX.

San Héctor Valdivielso Sáez y Dolores y Consuelo Aguiar Mella Díaz, fueron tres mártires rioplatenses, asesinados por el odio a la fe que profesaron; ejemplos de la Iglesia Militante. Vaya aquí nuestro recuerdo y homenaje en los meses donde se celebran sus días: 19 de septiembre es la fecha de las beatas mártires Aguiar y el 9 de octubre la de San Benito de Jesús.

Artículo publicado en la Gaceta Mercantil de Argentina

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