A principios del siglo XX la emigración de isleños canarios a Venezuela fue muy escasa. Sólo después, ya en las décadas de los treinta y cuarenta, nuestro país se convirtió en lugar fundamental de destino, por muchas razones, primero por el alto concepto de hospitalidad de Venezuela, de gente amigable; además la existencia de grandes opciones de trabajo y la posibilidad de lograr la anhelada estabilidad. Aun cuando fue necesario que los viajeros superaran grandes dificultades, Venezuela fue recibiendo a miles de canarios que huían de la guerra civil española y la posterior dictadura franquista, causantes de escases, inseguridad y pobreza.
Para justificar la vehemencia del español por salir de su amada tierra, hay que trasladarse, en primer término, a la Guerra Civil. Desde el año 1936, la mayoría de los grandes intelectuales se pusieron al lado de la legalidad, es decir, de la República. Perseguidos y reprimidos, algunos lograron salir escapando de la muerte, buscando refugio especialmente en las regiones latinas de Estados Unidos, así como en los países hermanos de Hispanoamérica, México, Venezuela, Puerto Rico, República Dominicana entre otros, que recibieron y acogieron a grandes figuras de la ciencia, la literatura, la jurisprudencia, la música, el deporte y la docencia.
Una vez terminada la guerra surge otro panorama, peor que el anterior. Javier Díaz S. en su libro “Al Suroeste la Libertad” expone con claridad: “Ha finalizado la cruenta y terrible guerra fratricida (1939). Una minoría dominante y soberbia, con la ayuda de los gobiernos nazi-fascistas, es la triunfadora. Sus primeros actos son la implantación del terror, la represión, la persecución implacable de los contrarios y una discriminación odiosa, que divide a los españoles en ‘blancos y rojos’, en privilegiados y desgraciados; en vencedores y vencidos”. (Javier Díaz S., Al suroeste la libertad).
La economía española quedó seriamente desmantelada. El balance económico era por demás sombrío. En la década de los 40 se sufrió una de las características etapas depresivas. Todo el comercio exterior español se redujo en este período a los límites de la subsistencia. Fue la época de la autarquía debido al forzado aislamiento y a la falta de ayudas externas porque muchos países no reconocían al régimen franquista, y del posterior bloqueo diplomático al gobierno español. Las balanzas comerciales de todas las regiones, especialmente la de Canarias, se cerraban con déficit, dando origen a un triste racionamiento estricto de los productos básicos.
Para colmo de males, la naturaleza le dio también la espalda al sufrido pueblo canario. La década de los 40 se caracterizó por la plaga de langosta africana y la sequía.
Esta era la situación real del Archipiélago canario cuando un grupo de políticos, víctimas de un hostigamiento continuo y de una implacable persecución del gobierno de Franco, comienzan a reunirse en forma secreta, con obreros, campesinos, artesanos, profesionales de toda índole y estudiantes, con el único propósito de huir del terror franquista. Furtivamente, con serena y valiente determinación, van celebrando reuniones, aparentemente inofensivas, en la plaza El Príncipe de Santa Cruz de Tenerife. (Diario de Canarias, mayo de 1984).
Unas 350.000 pesetas, conseguidas con innumerables sacrificios personales, préstamos de usura, hipotecas de terrenos, casas, enseres y del “alma misma”, fueron reunidas para comprar en Galicia un pequeño barco pesquero llamado “Emilio”. Corría el mes de enero de 1948. (Javier Díaz S., Al suroeste la libertad).
El “Emilio”, ya en puerto canario, lucía en su cubierta todos los implementos de un pesquero listo para faenar, con el correspondiente zarpe para el puerto de Las Palmas, con el personal suficiente para maniobrar en la cubierta, el resto escondidos bajo resguardo: “los pasajeros fugitivos”.Sumaban 51, entre los cuales se encontraba una mujer, la novia del capitán. A las 2 y 30 de la madrugada, del día 28 de enero de 1948, sale de Santa Cruz de Tenerife. El capitán pone el rumbo solicitado: Este-Sureste al puerto de Las Palmas. Cuando se habían alejado lo suficiente, ordenó el cambio de rumbo: Sur-Oeste. El rumbo deseado. El rumbo de la libertad y de la esperanza, Venezuela.
Al cabo de un viaje que pareció infinito y lleno de sacrificios, con escasez de comida y combustible (carbón).Las penas y sufrimientos tolerados por los aventureros los narra en su diario un pasajero maestro de escuela, quienseñala: “Después de 33 días de navegación (28-1-1948 al 2-3-1948), hambrientos, sedientos, desesperados, barbudos; 50 hombres, una mujer y un gato llegamos al puerto de Güiria, al sureste de la península de Paria. Muy cerca de Puerto Macuro o Colón, donde el 1⁰ de agosto de 1498 (450 años antes), el Gran Almirante Cristóbal Colón tocó el Continente Americano”. (Javier Díaz S., Al suroeste la libertad).
El gobierno democrático de Rómulo Gallegos, quien había tomado posesión en la presidencia un mes antes (15-2-1948) así como el noble y generoso pueblo venezolano recibió con admiración y respeto la odisea de estos fugitivos isleños y manifestó su satisfacción por brindarles una nueva tierra, hospitalaria y amiga. En pocos días fueron trasladados a Caracas. El ITIC (Instituto Técnico de Inmigración y Colonización) facilitó en zonas del interior del país tierras para ser trabajadas por los agricultores canarios.
El feliz arribo a puerto venezolano del velero “Emilio”, después de una azarosa travesía atlántica, causó una gran sensación en la opinión pública canaria y llenó de regocijo a familiares y amigos de los fugados. Los atrevidos tripulantes y pasajeros del “Emilio” se convertían así, en los pioneros del éxodo a la libertad.
Luego del “Emilio”, cientos de hombres, mujeres y niños desesperados, se lanzan clandestina y sigilosamente a la inmensidad del océano, en pequeños veleros no acondicionados para tan larga y riesgosa travesía atlántica. Las barcas no contaban con los instrumentos técnicos indispensables. Los capitanes eran veteranos en navegación entre las islas y la costa africana, más no en la navegación oceánica. Las provisiones nunca eran suficientes porque jamás se tomó en cuenta, ni los días de navegación, ni la cantidad de pasajeros. Desde el principio, el capitán de la embarcación imponía un racionamiento severo, con el consecuente sufrimiento por hambruna y sed. Estos detalles permiten inferir que difícilmente alguna embarcación pudiera haber arribado a puerto venezolano, sin embargo, sorprendentemente sesenta y dos veleros, y alrededor de 4.000 pasajeros y tripulantes clandestinos, fueron los canarios que tocaron tierra venezolana entre los años 1948 y 1951.
Mientras que Rómulo Gallegos se mantuvo en el poder, hasta el 24 de noviembre del año 1948, los pasajeros y tripulantes de las 18 embarcaciones llegadas hasta entonces fueron bien recibidos, iniciando sus actividades laborales e integrándose a la sociedad venezolana. Progresivamente la recepción perdió entusiasmo hasta que, a partir de 1949, con el poder en manos de la Junta Militar de Gobierno, presidida por Carlos Delgado Chalbaud, los emigrantes comenzaron a ser calificados de comunistas, anarquistas, indocumentados peligrosos y se les confinó, después de sufrir los embates del viaje, en los campos de concentración en cuarentena, y bajo régimen de trabajos forzados por semanas y meses, después de los cuales, se integraban a la sociedad. (Manuel Rodríguez Campos, 1990).
Así, llegan a Venezuela estos hombres, mujeres y niños, que han sufrido y ansían la libertad, el trabajo, la vida digna en la nueva tierra prometida ¡Venezuela! Muchos de ellos fueron perseguidos, encarcelados, obligados a trabajos forzosos, después de los cuales, y ya superadas las difíciles y amargas vivencias, se integran plenamente a la vida nacional, trabajando honestamente, compartiendo jubilosos sus experiencias en las labranzas, sus artes culinarios, con su peculiar forma de hablar, ser y sentir, logrando los frutos de las fértiles tierras, para luego incorporarse al comercio, la industria y a todas las actividades de la sociedad, formando parte definitiva de la Venezuela actual.
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