Escuchar música es uno de los grandes placeres de la vida. Ella magnifica momentos de celebración, alivia la agonía y ameniza las mediocridades del día a día. Cumple diferentes funciones y nos da un disfrute multifacético. Puede ser puro placer dopamínico, el que sentimos al escuchar nuestro género favorito o canciones en un contexto lúdico. También puede ser que la música evoque nostalgia, quizás con un artista que nos recuerda el trayecto al colegio con nuestra mamá o a la niña que nos flechó en la adolescencia. El placer también puede venir de la mano de la identidad: nos enorgullece disfrutar de un género particular porque reconocemos en él cualidades admirables, y vemos a estas como un reflejo de lo que somos o queremos ser.
La música encierra todas estas experiencias y muchas otras. Pero su potencial no acaba en el disfrute. Puede ir mucho más allá, al ser, por ejemplo, el eje en torno al cual gira el análisis histórico de un contexto social particular. La música, al ser un producto cultural, es una expresión cruda y honesta del contexto que la produjo, y como tal puede ser usada para analizar las características de dicho contexto, así como su trasfondo histórico. Las siguientes líneas buscan demostrar este punto para motivar al melómano a adentrarse en temas históricos y a quien esté entusiasmado con la historia a usar la música como eje de futuros análisis.
¿Por qué la música encierra esta valiosísima información? Los seres humanos somos -en gran medida- un producto de nuestro entorno social. A través de la socialización, las características del entorno van moldeando al individuo, dándole sus matices particulares. Luego son estos individuos los que, a su vez, componen una sociedad, y así se da un proceso cíclico de influencias que van de la sociedad al individuo y viceversa.
Dada esta realidad, podríamos llamar “cultura“ a aquellos patrones sociales que se estandarizan en una sociedad particular. La cultura no sería más que el compendio de prácticas de interpretación y modificación del entorno que los individuos han internalizado a través de la socialización, y que a su vez reproducen.
Es por esta razón que los géneros musicales encierran información valiosa sobre el contexto social que los produce. Ellos son formas estandarizadas de hacer música: tienen características particulares que ameritan la etiqueta de “género“ y como tal pueden ser separados de otros “géneros“. Si una expresión musical nace y se consolida como para merecer dicha etiqueta, al analizar dicha expresión, podríamos sacar conclusiones sobre el contexto social que la produjo.
Podríamos preguntar, por ejemplo, cuál es el objetivo del género. Cuando estos se establecen, suelen cumplir una función social, indiferentemente de que pueda parecer banal o simple. ¿Cumple un propósito religioso, como la música taoista o hindú? ¿Sirve para desahogarse y sublimar el sufrimiento, como el roots blues? ¿Busca la protesta y promover el cambio social, como el rap conciencia? ¿Quiere entretener, como la música pop? Este propósito es un reflejo directo de las circunstancias socioculturales que dieron pie al género, de las necesidades e impulsos que imperaban en un momento particular.
Un género musical también nos permite sacar conclusiones sobre la tecnología de la que disponían sus creadores. La música tradicional yoruba, por ejemplo, usa sofisticados tambores compuestos de cuero y madera. Son instrumentos fascinantes, algunos hasta emulan el tono de una voz humana, pero reflejan un nivel de desarrollo tecnológico inferior al que, por ejemplo, vemos en un guzheng chino antiguo (un instrumento de 26 cuerdas y gran rango sonoro). Los tambores son el producto de una sociedad tribal, el guzheng de una civilización con artesanos especializados.
Al analizar los componentes musicales del género, como el ritmo, la harmonía y la melodía, podríamos saber si continúa con una tradición musical particular o si se nota una influencia externa. También se podrían sacar conclusiones sobre el nivel de conservadurismo o vanguardismo de la música como tal. En todo caso estas particularidades son indicativas de factores sociales latentes.
Vemos entonces cómo los géneros musicales se prestan para el análisis de su contexto social. Esconden información valiosa sobre la época de la que fueron producto. Pero podríamos enriquecer el análisis de la sociedad en cuestión si nos preguntamos cómo se llegó al momento en el que surgió el género. Es decir, ¿cuál fue la concatenación de causas y efectos que dieron como resultado esas circunstancias particulares? Para responder esta pregunta tenemos que acudir al análisis histórico. Si el género es indicativo del estado de un contexto social particular, de la mano de la historia entenderemos el proceso que desembocó en ese contexto.
Tomemos como ejemplo a la salsa, un género que surgió en los barrios latinos de Nueva York en los años sesenta. Ella continúa con la tradición musical caribeña, pero su origen barrial y urbano le da características únicas. En sus inicios, las letras salseras retrataban la vida en los barrios latinos de Nueva York, con sus dificultades y asperezas. Algo similar sucedía con el sonido salsero: se caracterizó por una agresividad y una crudeza que se deslindaban de las tradicionales orquestas latinas. La salsa es, por lo tanto, sintomática de una situación social particular, la retrata y la refleja. Podemos usarla como eje del análisis de dicho contexto y, además, podemos entender al contexto como el producto de procesos históricos.
La base musical de la salsa es el son cubano, un género que surgió en la Cuba rural del siglo XIX, entre los descendientes hispanos de esclavos africanos. Entonces, en nuestra búsqueda por las raíces históricas de la salsa podemos hacer un recorrido por la historia de la esclavitud en las colonias caribeñas de la Corona. Luego analizaríamos la popularización del son cubano a lo largo del siglo XX, lo cual inevitablemente nos lleva a la dictadura de Batista y su Cuba elitista. Esto desemboca en la Revolución Cubana, el causante del éxodo masivo de músicos que eventualmente llevó a la creación de la salsa en Nueva York durante los sesenta.
Y ahí lo tenemos: un género musical como reflejo de un contexto social particular, que a su vez es producto de procesos históricos dignos de análisis. Ambos elementos, el estado de la sociedad y los procesos que lo antecedieron, quedan plasmados en él. La música, más allá del obvio valor recreativo, se presta entonces como ventana al pasado y al presente.
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