Por CARLOS COLINA
Evidentemente, la vigilancia electrónica no nació con el covid-19, pero el uso de las tecnologías digitales y de las redes sociales en las campañas epidemiológicas de varias naciones ha colocado el fenómeno del control social digital en la agenda de medios; y en las prioridades de ciertos centros de investigación académica y de la reflexión sociológica. La digitalización se intensificado en todos los ámbitos de la vida. El teletrabajo (Zoom), la teleducación y el entretenimiento telemático (streaming) se han impuesto progresivamente para conformar o reforzar novedosos estilos comunicativos. Ahora bien, la sociedad está atravesada por fuerzas centrípetas autoritarias y fuerzas centrífugas libertarias. La difusión de ingentes cantidades de información está acompañada de modalidades y técnicas sofisticadas de desinformación.
Cierta tendencia autoritaria presente en las políticas de vigilancia de la lucha antiterrorista y en la gestión occidental del miedo encontró un cauce expedito en el pánico a la muerte por el covid-19 y en las políticas sociotécnicas concomitantes de control. Estas últimas han sido justificadas en alguna medida por la excepción viral pero son peligrosas si configuran un estilo permanente de gestión estatal. La vigencia y permanencia de la democracia hoy depende más que nunca de la acción ciudadana, que impida la normalización y eternización de los estados de excepción ante nuevas olas o nuevos virus, guerras o catástrofes. Por otra parte, en cualquier caso y circunstancia, los medios deben asumir el paradigma de la responsabilidad que permita ofrecer una información precisa, más racional y menos emocional (Lipovestky, 2020).
Multivalencia de la mediación estructural digital
Desde el segundo lustro de los años noventa, con el inicio de la implantación intensiva y extensiva de Internet en el mundo, se avizoraban, además de algunas promesas y expectativas válidas relacionadas con el potencial democratizador de las TIC, algunos problemas claves, como, por ejemplo, los derechos de autor y la privacidad, que ya apuntaba a una tendencia contraria. De hecho, hoy en día, las tecnologías digitales están mostrando una faz evidentemente controvertible y la promesa sobre ciudadanía global del discurso difusor está lejos de haber cristalizado por completo y quizá nunca lo haga de esa manera. La llamada sociedad de la información de los años ochenta tiene como contraparte ahora la denominada desinformación. Empero, aquella definición metonímica era tan equivocada como la noción de ahora, cuando pretende ser omniabarcante. Las modas intelectuales y categoriales suelen intervenir como obstáculos epistemológicos.
Aunque a veces en la esfera pública tienen acogida y eco, generalizaciones y simplificaciones que parten de la falacia de autoridad intelectual, tanto las TIC y las redes sociales, como el mismo proceso de globalización que han catapultado, están atravesadas por la ambivalencia en sus efectos. En muchos casos, en lugar de partir de una ponderada evaluación de la ciencia y la tecnología, la actitud psicosocial básica ante la tecnología (atracción/rechazo) conlleva a que el foco se dirija, ora hacia una concepción tecnófila, ora hacia una visión tecnófoba o apocalíptica. Entre el encantamiento y la resistencia al cambio, el determinismo tecnológico suele hacer de las suyas. No puede afirmarse de manera palmaria que Internet es la tecnología de la libertad (Castells, M.2003) pero tampoco que el medio digital es el dominio, en el capitalismo de la vigilancia (Chul, B. 2022:13,6). A la manera neofrankfurtiana y simplista, reiterando posturas que se creían superadas en la relación entre poder y medios, Byung Chul Han llega a afirmar que el smartphone se ha constituido en el nuevo medio de sometimiento. Al couch potato se le denomina ahora zombie o ganado consumista (Ob.Cit.). A la vieja usanza, detrás del “hombre unidimensional” no se esconde un ser humano unidimensional sino una visión reduccionista e ideologizada de los fenómenos. La discusión libre y racional habermasiana, nunca fue tan libre ni tan racional. Por una parte, a nivel psicosocial existen también asimetrías, y por otra parte, según las neurociencias, en el ser humano de cualquier época y contexto las emociones juegan un papel igual o superior a las argumentaciones. No somos tan racionales como creemos.
En lo que se refiere a los impactos sociotécnicos, cabe retomar el concepto complejo de uso del filósofo de la tecnología Landong Winner (1979), desligado en su planteo original de toda aspiración a neutralidad y vinculado a modos de vida. Hemos de hablar entonces de uso, o dicho de mejor manera, usos, sin ignorar las constricciones de la mediación estructural digital (Serrano, M. 1986), y a sabiendas de que las estructuras impiden pero también posibilitan.
Es indudable el potencial democratizador de las TIC y las redes sociales. Las posibilidades de emisión de mensajes están hoy día al alcance de cualquiera, situación que resultaba impensable con los tradicionales medios de difusión masiva. La interactividad revolucionó nuestras modalidades comunicativas hasta tal punto que redefinió a los actores de la comunicación, que son imposibles de definir ahora de una manera estática y rígida. El mal llamado receptor pasó a ser claramente un usuario, más activo que pasivo. La comunicación es actualmente multimodal, instantánea y virtual. Importantísimos movimientos sociales y de activismo ciberciudadano se han desarrollado a partir de las posibilidades de las tecnologías digitales. El movimiento ecologista, Green Peace y la adolescente sueca Greta Thunberg no hubiesen impactado sobre millones de jóvenes en el mundo sin las nuevas tecnologías. Lo mismo puede decirse del movimiento animalista, feminista y LGBTIQ+. Los logros en la conquista de DD HH son significativos a pesar de ciertos dislates y desvaríos sectarios de las políticas identitarias, que requerirían revisiones y reformulaciones en clave liberal. Por otra parte, sin las redes sociales hubiese sido impensable la Primavera Árabe y muchos activismos de resistencia en países totalitarios y autoritarios, verbigracia, el movimiento sociopolítico y artístico San Isidro en Cuba. Inclusive, los nuevos medios nos permiten respirar parcialmente en el seno de la asfixia cultural e ideológica que provoca el sistema hegemónico de medios del régimen bolivariano. No todos los usuarios de la red de redes se integran en enjambres digitales irresponsables y políticamente inactivos, que vinculan influencers y seguidores, tal como lo plantea el filósofo surcoreano.
No obstante, otros usos ligados al big data, la inteligencia artificial y la posibilidad de fabricación expedita de sofisticadas fake news, nos hablan de amenazas a la democracia representativa. La cultura nihilista de la posverdad socava el valor de lo fáctico (Chul, B., 2022). Como caso emblemático, encontramos la intervención de Cambrige Analítica en las elecciones que favorecieron a Donald Trump. Con los nuevos recursos, la opinión pública puede ser distorsionada en mayor medida que en la telecracia. La elaboración de perfiles de personalidad y el microtargeting permiten la propaganda individualizada, de tal manera que en una misma campaña llegan mensajes distintos o dark ads optimizados a cada quien. La psicometría permite predecir y controlar muchas conductas, atentando contra la libertad y el libre albedrio. El uso de troles y bots permiten sesgar y polarizar las discusiones en las redes sociales a través de bulos y teorías conspirativas. Sobre la base de una fundamentación neurobiológica y conductista, el potencial de influencia sobre los resortes inconscientes del comportamiento se ha ampliado de manera inconmensurable. A la luz de las potencialidades actuales, la disquisiciones de Vance Packard (1996) con bases psicodinámicas resultan embrionarias. El constructo teórico frágil de la opinión pública hace aguas ante la disgregación y fragmentación. El filtro burbuja que se genera por la personalización algorítmica de los mensajes favorece la configuración de cámaras de eco de temas y opiniones. De esta manera se conforman tribus digitales que se encierran en sí mismas.
En muchos países, la llamada gobernanza del Big Data está desequilibrando el poder a favor de los estados en general. Por ejemplo, el reconocimiento facial directo se ha introducido en ciudades inteligentes como Hyderabab en India, con la idea de desarrollar el tratamiento de macrodatos. Para contrarrestar y detener, en cierta medida, esta tendencia al uso intrusivo de las tecnologías digitales, resulta vital el reconocimiento de garantías y derechos al ciudadano. Y no todas las naciones poseen la avanzada legislación europea, en donde ya en el año 1970, se promulgaba, en la República Federal de Alemania, la Datenschutz, ley sobre tratamiento de datos personales del Land de Hesse, pionera en este terreno en el mundo.
En cuanto a la coyuntura internacional, la crítica, legítima o no, a la acción estatal en respuesta al covid-19 se ha caracterizado en muchos casos por el uso y abuso de categorías tales como totalitarismo y biopolítica foucaltiana. Se trata de una tradición crítica que desde antes de la pandemia ya desdibujaba dichas nociones y las aplicaba erróneamente. ¿Interesadamente? ¿Intencionalmente? No sé si cabría aplicar la teoría de la conspiración a sus principales portadores. Es una perogrullada pero hemos de decir que no es lo mismo un modelo totalitario que un rasgo o tendencia del mismo tipo. Lo mismo podemos decir del autoritarismo. Asimismo, la tipología de regímenes no democráticos sobrepasa ampliamente a ambas categorías (Linz, J. citado por Serrafero, M. 2016:6). Más allá de estos abusos conceptuales, se observa la tendencia al incremento de rasgos autoritarios en los sistemas políticos y la reedición forzada de estados de excepción que vulneran un conjunto de DD HH. Si una instancia estatal o parestatal, con la excusa del ahorro energético, me impone a cuantos grados exactos debo vivir, algo debemos hacer.
En el contexto de las democracias occidentales, el fenómeno de la vigilancia tiene como contrapeso la legislación internacional comparada de protección de datos. Inicialmente, el tema de la invasión de la privacidad había sido puesto sobre el tapete, en los últimos años setenta, por el Informe Nora-Minc sobre la informatización de la sociedad y la Comisión de Informática y Libertades del parlamento galo. Luego, el Consejo de Europa, en su Convenio No. 108, del 28 de enero de 1981, establecería el primer instrumento internacional jurídicamente vinculante en el ámbito de la protección de datos de carácter personal. A posteriori, en el año 1995, será adoptada la Directiva 95/46/CE de Protección de Datos de la Unión Europea, que será reemplazada y actualizada con la entrada en vigor el 4 de mayo del año 2016 del Reglamento General de Protección de Datos. En ese mismo año, dicho reglamento fue adoptado por el Consejo de la Unión Europea y el Parlamento Europeo. Esta es la base de la autodeterminación informativa y de una serie de nuevos derechos digitales. Está lejos de ser la panacea pero todo dependerá de la continua actualización y, sobre todo, de nuestra participación ciudadana seria y responsable. La perspectiva cosmopolita debería impulsar una legislación internacional compartida al modo iuscosmopoliticum que impida en este terreno la ausencia de unidad global que se ha manifestado en la lucha contra la pandemia (Harari, Y. 2020). En la navegación a través de la web, no es extraño que por comodidad obviemos la lectura de las políticas de privacidad y pulsemos aceptar. Y la idea es no aceptar…irreflexivamente.
En general, no tienen sentido las visiones apocalípticas sobre el “totalitarismo tecnológico” ni las apologías unívocas de las tecnologías digitales concebidas exclusivamente como esencialmente libertarias y democratizadoras. El totalitarismo seguirá siendo estatal, a pesar de que cuente ahora con una herramienta poderosísima. Tomando en cuenta que la noción de ambivalencia remite a dos valores, quizá deberíamos hablar de multivalencia digital. La ambivalencia nos puede remitir a un dualismo peligroso, que como siempre, reduce y simplifica.
La distopía totalitaria en China
¿Qué es totalitarismo? Para Hannah Arendt el autoritarismo puede restringir las libertades pero el totalitarismo las aniquila. Una condición sine qua non del totalitarismo es la eliminación de la persona jurídica, en otras palabras, la eliminación de los derechos civiles de la gente. Otro de los prerrequisitos es la eliminación de la persona moral y, por consiguiente, de toda trama de solidaridad. Por doquier, el individuo se reduce a animal humano en el nivel de sobrevivencia. Por último, se intenta erradicar toda espontaneidad, con la idea de lograr un individuo condicionado al mejor estilo pavloviano (Arendt, 2004). En los años cincuenta, tanto para Arendt como para Carl Friederich, el estado totalitario era un fenómeno novedoso. A la sazón, las teorías sobre el totalitarismo señalaban las siguientes características para tipificar tales regímenes: “Ideología oficial, Estado de partido único con movilización de masas, sistema de terror, control monopolístico de los medios de comunicación de masas, monopolio del empleo de las armas y economía con administración burocrática centralizada” (Serrafero, D, 2016:7). Hoy día, a la luz del surgimiento de sistemas políticos híbridos o ubicados en la zona gris, cabría que redefinir el término pero no desdibujarlo, como se ha hecho con la noción de populismo.
Con antelación al covid-19, China estaba prefigurando un totalitarismo de nuevo tipo que se vale como nunca antes de la tecnología de punta. No obstante, antes que estado digital totalitario podemos hablar de estado totalitario digital y el orden sintagmático es significante. Es un orden histórico, pero también estructural. En China, los comités vecinales, órganos centrales del aparato de seguridad del Partido Comunista, se han convertido en los nuevos policías sanitarios y políticos apertrechados de biosensores térmicos y otros dispositivos digitales. La coyuntura del covid-19 ha permitido intensificar internamente el carácter totalitario del régimen e intentar su promoción externa como un modelo de eficiencia técnica. Sin embargo, los kits de diagnóstico rápido y mascarillas importadas por algunos países europeos indican fatalmente lo contrario. En el totalitarismo, la información es sustituida usualmente por la propaganda.
En el gigante asiático, el Gran Cortafuegos asegura una estricta y eficiente censura, mientras las tecnologías digitales estructuran una vigilancia panóptica, a través de las redes sociales, el big data, los sistemas de telecomunicaciones, las tecnologías de reconocimiento facial, de la voz, del iris y de elementos kinésicos, y la recolección y control de datos biométricos. En 1998, se inició el Proyecto Escudo Dorado y su implementación ha implicado la censura de amplios contenidos en Internet (1).
Si, digámoslo una vez más, la noción de panopticismo puede aplicarse, a pesar de sus defensores, en los países del denominado socialismo realmente existente, que son evidentemente sociedades carcelarias. En las democracias occidentales prima la seducción consumista (Colina, C.2005). En situaciones regulares, si algunos trasnochados hablan de “capitalismo de la vigilancia” también hemos de hablar del amplio potencial democratizador de la red de redes desde su mismo origen. Además, en los países occidentales, a las nuevas y sofisticadas formas de control social se le han intentado colocar límites a través de la legislación de protección de datos de carácter personal, como hemos señalado supra. Idealmente, el ciudadano puede apelar a garantías clásicas y a derechos humanos de nueva generación, en un entramado interdependiente. El alcance y efecto de esa legislación estará determinada por la participación consciente de la ciudadanía. No es la misma situación en la Republica Comunista de China, donde impera sin cortapisas el imperativo tecnológico: todo lo que es técnicamente posible se hace. Por el contrario, la técnica de reconocimiento facial, elemento medular de la vigilancia estatal omnipresente en ese país asiático, encontró resistencia en un proyecto piloto en Alemania, donde la autodeterminación informativa tiene un gran valor.
La denominada «Plataforma Integrada de Operaciones Conjuntas», controlada por el Partido Comunista Chino, utiliza más de 200 millones de cámaras de videovigilancia inteligencia artificial e interconexión satelital. El Estado utiliza esa infraestructura para implementar un sistema de reputación y acreditación social nacional que aumenta o reduce puntos en concordancia con el comportamiento individual y colectivo ante las pantallas. De esta manera, el Estado asigna recompensas y castigos a los distintos sujetos, en muchos casos en función del comportamiento cívico y, por su adscripción ideológica y su fidelidad al partido-Estado. Este sistema de calificación social se encuentra en una fase piloto. Desde el año 2016, en la región de Xinjiang se han instalado cámaras y algunos investigadores han descubierto que el algoritmo contenía la categoría de etnia, en relación con la persecución de los uigures. En general, con estos dispositivos se pierde el anonimato.
Con las nuevas tecnologías, los campos de concentración pasarían a ser fútiles o secundarios, ya no tendrían la centralidad institucional que una vez tuvieron en el totalitarismo clásico. Aquellos eran el territorio por excelencia para el ejercicio de la dominación total (Arendt, H. 2004). Ahora, la ubicuidad y eficiencia de la vigilancia digital convertiría a la misma sociedad en un campo de concentración.
Afortunadamente, los ensueños de lograr este tipo de dominación siempre han sido y serán fallidos, aunque sea en mínimo grado. Todo poder, aunque sea totalitario, tiene fisuras y genera resistencias, aunque en muchos casos, sus consecuencias sean extremas. Las tecnologías digitales han permitido la potenciación como nunca antes de la presencia estatal pero también han permitido las resistencias, si bien escasas, siempre viables. Verbigracia, para soslayar al Gran Cortafuegos, algunos usuarios han apelado a una red privada VPN, el uso de proxy y programas de enrutamiento como Tor.
El socialismo con características chinas, acuñado por Deng Xiaoping (1978) como una fórmula que incorpora el mercado, ha sido reideologizado en los últimos años por Xi Jinping e incorporado como doctrina política en el XIX Congreso de Partido Comunista Chino (2017). Entre las metas buscadas está evitar la occidentalización liberal y el individualismo.
En el plano político el Estado sigue controlando todas las esferas y se dirige a la elaboración de perfiles de comportamiento digital de los individuos (físico y virtual) con ingente cantidad de datos personales. Tras la digitalización creciente encontramos el registro y transmisión en segundo plano de datos sensibles de los individuos. Las empresas pueden ser privadas desde el punto de vista formal pero el Estado se abroga la potestad de intervenir y censurar directa e indirectamente los contenidos digitales, estableciendo que mensajes se fomentan y cuales desaparecen (Ohlberg, Mareike, German Marshall Fund, DW, 2021) o son sometidos a la supresión simulada, es decir, se relegan y escasamente se visibilizan.
En el mes de mayo de este año, la OMS, expresó que la política de Cero-Covid en Shangai era insostenible e inadecuada, si se siguen los parámetros científicos del comportamiento del virus. En esa ciudad opera un gran centro modelo de vigilancia de datos. A pesar del escaso número de casos, se sigue aplicando el confinamiento y medidas muy estrictas que atentan en contra de los derechos de la población, paralelamente al descuido al esquema de vacunación. Los drones se han utilizado para perseguir a quienes pretenden soslayar las restricciones y algunos son llevados a rastras hasta sus domicilios.
Al igual que Mao Zedong, en la actualidad, el presidente de la China Xi Jinping ha visto inscrito su ideario en los estatutos del PCCh. El socialismo con características chinas para la era actual es realmente sui generis, porque entremezcla en su ideología, interpelaciones propias del marxismo-leninismo occidental con nociones y valores de la civilización china, relacionados con el confusionismo y el legismo, entre otros. En una línea de ideas, el modelo chino no sería extrapolable porque si bien se sitúa en la contemporaneidad del mercado global, apela a la unidad identitaria china y a su tradición y valores milenarios específicos; paz, orden, jerarquía, meritocracia y armonía. No obstante, en la práctica real, tiene una vocación imperial, cimentada en el concepto confusiano milenario de dominio sobre tianxa (todo bajo el cielo), que coloca al gigante asiático por encima de cualquier otro régimen político, cultural o militar. La ideología leninista y maoísta se combinan ahora con ciertos aportes de la tradición china para enarbolar “una comunidad de destino compartido para la humanidad” y la gobernabilidad del mundo (Higueras y Rumbao, G.2019).
Rediseñar la democracia y evaluar la ciencia y la tecnología
En la lucha contra el covid-19, usos pertinentes del poder sobre bases científicas solidas se han combinado con abusos autoritarios y arbitrarios sin ninguna base legítima. En las primeras olas, ciertos derechos civiles clásicos se suspendieron, a saber; libre tránsito, libertad de reunión y asociación, manifestación, entre otros. En otros casos, la biovigilancia digital ha pasado por encima de los nuevos derechos de protección de datos de carácter personal, en especial, de los datos sensibles o especialmente protegidos, sobre el estado de salud. En la medida en que dichas disposiciones se mantengan y suspendan con criterios de excepción y por nuestra seguridad biológica, serían razonablemente aceptables. En aras de la sobrevivencia, la excepción viral es válida. Según las neurociencias, la sobrevivencia es uno de los mandatos principales de nuestro cerebro. No obstante, caben evaluaciones globales y específicas y concretamente nacionales, sobre cada medida o dispositivo a implementar. Los problemas glocales ameritan soluciones globales, nacionales, locales e híbridas. A una crisis multidimensional y multifactorial cabe responder de manera multimodal pero con un fundamento coherente.
Nos espera una lucha por reconquistar los derechos y garantías democráticas si el Estado se niega en el futuro a restablecerlos. Algunos autores como Gray (2020) avizoran y reivindican ya una suerte de leviatán hobbesiano. Esta crisis multimodal puede ser una oportunidad de reforzar y renovar radicalmente la democracia liberal, lejos de cualquier ideología determinista o protototalitaria. Debemos caminar hacia modalidades de capitalismo inclusivo, que resonaron nuevamente en el Foro de Davos en enero de este año, pero superando la mera retórica discursiva y operacionalizando las propuestas de equidad y sostenibilidad. Es una perogrullada decir que el horror de Slavoj Zizek (2020) no puede reinventarse. ¿Podríamos reinventar el nazismo y tendríamos acogida en medios y editoriales?
Si el futuro no está prestablecido de manera determinista, entonces, cabe intentar intervenir de diversos modos y uno crucial es la educación de la ciudadanía, en función de su empoderamiento democrático. En realidad, necesitamos fortalecer a una ciudadanía debilitada que a veces ha sido proclive a nuevos tipos de autoritarismo en distintos lugares del orbe.
Para robustecer la democracia necesitamos potenciar la educación crítica para una ciudadanía glocal, en donde primen los criterios universalistas y cosmopolitas sobre los intereses particularistas, pero reconociendo a estos últimos. Admitiendo nuestras diferencias pero enfatizando nuestras convergencias. Más allá del antropocentrismo, necesitamos una ecociudadanía activa. El informe sobre el Estado del Clima Mundial publicado el martes 10 de marzo de este año por la Organización Meteorológica Mundial de la ONU establece que los efectos del calentamiento global serán más graves y mortales que los producidos por el COVID-19. El problema de este virus se suma a viejos e importantes dilemas.
Por otra parte, la denominada ecología mediática actual requiere de una ciberciudadanía responsable que supere y soslaye la política de la posverdad y actúe con criterio racional ante la desinformación y las distorsiones de los algoritmos de la IA. La educación en valores esenciales como la solidaridad y la empatía son cruciales y se entroncan con la cultura matríztica original de occidente en general y de Europa en particular (Maturana, H.2003). El diálogo intercultural y el reconocimiento de la diversidad son cruciales aquí. El imprescindible cambio cultural puede nutrirse de los elementos más enriquecedores de los movimientos sociales más importantes: ecologismo, movimiento animalista, femininismo, activismo LGBTIQ+, movimiento slow, calm tecnologic. No tenemos que aceptar pasivamente la des-globalización (sic) y la biovigilancia, tal como diagnostica el teórico y filósofo británico John Gray (2020). Es una nueva hora para los derechos humanos, su redefinición y ampliación sobre bases más amplias, tomando en cuenta el enfoque ecológico y los procesos de ciborgización en marcha.
Los ciudadanos deben participar en la evaluación de la ciencia y la tecnología sobre la base de criterios bio-tecno-éticos. Las decisiones sobre nuestras vidas, en todas sus dimensiones, no pueden dejarse permanentemente en manos de las élites políticas, científicas y tecnológicas.
Es más, cabría imaginarnos un nuevo movimiento social que pugne por la democracia digital y por la actualización y aplicación más eficiente de leyes y reglamentos de protección de datos. Las posibilidades de toda la infraestructura tecnológica existente deberían ser la base para consultas democráticas informadas sobre las políticas sanitarias y las próximas medidas a tomar o suspender. La telemática no debe ser útil solamente para el teletrabajo y la teleeducación sino también para la teleconsulta democrática y, sobre todo, la formulación de propuestas por parte de la ciudadanía, de abajo hacia arriba y hacia los lados. Por otra parte, el uso de dispositivos tecnológicos para el control de la pandemia debería ser objeto de evaluación ciudadana a través de comités de evaluación de ciencia y tecnología ad hoc, en donde se consideren el respeto de los mayores grados de libertad y autonomía y dignidad de la persona.
En muchos países occidentales se han empleado aplicaciones espía y de ubicación, y se han rastreado los móviles como herramienta para rastrear la pandemia y procesar datos, en contra del derecho a la autodeterminación informativa. En China, mediante las apps, se persigue al individuo enfermo o al que lo es potencialmente por su historial de contactos. En general, más allá de la coyuntura, en nuestro contexto, la cantidad de datos que recopilan las redes sociales no es un asunto baladí. Una evaluación y explicitación de los recursos jurídicos y tecnológicos con los que se cuenta para minimizar el rastreo de nuestras huellas digitales, sería un tema a desarrollar en un espacio aparte. En nuestro país, cuando desarrollaba un proyecto sobre privacidad digital a comienzos del milenio (Colina, C. 2005), el asunto resultaba extraño e incomprendido. Hoy, muchos hablan de las distorsiones de los algoritmos. Los tradicionales analistas de los fenómenos de la manipulación pretenden soslayar el carácter reflexivo de los fenómenos sociales. Una verdad de Perogrullo: al deconstruir públicamente los resortes de un dispositivo de manipulación, deja de tener el mismo efecto inicial.
En diferentes naciones, el spyware Pegasus ha sido empleado por varios gobiernos en procesos de vigilancia selectiva. Asimismo, crece el uso del software policial predictivo. Este tiene el peligro de funcionar como profecía autocumplida para los individuos etiquetados como delincuentes. En términos pragmáticos, cabe exigir la transparencia en los criterios que usan los algoritmos en función de descartar cualquier opción socialmente discriminatoria. Empero, el tema central que nos ocupa, fundamentalmente, es la vigilancia masiva.
La real o ficcional eficiencia tecnológica y sanitaria de tipo autoritario y totalitario de ciertos países asiáticos, en donde se sobreponen los derechos comunitarios a la autonomía de los individuos, no es digna de imitación. Ciertas filosofías orientales son una fuente donde abrevar para refundar una nueva ética laica de la interdependencia y de un vínculo armónico con la naturaleza, pero no es la obediencia confusiana ni el disciplinamiento biopolítico totalitario lo que es digno de aprender de Oriente en general y de China en particular. El Partido Comunista Chino censuró la pandemia demasiado tiempo y el primer médico que llamó la atención sobre el problema fue encarcelado. Lastimosamente, Li Wenliang fue también una de las primeras víctimas mortales, pero a la postre debería considerarse un héroe global. Al derecho a la información y la comunicación no se le pueden colocar tapabocas de acero. Bajo el cielo queremos libertad.
Referencias
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1 Los motores de búsqueda chinos como Baidu y Google China han indexado los sitios Web bloqueados, lo cual incide en los resultados de las búsquedas de los usuarios. Aunque algunos internautas chinos han logrado sobrepasar el cortafuegos y la presión internacional ha coadyuvado al desbloqueo total o parcial de algunos sitios web, la censura es generalizada
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