Llega la madurez y con ella nuestra autoaceptación como seres humanos únicos e irrepetibles. Hemos aprendido de nuestros mejores y peores momentos desarrollando eso que los expertos llaman “inteligencia emocional”. La experiencia nos permite sonreír en los peores momentos, así como predecir mareas en tiempos de tranquilidad.
Una de las mejores demostraciones de la madurez es la inmunización emocional frente a opiniones externas que condicionan la mayoría de los actos sociales y que influyen en las más importantes decisiones de cada individuo. Sin embargo, como seres sociales no escapamos a las reglas ni a la totalidad de las condiciones de los grupos sociales: La moda, la tecnología, la legislación y hasta las condiciones sociales son parte de estos condicionantes que como fantasmas influyen en nuestras decisiones y nuestro proceder.
No es cierto decir a rajatabla que “no nos importa el qué dirán”. Si eso fuera así, veríamos gente en guayuco o en pijamas en reuniones importantes; el condicionante social enciende emociones y guia las acciones, de manera que nos importa de sobre manera lo que se dice o se piensa de nosotros; no importa cuán ególatras o tímidos seamos; no somos inmunes a la sociedad, nia sus limitaciones e invitaciones. La madurez crea una costra, pero no nos blinda de los impactos del relacionamiento social
En el caso de nuestros hijos, el problema se complica. No estamos siendo formados para la madurez frente a la red. Se derribaron las fronteras; nuestra juventud ha quedado sin mayor protección que la parental expuesta a contenidos de todo tipo. Lamentablemente las distancias generacionales son una barrera muy importante para entender nuevos contenidos o tecnologías que se encuentran fuera del radar de padres y maestros y que arropan a nuestros hijos. No somos capaces de verlos, pero influyen en la formación de conductas, hábitos y valores en una nueva sociedad digital.
Hablamos entonces de una nueva sociedad expuesta e inmersa digitalmente; que tiene nuevas monedas digitales desarrolladas en tecnologías blockchain sin respaldo de ningún Banco Central de nuestro planeta; que se relacionan en metaversos que no alcanzamos a comprender; que comparten contenidos de valor en productos digitales NTF que no son expuestos en las paredes de los museos, pero que tienen más valor que muchas de las piezas que allí se muestran; e incluso, personas que se relacionan sentimental, sexual y socialmente en un mundo lejano a esos contactos físicos que caracterizaban cualquier relación social común a una sociedad fuera de las redes.
Es un nuevo tipo de exposición social. No tiene que ver con las apariencias personales, sino con la capacidad de influencia. Un nuevo “qué dirán tecnológico”; expuestos por neologismos y anglicismos como el FOMO (Fear of Missing Out), que describe patologías psicológicas novedosas por parte de quienes se exponen de cualquier manera en redes para evitar quedar fuera de la foto social, destacando aquel refrán que indica “que hablen bien o mal de mí, pero que hablen”.
Hablamos de un mundo no regulable bajo los cánones conocidos. En cada una de estas columnas insisto en la necesidad de desarrollar la educación mediática como una nueva competencia social que la juventud requiere. Los estudios de la mayoría de las consultoras importantes ubican el consumo digital por encima de las cinco horas diarias y es innegable el impacto que los contenidos que consumen nuestros hijos así como su relación directa en el relacionamiento como seres humanos.
La educación mediática, también conocida como educomunicación es una necesidad. Saber decantar contenidos de las redes, desarrollar nuevos hábitos de estudio, protegerse frente a las invitaciones de retos sociales, combatir el bullyng digital, evitar nuevas enfermedades como la nomofobia, las adicciones lúdicas y tecnológicas o los impactos del cibersexo o del grooming; por solo mencionar algunos, son aspectos que deben ser incorporados en una nueva escuela. Una que se adapta a un tiempo que no llegará, sino que ya llegó sin percatarnos.
¿Para cuándo lo vamos a dejar?, ¿qué dirán nuestras autoridades educativas?
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