Por EDNODIO QUINTERO
a Graciela Montaldo
I
“… Algo había fallado en mí, ya que cuando debí elegir una vida para el futuro ninguna me convenció. Desde un temprano momento me he sentido inepto para albergar cualquier entusiasmo; incapaz de creer en casi nada, o en nada directamente; decepcionado de la política con anticipación; incrédulo ante la cultura juvenilista pese a ser entonces joven; espectador ocioso de la carrera colectiva hacia el dinero y el llamado éxito material; reticente frente a las bondades de la conducta caritativa o de la autosuperación; ajeno a los beneficios de procrear y a las posibilidades de continuidad biológica; ajeno también a la idea de estar pendiente de los deportes o de alguna variante del espectáculo; incapaz de entusiasmarme ante alguna impracticable vocación profesional o científica; inepto para las artes y las artesanías; también para el trabajo físico o manual; también para el intelectual; inútil en síntesis para el trabajo en general; imposibilitado de soñar; descreído de cualquier opción religiosa pero anhelante de pasar por la primera experiencia de este tipo; demasiado tímido e incompetente para una entusiasta vida sexual; en fin, carente de todo esto no me quedó más opción que caminar, lo más parecido a la mente disponible y en blanco”.
Cito in extenso este revelador párrafo de Mis dos mundos, novela de Sergio Chejfec (Buenos Aires, 1956 – New York, 2022), pues considero que ahí se encuentra lo esencial de la vida y obra de este “raro”, excepcional y extraordinario autor a quien tuve la inmensa fortuna de conocer y leer. E intentaré hacer una mínima aproximación desde el afecto, la amistad y las múltiples lecturas que he podido frecuentar, a la persona y a una obra inagotable sobre la cual es necesario y saludable volver una y otra vez.
II
Sergio Chejfec a sus treinta y cuatro años y su joven esposa Graciela Montaldo llegaron a Caracas en 1990. Al año siguiente, Graciela, que se desempeñaba como docente en la USB, comenzó a impartir un curso de postgrado en la ULA. Viajaba a Mérida los fines de semana y tuvo como alumno estrella a un inquieto y prodigioso lector: Diómedes Cordero. De ahí surgió una amistad que enseguida nos posibilitó conocer a Sergio. Quizá el primer recuerdo que conservo de él fue la revelación de la obra de un autor argentino, desconocido para la época: César Aira. Con su característico desprendimiento, Sergio nos regaló un pequeño volumen de su amigo y paisano, con un título doble: El vestido rosa. Las ovejas, que contenía un cuento y una novela: un primer acercamiento a un autor que muy pronto sería referencia ineludible a la hora de cualquier balance de la literatura latinoamericana. También Chejfec nos regaló su primer libro, editado en Argentina, Lenta biografía, en el que se remonta a sus recuerdos primigenios y a la conciencia de sus orígenes judíos. Desde entonces Aira y Chejfec llegaron para quedarse en nuestro imaginario de lectores. En la II Bienal de Literatura Mariano Picón Salas de 1993, ambos participaron con sendas ars narrativas de una factura impecable.
En lo personal debo apreciar el trato amable, un tanto discreto, descreído y risueño que mantuvimos siempre Sergio y yo. Él, sin pose alguna, actuando como un caballero, dispuesto a escuchar, observando el entorno al igual que un curioso extraterrestre venido de una lejana galaxia: desayunos rituales en el mercado de Mérida, conversaciones animadas con un buen vino, algún paseo por el parque Albarregas —Sergio alerta a los sutiles cambios en las formas y colores del aire, atento a las huellas dejadas en el viento por algún ave fugaz—, presentaciones de libros: en El Buscón hablé de su novela Baroni, un viaje. Sigo creyendo lo que dije en aquella oportunidad: considero esta obra como la mejor novela sobre la venezolanidad publicada en lo que va de siglo. Lo que me hace recordar las novelas de Henry James, y sin ir muy lejos Los restos del día de Kazuo Ishiguro. Volviendo al plano de la amistad: en una ocasión fui huésped durante una semana de Graciela y Sergio en su apartamento de Sebucán, vecino de su gran amiga Victoria de Stefano. Sergio nos acompañó a la mayoría de las Bienales de Mérida, y aun cuando se había ido a vivir a New York en 2005, estuvo con nosotros en julio de 2009 en la VIII Bienal. Fue la última vez que lo vi en persona y tuve la suerte de hacerle una serie de retratos que conservo como verdaderos tesoros.
A través de la estrecha relación, la de Diómedes y la mía, con Olga y Paco, editores de Candaya, Sergio Chejfec se convirtió en uno de los autores bandera de aquella naciente editorial. Lo demás es historia. El tiempo, “ese verdugo”, según la definición de Samuel Beckett, fue pasando. En diciembre del año pasado, Diómedes y su esposa Mery López cenaron en New York en casa de Sergio y Graciela. Sergio se tomó unos minutos para enviarme un ejemplar dedicado de La experiencia dramática reeditado hacía poco en Chile. La noticia de su prematura y sorpresiva muerte el sábado 2 de abril me cayó como un balde de agua fría, me cayó como un hachazo en el cráneo.
III
Si hubiera que elegir entre la amplia obra de Chejfec un libro que lo definiera a cabalidad me inclinaría por Mis dos mundos, en particular por una escena cumbre hacia el final de la narración. Un escritor, me atrevo a decir que el mismo Chejfec, aunque obviaremos el tema de la autoficción, es invitado a la Feria del Libro en una ciudad del sur de Brasil, y emplea su tiempo libre para pasear por un gigantesco parque, una especie de fractal de la Amazonia. El paseante, de una sensibilidad aguda, atento al mínimo detalle, con la obsesión de un científico loco extraviado en un laberinto mental establece con el entorno relaciones al parecer abstractas asociadas con el tiempo y la memoria. Hacia el final, en una escena de verdad conmovedora: ensoñación diurna, quizá epifanía, lo vemos perorando delante de un auditorio de peces (carpas) y tortugas que lo escuchan con atención y admiración, fascinados por aquel ser humano que, sin palabras, ha establecido con ellos una comunión: si me apuran, la calificaría de metafísica.
IV
Escritor de culto, en los últimos años Sergio Chejfec ha logrado llamar la atención de lectores jóvenes y curiosos que han encontrado en ese “estilo” y en esa prosa y en esa manera distante de observar las personas y las cosas un nuevo espacio para la ficción, un lugar donde el mundo real y el de las ideas pueden coincidir. La escritura de Chejfec —pues de eso se trata, de una escritura única, personal e inimitable— ha recibido elogios regios de grandes escritores. Me limitaré sólo al entusiasmo e incluso admiración suscitado en Enrique Vila-Matas: “Chejfec es alguien inteligente a quien no le cuadra bien la palabra novelista, porque él más bien crea artefactos, narraciones, libros, pensamiento narrado antes que novelas”. Llegados a este punto, los invito a leer en la web de Vila-Matas el prólogo a la edición en inglés de Mis dos mundos.
V
De la estirpe de Robert Walser y W. G. Sebald, lector de Samuel Beckett y admirador de Kakfa —cuando me enteré que un joven Sergio en su empeño de adentrarse en el mundo de la escritura copiaba en un cuaderno los cuentos de Kafka, me pregunté por qué aquel procedimiento no se me había ocurrido también a mí—, Chejfec, a lo largo de más de veinte libros, en su mayoría novelas —aunque el tema de géneros daría para una extensa e inútil discusión—, con la tenacidad de un minero, la paciencia de un budista zen y el detallismo de un joyero logró construir una obra singular, me atrevería a afirmar que basada exclusivamente en principios literarios, vale decir despojada de las retóricas al uso, sin concesión a los temas de moda, ajena a los reclamos del mercado. En su brillante ars narrativa, “Desorden”, presentada en la Bienal de Mérida de 1993 lo expresa con meridiana claridad: “Quisiera reiterar la profunda calidad insidiosa de la narración: apunta, por su desarrollo entrópico, hacia múltiples sentidos y en este sentido asignarle la mera tarea de contar resulta superfluo”. Que concluye de manera magistral formulándose una pregunta: “¿Qué estamos haciendo acá, en la tierra, después de todo?”. Estar sobre este jodido planeta de los simios, esta tierra de nadie, e intentar hallar mediante el uso deliberado del lenguaje aunque sea un atisbo de respuesta: esa fue la tarea que se propuso el gran Sergio Chejfec, y la cumplió con creces, a cabalidad.
Mérida, mi herida, 30 de abril de 2022.
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