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Alfredo Maneiro, 40 años después

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El 24 de octubre de 1982 murió súbitamente Alfredo Maneiro, muy poco después de la que quizás haya sido una de sus jugadas políticas más audaces, el lanzamiento de la candidatura presidencial de Jorge Olavarría, por lo que se encontraba inmerso en las turbulencias de la campaña hacia las elecciones que se celebrarían el año siguiente.

El antipartido por excelencia se sorprendería de la gran proliferación de partidos que se originaron de su intento por llevar a la práctica de un modo consecuente la idea de crear un “movimiento de movimientos” lo que, a su juicio, no logró el Movimiento al Socialismo (MAS) por haber caído en las mismas prácticas “aparatistas” del Partido Comunista de Venezuela (PCV), del que se habían escindido a principios de los años 70.

Enfocándose en los líderes naturales de los diversos ámbitos en los que se desenvuelve la actividad política de los comunistas, en barrios populares, centros de trabajo y de estudio; pero dejándolos librados a su propia dinámica, gozando de una autonomía relativa, sin las prácticas de cooptación y subordinación tradicionales.

Una suerte de federación de grupos diferentes no sólo en su denominación, lo que puede crear cierta confusión de siglas, sino en su configuración real y en los intereses particulares que persiguen, sean estos comunitarios, sindicales y estudiantiles, según fuera el caso.

Así se enlazan Pro Catia, en el oeste de Caracas; el Prag en la Universidad Central de Venezuela; Matanceros en Guayana; con otros grupos menores desde la Universidad de Los Andes; el Pedagógico de Barquisimeto, Maracay, Valencia, etcétera, bajo la denominación común de La Causa R, con la peculiaridad de que la R estaba escrita al revés.

Este detalle causó no poca curiosidad y muchas especulaciones, puesto que es una letra que no existe en el idioma español; en verdad, es una letra del alfabeto ruso, que se pronuncia iá y en su gramática representa la primera persona del singular, esto es, “Yo”. Por lo que algún intérprete malicioso podría inferir que el mensaje de Maneiro era “La Causa Yo”, algo  personalista, ciertamente, pero no extraño en los políticos venezolanos.

Sin embargo, hay un sentido oculto en esa letra invertida, que no es “Revolución” como se vería superficialmente, sino un giro dialéctico, la negación de la negación, lo que enfatiza el papel de lo negativo: “En una situación prerrevolucionaria la revolución cultural consiste principalmente en crear modos de experiencia y sensibilidad negativas. Ello significa crear roturas, rechazos” (La Letra R, pág. 102.).

Cuando La Causa se convirtió en un partido formal, para inscribirse en el registro electoral y hacerse más asequible a los votantes, la R se enderezó; luego, los causahabientes fueron un poco más allá y osaron bautizarla como La Causa Radical, con el único soporte doctrinal de que “ser radical es tomar las cosas por la raíz”, lo que es una completa tergiversación, equivalente a la de sus detractores que la llaman La Causa Risa.

En algunos medios se lee cotidianamente que Maneiro “fundó un partido llamado La Causa Radical”. Eso es una doble falsedad: primero, porque La Causa en principio ni siquiera era un partido y que lo fuera no estaba en el diseño original de Maneiro; segundo, porque no puede hallarse nada en sus escritos y discursos que pueda asimilarse a la corriente “radical”.

En Venezuela nunca hubo ningún partido radical, como sí los hubo en Argentina y Chile, para no ir más lejos. El radicalismo se emparenta con el liberalismo económico y su proyecto político es republicano. No tiene nada que ver con el comunismo, que es la filiación de Maneiro, un marxista, aunque no leninista.

De hecho, la propuesta de Maneiro implica una ruptura con el centralismo democrático, con la jerarquía estricta de mando y la disciplina de cuadros militantes que son características de los partidos comunistas ortodoxos; en cambio, plantea una estructura horizontal, la acción espontánea de dirigentes autónomos, solo concertados alrededor de unos cuantos acuerdos ideológicos nunca bien catalogados.

Que lo haya logrado es otro cantar. Por ejemplo, en un poco conocido y menos comentado episodio se ejecutó la expulsión del Prag, en pleno, de La Causa R. En una asamblea celebrada en un auditorio de la Facultad de Ingeniería de la UCV, Maneiro dio un chispeante discurso, como era su costumbre, cargado de ironías y punzantes diatribas, para concluir en que quienes estuvieran con él abandonaran ese salón y lo acompañaran a otro auditorio; lo que hizo de inmediato, dejando desairada a la dirección de aquel movimiento universitario.

Pero siguió Catia R, Matanceros, que fueron la plataforma de lanzamiento del ahora sí “partido” La Causa R, que se dividió en Patria Para Todos (PPT) y Podemos, quien sabe si inspirador de su homónimo español y con muy discutible influencia en el PSUV, a donde fueron a parar la mayoría de sus militantes, ahora en el gobierno.

Con este cuadro, ¿qué haría hoy Maneiro? ¿Cuál sería su posición ante el régimen? Estas no son preguntas retóricas o necesariamente estériles, podrían tener alguna utilidad práctica. Podría suponerse sin riesgo que no se quedaría callado, sin hacer nada, ese no es su estilo. Seguro seguiría siendo de “izquierda”, porque esa es parte de su naturaleza.

Pero no apoyaría a este régimen por muchas razones: primero, no hubiera soportado el despotismo personalista de Chávez; ahora, no toleraría la mediocridad intelectual de un Maduro y hubiera advertido la mendacidad histórica del bolivarianismo. Sin ser marxólogo, cualquiera puede constatar el desprecio furibundo que Marx destila contra Bolívar, de manera que hace imposible ser marxista y bolivariano a la vez.

Al fin y al cabo, Maneiro era un estudioso que apreciaba enormemente la dimensión cultural de la revolución con la que soñaba y por la que invirtió sus mejores esfuerzos. Su proyecto de La Casa del Agua Mansa es una iniciativa esencialmente cultural, así como la revista La Letra R, dedicada al compromiso de los intelectuales.

Tenía como una de sus preseas más estimadas una jornada de recolección de 20.000 firmas para presentar al Congreso una ley de reforma del régimen municipal para, en sus palabras, profundizar la democracia. Algo raro en un revolucionario que, de empuñar las armas, pasó a tomar el artículo 165,5 de la Constitución, que establece la iniciativa popular legislativa, sin cuestionar las instituciones “burguesas” y proponerse mejorarlas.

Hoy bien podría reeditar su panfleto sobre la coyuntura electoral y el desconcierto de la izquierda para constatar sin sorpresa que este país ha cambiado brutalmente en sus 40 años de ausencia para encontrarse exactamente en el mismo sitio, quizás con la única excepción de que ahora no se expone a la indigesta superabundancia fiscal que se atrevió a denunciar como subproducto perverso de la renta petrolera.

Lo que hubiera juzgado como muy apropiado para “esos tardíos alumnos de Lampedusa”.

 

 

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