En los últimos meses, la política comercial internacional es tema de discusión en varios países latinoamericanos, especialmente en Chile y en Colombia. Hay dos posturas dominantes. Por un lado, aquellas que defienden la integración comercial por vía de tratados de libre comercio, y vinculando esos tratados con el aumento de las exportaciones y la inversión extranjera. Por otro lado, hay posturas que aseguran que estos mismos tratados son responsables de la escasa diversificación exportadora y, especialmente de los problemas de los sectores pequeños y medianos, de campesinos y del medio ambiente. Y entre estos dos extremos no existe mucho diálogo.
La ausencia de diálogo es un problema. Hay diferentes aspectos que hoy deberían ser prioritarios para la política comercial internacional de países como Colombia o Chile. Pero estos asuntos no son discutidos porque el contexto global y las nuevas dinámicas internacionales no encuentran su espacio en un debate muchas veces polarizado, en el que los argumentos rigurosos no necesariamente abundan. Independientemente de lo que uno piense de los tratados de libre comercio y la necesidad o no de ser modernizados o rediscutidos, estos puntos son de gran relevancia.
América Latina en su conjunto se enfrenta al gran desafío de navegar las tensiones entre Estados Unidos y China. Históricamente, Estados Unidos ha sido uno de los principales mercados de exportación y una fuente importante de inversión extranjera. En muchos casos, no obstante, China es hoy el principal socio comercial y un gran inversor extranjero.
Mientras estos dos países no tenían sobresaltos, todo eran buenas noticias para la región. Más demanda de sus productos significa precios más altos. Más inversión es una buena noticia mientras sea sustentable. Pero la situación ha cambiado con el aumento de las tensiones entre las dos potencias.
Entre China y Estados Unidos no solo hay un creciente proteccionismo para apaciguar las demandas de trabajadores y sectores menos competitivos. También existe una disputa geopolítica y una competencia tecnológica que afecta la política comercial internacional de ambas potencias. Esta es una relativa novedad y en este contexto es fundamental el manejo de Latinoamérica ante estas presiones, ahora que el comercio no es solamente una cuestión de eficiencia, precios y oportunidades de negocio. De ello dependerá el acceso a oportunidades o caer en complejos conflictos diplomáticos.
Otro tema pendiente para la región es adoptar un posicionamiento estratégico frente a los minerales ligados a la transición hacia una economía verde. No es precipitado pensar que minerales como el litio puedan despertar en pocos años las mismas tensiones que durante décadas encontramos alrededor del petróleo o el gas. Por ejemplo, la Unión Europea o el Reino Unido, sitios dependientes de importaciones, ya han adoptado medidas para asegurarse estos recursos. La ausencia de una política sofisticada, y de una mínima coordinación regional, puede situar a Latinoamérica en desventaja.
El denominado triángulo del litio, Argentina, Chile y Bolivia (alrededor del 68% de las reservas de este mineral), abre oportunidades de comercio, inversión y desarrollo productivo que no se presentan todos los días, pero también entraña riesgos que deben ser ponderados. En este marco, no tener en cuenta las consecuencias de un posible boom exportador y el problema de la fiebre holandesa puede tener grandes costos a futuro. También se debe asumir que la explotación y el procesamiento del litio no dependerá solamente de factores meramente económicos. Aquí el aspecto ambiental es tan importante como el geopolítico.
Sin ánimo de agotar los temas, es importante destacar, asimismo, que desde hace años la discusión sobre política comercial internacional en Latinoamérica suele limitarse a debatir sobre las ventajas o desventajas de los tratados de libre comercio. Esto es difícil de explicar en términos económicos. La discusión debería abarcar no solo la apertura de mercados a exportaciones e importaciones, sino también la adopción de una serie de medidas de adaptación hacia adentro de las economías tras la firma de estos acuerdos.
Los Estados deben tomar medidas para que los sectores menos competitivos, que indefectiblemente sufrirán con las importaciones, puedan mejorar su competitividad o transformarse hacia otras actividades. El comercio produce ganadores y perdedores y es el Estado —no el tratado de libre comercio o los socios comerciales— el que debe velar para que la liberalización comercial resulte en el mayor bienestar posible para todas y todos, y evitando que la política comercial tenga efectos regresivos en la distribución de la riqueza.
En ocasiones, lo que falla en América Latina no es —o no solo— la política comercial internacional, sino la manera en que se gestionan los efectos de ese comercio hacia adentro de los países. Esto explicaría por qué algunos actores identifican a estos tratados como el principal problema aun cuando existe consenso en algunos países, como ocurre en Chile, de que los tratados han sido positivos para la economía.
La falta de diálogo sobre la política comercial de manera objetiva y con evidencia es un grave error. Mientras en otras partes del mundo los especialistas en esta materia producen estudios rigurosos y organizan debates, en América Latina, en general, la conversación sigue enmarcada en una dicotomía que a primera vista parece falsa.
La región no puede vivir aislada del mundo, necesita de las mejores oportunidades para exportar sus bienes y servicios, pero al mismo tiempo las negociaciones comerciales son difíciles y nada es gratuito: el principio que gobierna estas negociaciones es la reciprocidad. Además, cuando se negocia con los grandes socios comerciales se hace, en general, desde una posición desigual, y por eso es necesario tener un diagnóstico preciso de la situación y de los diversos intereses involucrados.
En suma, tanto negociar y firmar como modernizar o renegociar tratados de libre comercio sin una discusión previa, inclusiva y completa de los efectos económicos, sociales y medioambientales representa posturas que no se condicen al crecimiento sostenible e inclusivo que necesita América Latina.
Nicolás M. Perrone es profesor de Derecho Económico y director del Centro de Derecho, Regulación y Economía Sustentable (Cedres), Universidad de Valparaíso.
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