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Jorge Arreaza anuncia que la casa familiar de Hugo Chávez se convertirá en un museo

Está a la vista de todo el mundo el perverso modelo que aplicó el golpista contumaz Hugo Chávez Frías en Venezuela. Ni la estruendosa guerra desatada por el fratricida Vladimir Putin contra los ucranianos, ni la pandemia de la covid 19 ni la crisis climática, han podido sacar de la agenda de los mandatarios del mundo el caso patético que escarmentamos los venezolanos. Tampoco las instituciones llamadas a proteger los derechos humanos han cerrado las carpetas sin que se concluyan las investigaciones, como las realizadas por la OEA y la ONU, de cuyas piezas se puede sacar, al azar, cualquier página en la que, seguro, aparecerán los nombres de Maduro y compinches como perpetradores de los mas horrendos crimines de lesa humanidad.

Ya se desvaneció la fantasía en la que fueron atrapados unos incautos que se comieron el cuento que, con su verborrea envolvente, narraba un Hugo Chávez convertido en redentor de un pueblo, al que terminó mas bien hundiendo en una espantosa pobreza. Ahora en los escenarios de todos los continentes se habla de los desmanes consumados por ese par de bribones que se turnaron en el poder; incluso se han instalado cátedras en centros de investigación para tratar de comprender el particular “caso venezolano”, y de esa manera intentar encontrar explicaciones que ayuden a entender cómo fue posible arruinar a un país riquísimo que ahora es pobrísimo.

Tal como se infiere en la más reciente obra escrita por Moisés Naim, La revancha de los poderosos, ese virus populista venezolano se expande por el planeta con la misma furia como corrió “el maligno covid 19”. Por eso al día de hoy son mas de 60 países los amenazados, de cara a los próximos tres lustros, por la escalada autoritaria, según datos aportados por la organización Freedom House, para cuyo vocero Maikel Abramowitz, “estamos en presencia de una peligrosa recesión democrática, muchos países experimentan un declive de sus derechos políticos”.

Por eso resalta la lucha que se escenifica en decenas de países por la sobrevivencia como sociedades libres. Es un combate entre el bien y el mal. No se trata de un pugilato entre movimientos de derechas e izquierdas, sino entre grupos malignos, que buscan atrapar el poder para quedarse con él para siempre, y desde la otra esquina, organizaciones creyentes en los principios de la libertad que nos defendemos de esos despropósitos.

Son mentirosos crónicos. Chávez decía falsedades con una cara de circunspección aderezada con sus denuestos camuflados en esos estribillos que recitaba en su campaña electoral: “No estoy de acuerdo con la reelección”. “No voy a privatizar nada”. “Respetaré los derechos humanos”. Fue una hemorragia de mentiras como las que ahora espeta Maduro, quien ha llegado al extremo de decir que “en Venezuela se produce más de 80% de los alimentos que se consumen en el país”. O sea, ese par encarnan a la perfección las tres pe que desmenuza Naím en su libro: Populismo, Polarización y Posverdad. Igual que su aliado Putin que se apoya en el método o técnica llamado “la manguera de la falsedad” que le permitió llegar a la atrocidad de mentir asegurando que “Ucrania estaba desarrollando un genocidio contra 4 millones de ucranianos”. Ese fue su pretexto para acometer la locura de la guerra injustificable en febrero de 2022. Eso es lo que Naím llama la post verdad, crear realidades ficticias que son admitidas por sus fervorosos seguidores o partidarios. O la post verdad de los hermanos Castro que, por mas de 6 décadas, apelaban al fantasma del bloqueo o de la invasión.

Se creen mesías. Dueños de los pensamientos de los demás. Manejan la riqueza de sus países a su antojo, no rinden cuenta y roban a «manos llenas»; así como persiguen, torturan y matan a los que se atrevan a discrepar de sus predicas mentirosas, mientras simultáneamente promueven choques, odios y rencores sociales para fracturar las sociedades. Fingen con sus acólitos que en Venezuela funcionan las instituciones, cuando bien se sabe que no tienen autonomía y están en manos de un funcionariado abyecto a la falsa revolución.

Son seudo instituciones. Es una forma de fingir lo que no son realmente. Como el poder judicial cuyos magistrados entonan el himno nacional intercalando sus hurras gritando “uh, ah, Chávez no se va”. Montaron su casa del truco, porque en eso derivó el CNE, a cuyo encargo está la tarea “revolucionaria” de empalmar seudo elecciones como las que se realizaron para que Maduro se reeligiera ilegítimamente en 2018 y se diera una Asamblea Constituyente y una Asamblea Nacional tallada a su talante autoritario y a su estructura ósea. Están los vocingleros fiscales y contralores que nada fiscalizan ni controlan lo que pueda sacar a la luz publica las violaciones de los derechos humanos ni los latrocinios que pongan en tela de juicio a sus “comandantes eternos”. En Venezuela la prensa libre ha sido socavada, los contrastes no se ponen en los debates porque eso esta limitado por la seudo prensa. Ocurre algo más grave que la censura misma, que es la autocensura, como lo ha razonado la periodista colombiana Vanessa Vallejo. Las dictaduras anulan las licencias de las oenegés y les trancan los apoyos financieros, así lo hizo el chavomadurismo, para ir montando su red de colectivos “revolucionarios”.

En definitiva, no hay Estado de Derecho porque la Constitución es papel mojado y reconvertida mediante “referéndum” a los caprichos reeleccionistas del autócrata de turno. Eso acontece en un país victima de esa post verdad que utilizan como espada para defender lo indefendible. No hay democracias de verdad sino de fachada tras las que se dan las mentiras de sus usurpadores.

 

 

 

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