Por LUIS PÉREZ ORAMAS
Los escritos aquí incluidos constituyen la primera tentativa editorial de reunir, en un volumen, el pensamiento político y educativo de Enrique Pérez Olivares (Maracay, 1931-Caracas, 2012). Venezolano, formado como bachiller en el Colegio San Ignacio de Caracas y luego como abogado en la Universidad Central de Venezuela, Pérez Olivares dedicó su vida al servicio público, como maestro y como hombre político, convencido de la urgencia por sostener y hacer perdurables las instituciones de la república civil. Que esta padeciera el naufragio histórico que conocemos desde hace cuatro lustros constituyó la angustia de sus últimos días, pero tal tragedia colectiva nunca amainó su vocación política ni el empeño que guió su protagonismo público durante el período más brillante de la historia venezolana, la república democrática que él contribuyó a instituir y defender entre 1958 y 1998.
Guillermo Yepes Boscán (Caracas, 1942-Maracaibo, 2021), poeta y hombre político de excepción, amigo y compañero de mi padre en la aventura demócrata cristiana y en la conducción del Instituto Jacques Maritain, debe ser reconocido por haber tomado la primera iniciativa de reunir un conjunto heteróclito de documentos, en su mayoría transcripciones mecanografiadas de diversas prestaciones orales, discursos, seminarios, clases y conferencias dictadas por Enrique Pérez Olivares entre el inicio de los años 60 del pasado siglo y la primera década del siglo xxi. Quería Guillermo apurar su publicación, ansioso por ver allí una contribución para el retorno de la democracia en Venezuela, en vísperas de los comicios parlamentarios de 2015. A él se debe el primer impulso que concluye con la materialización de este libro, a contracorriente de quien, como mi padre, nunca se ocupó de publicar su pensamiento en forma sistemática por no creer —como lo manifestó innumerables veces— que poseyera suficiente “calidad literaria”.
Acaso por ello aquel millar de páginas que recibió Yepes Boscán de las manos de mi madre, Marta Oramas de Pérez Olivares, no podían, a nuestro juicio, entrar en imprenta sin un previo y cuidadoso trabajo de edición, lo que ha implicado la inclusión de notas explicativas y contextuales, la omisión de redundancias y en general una reorganización estructural del material en su conjunto. A ese trabajo me he dedicado personalmente, con ayuda de muchos, a sabiendas de que los lectores del presente, especialmente los más jóvenes, desconocen autores, referencias y contextos históricos que aparecen mencionados en las transcripciones de estas reflexiones como una forma de saber implícito, seguramente porque en el momento de su elocución el autor confiaba en que sus oyentes compartían dichas referencias. Para ello, en ocasiones, hizo falta fusionar diversos textos, evitando redundancias y enfatizando las ideas fundamentales en ellos expuestas, proponiendo capítulos consistentes en términos de su unidad de sentido, sin alterar en ningún momento las palabras originales del autor —salvo cuando se ha tratado de actualizar vocativos o en los casos en los que alguna nota lo hace explícito, siempre a favor del sentido original del pensamiento manifestado en el texto—. La mayoría de las transcripciones fueron hechas a lo largo de años por fieles asistentes y secretarias de mi padre, entre quienes cabría mencionar a la brillante y solidaria Margarita Palacios, testigo de excepción de la vida y obra de Calvani y Pérez Olivares, o a la fiel secretaria de los últimos años, María del Pilar Mendoza. A ellas —y a muchos otros que aquí no nombro— quisiera extender nuestra gratitud por haber contribuido a que estas páginas llegasen hasta nosotros. En más de una ocasión esas transcripciones requirieron correcciones de estilo, clarificaciones de nombres propios y, en general, la inserción de notas biográficas, aclaratorias contextuales o informaciones históricas inexistentes en los textos originales, facilitando su comprensión para los lectores del presente.
El lector encontrará el libro estructurado en tres grandes capítulos: “Política”, “Participación” y “Educación y orden cultural”. Estos tres constituyen los ejes centrales de la acción cívica y política a la cual dedicó su vida Enrique Pérez Olivares, y en ellos coinciden a menudo los principios causales, así como, siempre, la filosofía que los conduce, haciéndose espejo del humanismo de inspiración cristiana y de la vocación social que caracterizó el pensamiento y la vida moral de mi padre. Me he permitido añadir una sección a guisa de coda en la que se reúnen dos discursos ofrecidos por Enrique Pérez Olivares en sendos momentos críticos de su vida pública: el primero es la pieza oratoria que como gobernador de Caracas pronunció el día 25 de julio de 1980, efeméride de la fundación de la capital de Venezuela, ante las autoridades y el público presente en el cabildo del Distrito Libertador; el segundo es la lección inaugural del año lectivo 1992 de la Universidad Monteávila, ofrecida como su primer rector-fundador, cuando esta institución iniciaba su existencia pública. Constituyen ambos discursos testimonio de dos claves para la vida civil en el pensamiento y la obra de Pérez Olivares: la ciudad y sus desafíos históricos concretos; la universidad y su vocación de sabiduría y universalidad humanística.
En algún momento del largo y detenido proceso editorial me pareció conveniente dar lugar en este libro a otros intereses de mi padre, que fueron fundamentales en nuestra vida de familia: su pasión por el espacio público y por las instituciones culturales. Como gobernador se ocupó de la creación del Parque del Oeste de Caracas, así como de defender la iniciativa de los grandes bulevares peatonales que no contaba aún con suficiente consenso político. También se empeñó en iniciar los trabajos de restauración del casco histórico de La Guaira (único casco de ciudad portuaria colonial del siglo xviii que se encontraba enteramente conservado en América Latina hacia 1981, como solía recordar). Igualmente apoyó el Instituto de Arquitectura Urbana y lanzó las líneas directrices del Parque Cultural Caracas en la zona de El Calvario. Su respaldo a los museos fue siempre irrestricto: a la Galería de Arte Nacional, cuya sede, diseñada por el arquitecto Oscar Tenreiro, debía ubicarse en el Parque Cultural de El Calvario; al Museo del Teclado, para el cual hizo posible, con la asesoría de Rosario Marciano, la adquisición y restauración de los instrumentos y pertenencias de Teresa Carreño; proponiendo la iniciativa del Museo de Caracas e iniciando su colección; sus profundas amistades con artistas, músicos, creadores; su pasión personal por las artes visuales y su convicción de que la Belleza, como espejo del Bien y de la Verdad, alcanza en cada ser humano una manifestación única y constituye por lo tanto el corazón de cualquier promesa de libertad. Documentar esta dimensión de la vida de mi padre hubiese sin embargo implicado la recopilación y ubicación de documentos, textos, correspondencias que no estaban, ni están, en posesión de la familia. Dejo aquí, para quienes deban seguir el rastro de su pensamiento y obra, esta invitación a completar la totalidad de su persona pública y de su legado.
Sirva este libro, pues, de homenaje póstumo a Guillermo Yepes Boscán, amigo fiel y compañero de mi padre. Mi agradecimiento va también hacia quienes han acogido esta iniciativa editorial: a Editorial Dahbar en la persona de Sergio Dahbar; a los correctores editoriales que han contribuido con sus lecturas, Harrys Salswach y Carlos González Nieto; a Fernando Luis Egaña, amigo de infancia y admirador de mi padre, quien tuvo la generosidad de ofrecer su lectura al conjunto. Finalmente, agradezco profundamente a Ramón Guillermo Aveledo, hombre político cabal que ha seguido la estela de virtud cívica de figuras como Enrique Pérez Olivares, Guillermo Yepes Boscán o Arístides Calvani el haber concedido la autorización para publicar como prólogo de este volumen su brillante ensayo sobre el pensamiento de mi padre. A la Universidad Monteávila, en la persona de Carlos García Soto, mi agradecimiento por haber compartido dicho ensayo, originalmente redactado por el doctor Aveledo para ser incluido en un número homenaje de la Revista de Ciencias Jurídicas de esa universidad.
Mi padre fue amigo de personas de la más diversa procedencia y condición, a menudo de convicciones distintas a las suyas. Muchas de estas personas se han acercado a mí, a lo largo de los años, para ofrecer el testimonio de cómo sus vidas recibieron el claro amor de amistad que mi padre les ofrecía. Uno de ellos, a quien lo unió un afecto fraternal, fue Héctor Silva Michelena, inmenso pensador social. Lo menciono aquí porque ver en casa, cerca de mi padre, a tantas personas diversas, y entre ellas a muchos que no compartían necesariamente su fe o sus convicciones, unidos no obstante en lazos de apego conmovedores, me permitió entender —si no esclarecer— el misterio de lo humano, enseñándome que la fe solo puede ser, en última instancia, también, fe en el otro. Héctor Silva fue uno de los más brillantes economistas marxistas de su tiempo en Venezuela, pero también, sobre todo en su pensamiento maduro, y en cada uno de sus actos, Silva fue un hombre de profunda raigambre cristiana. Intelectual y hermano de sangre de grandes intelectuales, Héctor Silva Michelena fue también poeta. Un día, de las páginas de un libro extraído de la biblioteca de mi padre, cayeron en mis manos los versos que el joven Héctor Silva Michelena le escribía a otro joven, Enrique Pérez Olivares, el 29 de diciembre de 1958, cuando ambos nacían a la vida adulta y con ellos también veía la luz la democracia en Venezuela. Esos versos, escritos el mismo día en que mi padre cumplía 27 años de existencia, expresan mejor que cualquiera de mis palabras el amor y la esperanza en lo humano, de donde solo pueden nacer la justicia y la convivencia, fundación de la paz y nutriente de una política verdaderamente volcada hacia todos, creadora de civilidad en la polis. Me he permitido incluirlos en este libro porque creo que ofrecen el mejor retrato del hombre cuyas ideas y palabras florecen en las páginas de esta obra.
Enrique Pérez Olivares fue, pues, un hombre de grandes amistades, para parafrasear a Raïssa Maritain. Con ellas su vida fructificó en otros, especialmente en quien esto escribe: tuve la fortuna infinita de ser su hijo, y no he visto en nadie, nunca, como en mi padre, convivir tan brillantemente la capacidad de amor de amistad con la tolerancia, el respeto absoluto a la libertad del otro, sin menoscabo de la claridad de sus convicciones morales y religiosas que nunca dejó de expresar, con el entendimiento de que la vida humana es un misterio divino y por lo tanto impenetrable. Es esta la razón por la cual el respeto a la libertad de las personas que mi padre practicó siempre se nutría de una forma de optimismo metafísico, en su raíz teológica, en rigor incomunicable sino a través de la experiencia, es decir en las obras del amor. Esta lección fue la suya: que quien cree en Dios tiene que creer en lo humano. Y, por lo tanto, si yo debiera enunciar en pocas palabras cuál fue su llamado y su lección, diría que se trató, cada día, y para todo el porvenir, de fundar en la modestia de los actos la grandeza posible de una política de la misericordia.
*Educación para la libertad. Notas sobre la acción política desde el pensamiento socialcristiano. Enrique Pérez Olivares. Edición y nota editorial: Luis Pérez Oramas. Prólogo: Ramón Guillermo Aveledo. Editorial Dahbar, Caracas, 2021.
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