Del chavismo y de Maduro tenemos que salir lo más pronto posible, porque es asunto de vida o muerte. Esta afirmación no es una hipérbole. Realmente nos estamos muriendo de hambre por falta de comida, de enfermedad porque no hay medicinas, de encierro por la inseguridad reinante, de impotencia porque nuestra larga lucha ha sido inútil, de soledad porque nuestros hijos y nietos se han ido, de aflicción porque los restos de nuestros antepasados han sido profanados, de abandono porque nuestras pensiones y seguros no cubran los millonarios costos de la salud, de añoranza porque el país en que nacimos, crecimos, nos casamos y nacieron nuestros hijos ha desaparecido.
El país que ha creado los militares chavistas y sus lacayos castro-comunistas no es el nuestro. Tampoco lo es de los millones de venezolanos que se han ido y de los otros millones que quieren irse; de los millones que no votan y que reniegan del gobierno todos los días en las calles, en los mercados, en la morgue, en los hospitales, en las paradas de buses y en las colas que se forman por todos lados y para todo fin. Este es el país de los usurpadores, de los alienados por falsas ideologías, de los oportunistas, de los jalamecates, de los corruptos y de esa pastosa escoria humana que se siempre adhiere a las patas de las butacas del poder.
Se dice que el infierno venezolano tiene cuatro salidas, que se enumeran a continuación en orden inverso a sus probabilidades de ocurrencia (según mi humilde opinión):
Primera: una intervención externa, supuestamente norteamericana, como las que ocurrieron en varios países de la región en épocas pasadas. No lo creo posible, porque ni los tiempos que corren, ni las motivaciones del país del norte son hoy las mismas de ayer. Los intereses actuales de Estados Unidos en Venezuela no tienen la importancia requerida para inducir a esa nación a emprender semejante acción, sabiendo además que ningún otro país del mundo apoyaría esa aventura.
Segunda: un golpe de Estado proveniente del estamento militar, como tantos otros que han ocurrido a lo largo de nuestra historia y como el propio chavismo lo intentó (y aún lo celebra) en 1992. Tampoco lo creo posible porque las fuerzas armadas nacionales están corrompidas, penetradas ideológicamente, neutralizadas con prebendas de todo tipo y controladas totalmente por la cúpula gobernante.
Tercera: un estallido popular como los que han derribado gobiernos en la región y en el mundo en diversos momentos de la historia contemporánea. Tampoco lo creo posible. En Venezuela ha sido la clase media la que ha luchado por librarse del yugo chavista mediante paros, huelgas, manifestaciones, barricadas, etc. De ella son los muertos en las calles. Pero hoy está desmoralizada, dividida, inactiva, confundida y no cree en nada ni en nadie. Es incapaz de unirse para emprender de nuevo la lucha. La clase baja (sin intenciones peyorativas) no tiene coraje, conciencia ni disposición para emprender una insurrección. Solo podría realizar acciones aisladas y anárquicas orientadas a la depredación y el saqueo, como ha sido su actuación a lo largo de nuestra historia.
Cuarta: la implosión del régimen, como sucedió en la URSS y en las repúblicas comunistas de Europa Oriental. Esta, a mi modo de ver, es la salida con más probabilidades si tomamos en cuenta la cantidad y la magnitud de los problemas existentes y la incapacidad del gobierno para resolverlos. Los mismos se incrementan continuamente y el modelo político que los origina no solo no cambia, sino que se empeña tercamente en hacer lo mismo. Esos problemas, como todas las cosas, tendrán su límite, llegado el cual fragmentarán a la coalición gobernante haciendo imposible la permanencia de Maduro en el poder. Este límite está por llegar. A partir de allí, el fin del chavismo está cantado. El régimen será víctima del agente letal IPNR (implosión de problemas no resueltos).
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