Cuando en 1847 se publicó la novela Jane Eyre, Charlotte Brontë no imaginaba que su trágica heroína estaba destinada a cambiar el papel de la mujer en la literatura. No sólo se trataba de un personaje femenino con un propósito, sino uno además, que estaba rodeado de poderosas personalidades que mostraron a los lectores las percepciones sobre el género imperantes en la época. Brontë creó una estructura narrativa, capaz de sostener los momentos más duros de su historia y además, dar vida a una personalidad atractiva y poderosa. Todo en medio del habitual escenario con reminiscencias góticas, un secreto escondido y una circunstancia en potencia mortal — o al menos infamante — que acecha desde las sombras.
La escritora Rachel Hawkins toma lo mejor de la novela de Brontë y renueva la propuesta, desde una mirada intrigante sobre la identidad de la mujer contemporánea, mezclada con los códigos del misterio y suspenso tradicional. Conocida por sus novelas de romances sobrenaturales destinados al público juvenil, Hawkins toma un considerable riesgo con The Wife Upstairs, una historia en apariencia sencilla sobre una pequeña tragedia doméstica, que se convierte en un ingenioso mecanismo de terror. La narración resulta sorprendente por todos los recursos que la autora utiliza para mostrar el recorrido de su protagonista para convertirse de una mujer común, a una heroína en mitad de una desgracia. No obstante, no se trata de un recorrido signado por el miedo, sino por el autodescubrimiento, lo que permite a la escritora construir una versión sobre la presión del sufrimiento emocional e intelectual de su personaje, mucho más intuitivo que sensorial. La Jane de Hawkins — resulta curioso que la escritora incluso haya bautizado a su personaje central con el mismo nombre de la obra que referencia — se encuentra atrapada en un laberinto doloroso que comienza y termina en un matrimonio sin amor.
Pero más allá de la angustia existencial que Jane soporta en medio de la desazón de un secreto que guardar, también hay un espacio en su mente en la que la necesidad de reconstruir su propia identidad es más fuerte que cualquier otra cosa. Hawkins tiene la suficiente inteligencia para reflexionar acerca de la manera en que el recorrido intelectual y moral de Jane le llevará a lugares desconocidos de su propia vida, a replantearse su historia desde una dimensión nueva y por último, elaborar una concepción sobre la fe, el dolor y la liberación por completo nueva. La historia une con buen pulso varios hilos argumentales para crear un rompecabezas complejo que termina por tener un núcleo misterioso. Hawkins está mucho más interesada en el trayecto de Jane para encontrar los momentos fundamentales de su vida, que en construir una hipótesis sobre cómo el sufrimiento puede cambiarle. Y ese es quizás, uno de los elementos más intrigantes de una novela que crea un mecanismo narrativo bien construido a partir de lo enigmático, para encontrar una expiación a la tensión emocional que sostiene desde el primer capítulo.
Pero sobre todo, The Wife Upstairs incorpora el humor y la percepción de lo doméstico, como una propuesta elaborada que basa su sentido de la oportunidad en la forma en que la autora elabora una premisa. ¿Qué ocurriría si un día cualquiera, descubres que cada cosa en la que crees es falsa? Claro está, se trata de un recorrido a través de la versión y la duplicidad de la realidad, algo que además, permite a la concepción sobre la verdad, volverse mutable y ambigua a medida que la trama avanza. Hawkins, que hasta ahora creó misterios ingeniosos en novelas autoconclusivas con personajes femeninos poderosos, logra en The Wife Upstairs un recorrido novedoso por la concepción del ámbito del hogar y lo corriente, levemente distorsionado. ¿Qué ocurre cuando no podemos distinguir lo que creemos real de lo que no lo es? ¿A dónde puede conducir la concepción de la mente como espacio de reconstrucción de lo visible y lo tangible hacia algo más confuso? Todo eso, unido a las vicisitudes de un personaje que tomó la decisión consciente de enfrentar un hecho traumático a través de la condición de decidir en qué creer o en qué no hacerlo. Esta Jane Eyre del nuevo milenio, lleva un teléfono celular en lugar de un cuaderno, lee en la pantalla de su ordenador en lugar de refugiarse en las páginas de un libro y ama en secreto a un hombre poderoso, que no es irascible ni tampoco distante, pero si guarda un secreto. Como si de un hilo entre dos realidades se tratara, Hawkins logra construir una forma sencilla pero elocuente de usar la meta referencia al clásico como una construcción elaborada sobre su propia concepción del tiempo.
Porque en The Wife Upstairs, lo ambiguo de las intenciones lo es todo. Ambientada en un suburbio de clase media de Birmingham (Alabama), Jane comienza la historia dejando claro que ese no es su nombre real. O podría serlo, pero que para ella no es de interés que sea fácil adivinarlo. El juego de identidad, se convierte en indicativo de algo más profundo, una simple eventualidad para restar peso a su individualidad o algo más peligroso. Después de todo, Jane tampoco tiene pasado. Su llegada a Birmingham ocurre durante la noche y en medio de todo tipo de precauciones — el prólogo que narra la escena es una mezcla de imaginación y formas de construir un discurso independiente que sorprende por su habilidad — y una vez que se establece en el barrio, no menciona el nombre del lugar. Tampoco describe el sitio en el que vive, lo que le hizo abandonar el anterior ni mucho menos, los motivos por los cuales es tan importante para ella el enigma que le rodea. “Somos nuestros secretos. Los que llevamos a cuestas, escondemos y lo que creemos, podemos ocultar con un nuevo nombre, tinte para cabello y un acento irreconocible”. Hawkins jamás indica quién era Jane antes de llegar a Birmingham, pero deja claro que su huida — de dónde sea que se haya producido — fue rápida, mal planeada y que Alabama, fue un destino casi accidental. Además, se trata de una percepción sobre la noción de yo en una época hipertecnificada y comunicada. Jane deja claro que las redes sociales “podrían ser la llave a información que no puede controlarse de inmediato” por lo que prescinde de ellas. Pero también sabe que ser del todo invisible, implica ser visible en cierta medida. Así que tiene una cuenta Facebook que jamás actualiza y en Twitter, apenas comenta sobre el clima y unas cuantas fotografías sobre sus zapatos. “Para desaparecer de manera convincente, hay que dejar algunas pistas falsas”.
Jane atraviesa además una situación difícil. Apenas tiene dinero para sobrevivir en su nueva vida, por lo que comienza a pasear perros en la muy lujosa comunidad cerrada. Al principio, su mera presencia causa sospecha y suspicacia — “después de todo soy joven y hermosa” comenta como al pasar — pero después, se logra mimetizar en la comunidad y ganar la confianza de sus vecinos por el método sencillo: parecerse a ellos. Se viste como la mujer que es su vecina, se corta el cabello como la esposa del reverendo y compra joyas baratas, muy semejantes a las que llevan varias de las chicas del club social. Al final, Jane, que pasea perros, se toma selfies en los que jamás aparece su rostro del todo y ríe a carcajadas, se convierte en una más. Le invita a comer la delegada del municipio para obras públicas, comparte un club de lecturas con las divorciadas. Su aspecto y también, su modo de comportarse es tan genérico como inclasificable, lo que la hace formar parte de algo más elaborado. Hay un plan detrás de cada decisión de Jane. Ni su atuendo, ni su ropa, cabello o modo de hablar son casuales y Hawkins lo deja claro. “Cada disfraz debe ser perfecto, porque de no serlo, será una caricatura llamativa”. Lo piensa mientras arrastra al grupo cada vez más nutridos de perros de raza, con pieles relucientes y collares con piedras falsas, a través de las calles impecables del suburbio. Saluda, acepta tazas de café, comparte recetas. “Un camaleón cambia de color, pero en realidad, lo que hace verídico su disfraz, es la forma en que se oculta entre lo sencillo” dice mientras ríe el chiste de una mujer desconocida, a quien convenció que se habían encontrado “antes” en un club social. “Antes, un año, una década. Pero ahora sabe que estoy aquí, que quizás, puede confiar en mí”.
Mientras Jane lleva adelante su elaborado plan, conoce a Eddie Rochester, adinerado como todos sus vecinos, mucho más guapo que cualquiera de ellos y amable. No obstante, como ella, Eddie tiene un secreto y Jane lo percibe de inmediato. “Nada más efectivo que un mentiroso para descubrir las mentiras de otro” piensa mientras acepta pasar el enorme Golden retriever de Eddie. El nuevo cliente no le permite pasar de la puerta, no le mira al rostro y niega tajante haberla conocido antes o después, cuando Jane insiste en lo contrario. “Cuando falla el truco habitual, eso significa algo”. Eddie es un hombre solitario y viudo reciente. La tragedia que le envuelve además, es mucho más extraña de lo que podría suponer la muerte de una mujer joven. La difunta esposa se encontraba navegando en el bote familiar cuando simplemente desapareció junto a su mejor amiga. “¿Desapareció? ¿como sólo huir de un lugar sin dejar rastro” piensa de manera burlona Jane, aunque no añade otro comentario. Pero la insinuación está ahí y Jane comienza a preguntarse si la difunta Bea y su amiga Blanche, en realidad protagonizan otra dimensión de todos los enigmas que parecen rodear a Eddie. Tan complicados y extraños como los suyos. “Somos almas gemelas. Al parecer, ambos mentimos en asuntos importantes”.
Y quizás, por ese motivo, el amor entre ambos resultan sencillo y nace de inmediato. Jane no hace preguntas, ni tampoco Eddie. Ninguno necesita conocer otra cosa del otro que datos tan sencillos como la comida preferida, la película que quieren disfrutar juntos un sábado por la tarde, quien paseará al perro familiar. Por extraño que parezca, el mismo silencio sencillo, el sexo apasionado, la necesidad de compañía mutua, hace más complicada la relación. “Siento que me miro al espejo cuando lo beso. Que soy un espectro, dividido en dos. Él es hombre que yo sería y él es la mujer que soy”. La frase parece un juego de palabras pero no lo es. Jane comienza a comprender que tras la desaparición de Bea y Blanche hay algo más que una tormenta y poca pericia náutica. Las vecinas y nuevas amigas se niegan a hablar sobre la mujer, le piden “tenga precaución” y Jane se sorprende respondiendo llamadas luego de regresar de una inocente parrillada al aire libre. “Solo para saber si me encuentro bien, ha dicho. Solo para saber si todo está en orden. Eddie está dormido — o parece estarlo — la casa silenciosa. Y me pregunto si en realidad, todo está bien. Si realmente eso es lo que debería responder”.
Porque Jane, que sabe de secretos, está convencida de que el que guarda Eddie es mucho más enrevesado y complicado que el suyo. “Yo solo quise desaparecer, pero no sé que es lo que desea Eddie” dice cuando encuentra la ropa de Bea envuelta en bolsas, empapada en gasolina. “¿Por qué quemar la ropa de una mujer que no volverá?” parece una pregunta sencilla, pero no lo es tanto. Bea de hecho, desapareció no sólo de la vida de su marido, sino del mundo. Una vez declarada muerta a instancias de Eddie, cualquier fotografía, objeto y mueble que le perteneció fue quemado, destruido o arrojado a la basura. “Si quisiera saber como era su rostro, tendría que atenerme a las descripciones amables de su obituario”. Incluso, Eddie borró las redes sociales de Bea y las de Blanche, son apenas pequeños indicios de información descuidada. Jane, que conoce el truco, comienza a preocuparse. “No se trata solo que Bea ha muerto, es que Eddie no desea recordar que estuvo viva”. La sensación angustiosa se hace más compleja, avanza hacia una dirección inquietante y al final, es más elaborada de lo que supone durante los primeros capítulos de la novela. Y quizás, ese es el gran triunfo de Hawkins: de pronto, Jane está enfrentando una situación idéntica a la suya, únicamente que al otro extremo. Eddie guarda todo tipo de secreto y miente de manera de cuidadosa, lo mismo que ella. Jane necesita descubrir el motivo, pero para hacerlo, tendrá que revelar los suyos y es algo para lo que no está preparada. Un lugar hacia el cual no quiere avanzar. “Necesito saber qué ocurre, sin contar qué me ocurre”.
A la mitad de la historia, Hawkins comienza a cambiar el punto de vista del narrador y la novela se hace incluso más rápida, trepidante y divertida de lo que había sido hasta entonces. Sí, Eddie guarda un secreto y Jane también. Y ambos saben que el otro, trata por todos los medios de no ser descubierto. Están enamorados, unidos por una complicidad complicada y sujetos a un misterio que les sobrepasa. ¿Qué ocurrió con Jane antes de llegar a Alabama? Hay datos sueltos sobre su capacidad para educar — “nunca se olvida un salón de clases” dice casi de forma distraída — y que Eddie soportaba un matrimonio sin amor. Pero poco a poco, el enigma termina por convertirse en una idea más complicada sobre la intimidad, el miedo y los espacios personales, convertidos en un duelo violento por la necesidad de comprender lo que se esconde en alguna parte de la casa de Eddie o de la vida de Jane. “Estoy en una trampa, que puede atraparme. Y acabo de poner una trampa, que también puede atraparme” dice Jane cuando finalmente decide tratar de averiguar qué es lo que esconde Eddie, riesgo que quede descubierto, lo que ella misma trata de ocultar.
Con su ingeniosa manera de construir un preciso mecanismo de intriga y una rara sensibilidad para dotar de poder a una mujer de la que apenas brinda información, The Wife Upstairs es un juego tortuoso y en extremo gracioso a través de los temores e intrigas de un pueblo pequeño, entre dos desconocidos y en medio de una insólita historia de amor. “¿Qué ocurre cuando dos mentirosos deciden que el enigma que esconden, es también parte del amor?” se pregunta Jane a punto de descubrir el secreto de Eddie. Quizás, la respuesta, sea una brillante percepción sobre los múltiples matices de la verdad, la realidad y lo que escondemos. Pero en especial, un nuevo tipo de personaje lleno de graduaciones morales y emocionales que sorprende por su efectividad. Sin duda, el punto más alto de la novela.
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