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China y Rusia en Samarcanda

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El encuentro de Xi Jinping y Vladimir Putin en el marco de la reunión de la Organización de Cooperación de Shanghai ha estado lleno de mensajes, señales y símbolos. Muestra un entorno mucho más complejo que el sugerido por las recurrentes referencias al retorno de una tensa y peligrosa bipolaridad o a una nueva y saludable multipolaridad. A la vez, no niega muchas otras recurrencias, rodeadas de nuevas y enormes complicaciones que bien pueden ilustrarse en torno a los temas, la ocasión y el lugar de la cita.

La guerra en Ucrania ha sido el tema más atendido por los medios y generador de más expectativas: tanto por el impulso de la ofensiva ucraniana y su recuperación de territorios como por las señales de debilitamiento de las fuerzas invasoras y los asomos de complicaciones en Rusia. Putin parece necesitar más que nunca, un explícito apoyo chino a su “operación militar especial”. En su discurso público reconoció las inquietudes y preguntas de China, se mostró dispuesto a presentar explicaciones detalladas y reiteró su apoyo a la posición de Beijing sobre Taiwán. Las palabras de Xi Jinping, sin mención de Ucrania, se limitaron a alentar que la vinculación de los dos países sea ejemplo de poderes mundiales responsables, de liderazgo en el camino del desarrollo sostenible y positivo. Putin agradeció lo que llamó posición equilibrada de China, que ha consistido fundamentalmente en su no condena a la invasión, en su crítica a Estados Unidos y la expansión de la OTAN como causantes del conflicto y en el aumento de su compra de petróleo y gas ruso. Con ese marco de referencia, la declaración escrita sobre este encuentro, publicada por el gobierno de China, habla de “apoyarse mutua y enérgicamente con Rusia en los temas tocantes a los respectivos intereses vitales, y profundizar la cooperación práctica”. Lo que queda del intercambio y su documentación pública es, a grandes trazos, una significativa y creciente asimetría en prioridades y recursos que favorece a China. No subestima a Rusia como socio estratégico –formal y expresamente el régimen chino no cultiva alianzas ni tiene aliados– pero es cada vez más evidente que no en la condición de interdependencia a la que aspiraba Putin y anunciaba antes de la guerra la declaración de amistad sin límites.

La ocasión del encuentro es recordatorio de lo que interesa en común a los dos regímenes:  fortalecer posiciones, concepciones y foros internacionales alternativos, en este caso, en materia de seguridad internacional. Este es el ámbito fundamental de la Organización de Cooperación de Shanghai, que, entre países miembros, candidatos a serlo y observadores, reúne a dieciocho países asiáticos, entre ellos China, Rusia, India y Turquía, con Irán en la cercanía a su adhesión. A la agenda de la organización se han ido sumando temas de desarrollo regional y las orientaciones más políticas de las propuestas de China, el socio más influyente. Estas incluyen, aparte de la consolidación de la seguridad regional, el fortalecimiento de la cooperación y el de la organización a través de su ampliación, también plantean dos temas en los que se precisa el sentido alternativo de este foro. El primero se refiere a la necesidad de multilateralismo, que sea defensor de los valores de la humanidad y promotor de la gobernanza global, pero opuesto “a la difusión de la falsa narrativa de democracia versus autoritarismo”. El segundo es el del impulso al desarrollo sostenible y la responsabilidad en el “mantenimiento de la seguridad de las cadenas industriales y de suministro internacionales, y la seguridad alimentaria y energética internacional” es vinculado expresamente a la necesidad de “profundizar la construcción conjunta … de la Franja y la Ruta”, proyecto impulsado por Xi Jinping desde 2013, conocido también como Nueva Ruta de la Seda. Los encuentros sostenidos entre Xi Jinping y cada uno de los presidentes de los países de Asia Central en este, su primer viaje internacional en dos años y ocho meses, señala la importancia de  sus acercamientos, en general y especialmente a regímenes dela periferia rusa –antes Repúblicas Socialistas Soviéticas– y del mensaje de fortaleza que sobre su país, su liderazgo y su concepción de política exterior quiere transmitir el presidente, cercana su previsible segunda elección para un tercer período por el muy cercano XX Congreso del Partido Comunista Chino.

Finalmente el lugar: la ciudad de Samarcanda, que es tan rica en símbolos y evocadora de cuentos, leyendas e historias. Muchas historias, sobre violentas y sanguinarias confrontaciones de poder y sobre rutas de comercio entre Oriente y Occidente. Entre las pugnas por el poder, fueron notables por su escala las guerras y conquistas de Genghis Khan y sus sucesores, entre ellos las del turco-mongol Tamerlán, asentado por mucho tiempo en Samarcanda­. A partir de esas y otras memorias, son de interés los análisis recientes que no por casualidad vuelven a llamar la atención sobre los antecedentes de intentos no occidentales de orden mundial.  En cuanto al comercio, la red de mayor extensión y ramificaciones fue sin duda la Ruta de la Seda, que durante quince siglos canalizó intercambios, con Samarcanda como uno de sus pasos más importantes. En lo uno y en lo otro, van las apuestas estratégicas de China, con más recursos y menos atropellamiento que las de Rusia.

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