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Encuestas

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En las últimas semanas me he aventurado en el tema de las elecciones, los métodos sistemas o mecanismos usados para llevarlas a cabo y obtener los resultados.

No me había atrevido a escribir sobre las estadísticas ni sobre las encuestas. Indagaba con ingenieros, economistas, psicólogos, físicos, químicos y otros profesionales que requieren acumular datos, medir, organizar, clasificar, ordenar, interpretar, identificar tendencias u opiniones y me amedrentaba que siempre terminábamos conversando sobre las bondades y complejidades de una materia -o quizás más preciso: de una ciencia-  denominada Estadística que se basa en las leyes de la probabilidad.

No escribir no implica que no me hiciera preguntas sobre la estadísticas –las oficiales o del sector público, principalmente- o sobre las encuestas.

Sobre las estadísticas públicas ni me molesto en comentarlas porque quizás ni existen. Se suponía que las estadísticas oficiales debían ser imparciales, no manipuladas y que eran herramientas necesarias para aplicar políticas públicas. Y seguramente ese no sea el caso en el actual régimen.

Pero sobre las encuestas observo que se están levantando voces. Algo raro flota en el ambiente.

Comienzo por Estados Unidos porque fue en ese país precisamente y durante la década de los años 30, cuando George Gallup creó la maquinaria de las encuestas para fines políticos, de entonces a ahora, es quizás el país paradigmático en el uso de encuestas para interpretar las tendencias de la opinión pública. Y las encuestas fallaron estrepitosamente en 2016 y en 2020.

Tuve la oportunidad –y por eso me animé a dar el paso adelante- de leer un artículo escrito por David A. Graham  (“The Polling Crisis Is a Catastrophe for American Democracy. If public-opinion data are unreliable, we’re all flying blind” o, en español: “La crisis electoral es una catástrofe para la democracia estadounidense. Si los datos de opinión pública no son confiables, todos estamos volando a ciegas”. The Atlantic, 2020) en el cual alerta sobre un fenómeno de sospecha generalizada sobre la metodología y la utilidad de las encuestas. Aunque el autor se refiere principalmente a Estados Unidos, sí menciona que esta crisis de verosimilitud es proyectable a otros países.

La intensidad de la alerta que hace David A. Graham no es poca cosa cuando expresa: “El fracaso de las encuestas deja a los estadounidenses sin una forma confiable de entender lo que nosotros pensamos como pueblo fuera de las elecciones, lo que a su vez amenaza nuestra capacidad de tomar decisiones o de unirnos como nación”.

Áreas de exploración para encuestas deben haber muchas. Imagino que mientras más concreto, preciso y objetivo sea el campo de estudio, más y mejores serán los aciertos. Por el contrario, mientras más abstracto, amplio y subjetivo sean las dimensiones del campo de estudio, será necesaria mayor rigurosidad científica y metodológica. Y, pienso también que, sin embargo, la rigurosidad de las leyes de la probabilidad –que me imagino que deben ser inmutables- requieren de la asistencia de otras ciencias o técnicas ajenas a la rigurosidad matemática.

Pero me pregunto: dadas unas circunstancias de hecho y aplicadas a ellas las mismas leyes y metodología ¿por qué aparecen predicciones tan diferentes?

En las encuestas existe un elemento denominado la muestra. Este elemento es un sub-conjunto de la totalidad de la población y pretende ser representativa de la totalidad. A esta muestra se le plantean unas preguntas y de la recopilación de sus respuestas se intenta interpretar una aproximación de la tendencia predominante del todo.

Pero varios detalles. ¿Quién y cómo escogen a cada integrante de la muestra? ¿Qué elementos prevalecen para escoger a “A” y no a su vecina “B”? ¿Por qué “A” y no “B”? ¿Cuáles parámetros seleccionan a “A” y cuáles descalifican a “B”?  Al momento de “encuestar”, ¿quién o quiénes redactan las preguntas?

Si me preguntaran hoy “¿cuán mejor estoy hoy que mañana?” ¿Qué puedo responder? Imposible de responder porque el mañana no ha llegado. Si me preguntaran hoy “¿cuán mejor estás que en 2017?”, ¿qué esperan que responda?: ¿qué estoy vivo? ¿Es eso determinante y conclusivo?

Hace poco oí la entrevista que le hicieron a un personaje de la “burbuja de la encuestas”. Pretendía el entrevistado extrapolar los resultados de una encuesta, cuya área había sido definida para un sector específico de la industria nacional en los parámetros de la encuesta, como  una verdad universal para toda Venezuela. Su propuesta era: … Venezuela está mejorando.

¿Mejorando? ¿Mejorando para quién y con respecto a qué? ¡Dios! ¿Es que el cinismo no tiene límites?

Las matemáticas, las técnicas, las interpretaciones, las leyes de las probabilidades… todas contradicen la realidad que palpamos, que vemos, que compartimos. Dios no lo quiera y no es lo que deseo para nadie…pero ¿qué una culebra venenosa muerda a tu pequeña nieta a ver si vas a seguir con el cinismo? ¿Dónde encontrarás el suero antiofídico polivalente para salvarla? ¡Sí, todo está mejorando!

Ruego porque la Santísima Virgen María acoja bajo su manto y proteja a todos los venezolanos necesitados de ayuda, empatía y consuelo…independientemente de las encuestas.

Dios guarde a V. E. muchos años.

La cuenta del autor en Twitter es @Nash_Axelrod.

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