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Se agradece la risa

Al tiempo que se reedita su inteligente y revelador libro de memorias, “Permítanme contarles”, con prólogo de Fernando Mires, un nuevo y peculiar título de la ensayista y política Paulina Gamus acaba de publicarse: “Se agradece la risa”, compilación de textos, donde comenta diversos materiales de prensa que ha ido guardando a lo largo de los años  

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Toda pasión bordea el caos; la del coleccionista, el caos de los recuerdos.

Walter Benjamin, Desembalo mi biblioteca

Siempre resulta enigmático que una persona coleccione pasiones tan diversas como cuernos de rinoceronte con pedacitos de rubí o dibujos sensuales de Picasso o cartas de amores imposibles o rastros de sus propias aventuras amorosas o monedas antiguas. Desde el renacimiento hasta la actualidad, una lista infinita cataloga a curiosos que han acumulado oscuros y transparentes objetos del deseo. En muchos casos, el coleccionista persigue algo inasible que está más allá de las joyas de su colección. Algo que se perdió y no siempre se puede reencontrar.

Uno puede preguntarse qué impulso pone en marcha a una persona para que persiga insistentemente obras de arte, muebles elaboradísimos de época, libros autografiados, papeles raros, documentos oficiales chismosos, fotografías anónimas, animales, o simplemente diferentes modelos de paraguas, plumas estilográficas o estampillas de países imaginarios. Y siempre la respuesta pareciera apuntar hacia dos palabras cargadas de erotismo, según el historiador Philipp Blom: conquista y posesión.

Paulina Gamus, caraqueña en la que confluyen sangre de sirios y griegos, abogada graduada en la UCV y militante del partido Acción Democrática desde muy joven, congresista en varios periodos, concejal de Caracas, viceministra de Turismo y ministra de Cultura, por años leyó los periódicos como quien persigue piedras preciosas. Y recortó aquellas noticias que le llamaban la atención por absurdas, insólitas, divertidas o estrafalarias.

Dueña de una pluma incisiva y de una inteligencia que suele alzarla por encima del ejercicio de la política vernácula, con el tiempo fue comentando esos recortes de prensa con agudeza y humor. En Se agradece la risa, esta cronista incomparable de lo que era la política en Venezuela comenta una colección de cuatro décadas de entrevistas, noticias, obituarios y avisos clasificados, es decir humoradas voluntarias e involuntarias.  

Paulina Gamus les regala a sus lectores esta compilación de textos escritos por otros que ella acumuló durante cuatro décadas. Unos cuantos de ellos son en contra suya; los demás, sobre multitud de asuntos. Hay recortes amarillentos, fotos, facsímiles y, sobre todo, esos comentarios suyos que demuestran que no hay nadie en la política venezolana con esta capacidad de reírse de sí mismo mientras nos hace reír a los demás. Su actitud contrasta en la Venezuela de hoy, así como en buena parte del mundo, donde ladrones que se creen dioses mandan a la cárcel o al exilio a cualquiera que roce la quebradiza piel de sus egos.

La mirada de Paulina Gamus es incomparable sobre lo absurdos, psicóticos y desopilantes, que los venezolanos hemos sido, y seguimos siendo. Su pluma corta con ironía la piel de nuestras pretensiones y exabruptos, y se constituye en testimonio de una rara antropología. El lector debe imaginarse que se ha detenido frente a una vitrina por donde pasa una Venezuela inusual.

Las aspiraciones de Luis Alberto Machado por resolver la guerra del Golfo de 1991; los discursos de los adecos de provincia; el folklore de las campañas electorales; los secretos que esconden los obituarios; los orígenes de la adulación; el drama de un japonés con apellido impronunciable en español; y otras anécdotas más componen esta carpeta en la que no queda títere sin cabeza, y que parte de la constatación de que la gente del poder siempre ha sido objeto de la chanza de la gente que no lo tiene, no solo porque eso es un derecho ciudadano, sino porque los políticos siempre dan motivos para la burla.

“Algunos dirán que me aprovecho de mi provecta edad para hacer algo que pudiera suponer pena de cárcel ya que, de ser así, la pasaría cómodamente instalada en mi casa y sin los apuros de tener que arriesgar mi vida en las calles de una ciudad tan insegura como Caracas”, escribe en la introducción de esta rara joya de la literatura política venezolana. “Quizá tengan razón. Aunque, pensándolo mejor, ¿con qué derecho van a ofenderse, demandarme o tomar cualquier otra clase de represalias? ¿Quién que haya sido animal político (algunos más lo primero que lo segundo) no ha sido objeto de bromas y burlas?”.

Cada coleccionista particular busca algo esencial que ha perdido y diseña un espacio para contener sus propias maravillas. William Randolph Hearst compuso en San Simeón un mundo ideal que perdió en sus primeros años de vida. Pablo Escobar fundó en un país violento un zoológico particular en su hacienda Nápoles. J.P. Morgan se defendió de las carencias afectivas en una casa de New York que parecía no necesitar nada del mundo exterior. La melancolía de Rodolfo II de Habsburgo lo llevó a construir un castillo en Praga (que siempre ampliaba) para guardar sus curiosidades.

Paulina Gamus, otra coleccionista de estirpe, creó un libro que se parece a su inteligencia, en el que ordena el caos de la memoria y ratifica sus notables dones para la escritura. Sus piezas invalorables representan vestigios de un mundo perdido: con cada uno de ellos esta cronista excepcional ajusta cuentas como quien pasa revista a una vida bien vivida. Presenciar este tour de force es un placer para quienes persiguen obras inclasificables.

Paulina Gamus ha escrito un libro que no se parece a ningún otro, donde confirma que el humor venezolano es inagotable y despiadado. Una crónica de raras perlas bibliográficas que nos reflejan con humanidad y desparpajo. Un retrato de Venezuela como no habíamos visto en los últimos tiempos. Una obra finalmente que recuerda a un país cargado de contradicciones que no sospechaba el futuro por venir.

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Se agradece la risa

Paulina Gamus

Editorial Dahbar

Caracas, 2018

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