La Venezuela que despertó en el siglo XIX solo conoció de las disputas (y guerras) entre los partidos conservador y liberal, expresión esta última que predominó, ligada con el positivismo, por varias décadas al consolidarse la férrea y larga dictadura de Juan Vicente Gómez. Aquellos partidos no eran como hoy en día los conocemos y, con las excepciones del caso, muy honrosas, por cierto, no estaban al día con el mundo de las ideas y de los planteamientos de su tiempo. Fue inevitable un resurgimiento de los partidos, al inaugurarse la era de Eleazar López Contreras, tiempos cuando el oficialista fue expresión pura e inmaculada del bolivarianismo, tolerando lo que resultó ser el embrión del socialcristianismo, el cual fue más bien falangista, y el resto de la oposición comunista, que era la moda de entonces, creyéndose en el rápido colapso del capitalismo con la crisis de 1929.
Sin dudas, hubo un sarampión comunista entre nosotros. Sin embargo, cuando una serie de hombres y mujeres descubren las realidades del país antes desconocido, tratan de llegar al nervio petrolero, a la situación de la tenencia de la tierra y a la situación de las aulas. Estos jóvenes, la famosa y significativa Generación del 28, armaron otros novedosos planteamientos e iniciativas, se alzaron en la universidad y acompañaron el alzamiento del cuartel San Carlos. Comenzaron a estudiar a profundidad, con las pocas herramientas teóricas que llegaban al país, esa realidad necesaria para transformar, revolucionariamente, el país con un sello inequívocamente venezolanista. Al pasar algunos años, fundan el Partido Democrático Nacional (PDN) que el gobierno de entonces evitó legalizar por todos los medios, lo que al final se logra bajo el nombre de Acción Democrática.
Eso no fue un hecho fortuito, salido de una caja de detergentes, con arroceros digitales como hoy, sino el producto de un conjunto de hombres y de mujeres de una incuestionabilísima conducta ética, profundidad de reflexión y con una gran vocación democrática y popular que no les daba asco confundirse con el pueblo venezolano porque ellos mismos eran pueblo. Los lideró Rómulo Betancourt, quien supo armar un gran partido, con grandes hombres y mujeres a quienes siempre consideró sus hermanos y hermanas de lucha; partido donde se respetaba a sus militantes y se cedía el espacio cuando había que cederlo. No fue él el primer candidato presidencial de la organización, sino Rómulo Gallegos, un monumento de la venezolanidad, de la literatura y de los ciudadanos probos. Y cuando a Betancourt se le ofreció en bandeja de plata la candidatura presidencial, dijo y supo decir que no para abrirle cauce a otras generaciones. ¡Qué contraste con los narcisistas de este siglo que han fundado partidos de su entera propiedad!
Otro detallazo es la filosofía de Rómulo Betancourt en cuanto al brillo: todos los militantes del novísimo partido de ese entonces debían también brillar. No se consideraba el partido de entonces ni de nunca, versión legalizada del PDN, sin Luis Beltrán Prieto, Gonzalo Barrios, Raúl Leoni, Carlos Andrés Pérez, Leonardo Ruiz Pineda, Antonio Pinto Salinas, Alberto Carnevali, Rómulo Gallegos y tantos otros grandes dirigentes que son parte de la historia. Aunque sus nombres no son tan famosos y recordados, fueron piezas fundamentales en la lucha y el trabajo político de la época. Ellos eran parte del engranaje que no hubiera funcionado en la lucha por la democracia; existía un gran respeto y hermandad, y sus diferencias, pues las había, eran manejadas de otra forma porque, primero, era la patria y, después, las apetencias personales.
El contraste con todos los partidos del siglo XXI es realmente evidente y, por muy nuevo que seas, únicamente brilla el creador y sus muy escasos colaboradores, a lo sumo. En todos ellos, el fundador es el propietario de las siglas, maneja directamente las finanzas de la organización, no le rinde cuentas a nadie, es el candidato por antonomasia para todo lo que salga: presidencia de la República, gobernaciones, alcaldías, se autoeligen para todo, incluyendo un dorado exilio. Son características que han sobresalido en la neopolítica venezolana, aunque muchos pretenden aparentar algo distinto.
Volver a enderezar el camino y tratar de construir o modificar los partidos con ideas y bases democráticas con en algún momento lo hizo Rómulo, que se adapten a las necesidades del país para llevarlos a una real transformación y modernización; lograr partidos que tengan la necesidad de un programa de carácter político social, que rechacen el caudillismo y el personalismo y que valoren la justicia social con libertades públicas y el nacionalismo económico, que tengan una real vocación de poder. Esos preceptos básicos que le darían un verdadero realce a nuestro hermoso y maltratado país. Creo que este tiempo de insistir, resistir y persistir nos ha mostrado hasta la saciedad que con apetencias personales en un sector de la oposición, no saldremos del régimen.
@freddyamarcano
Noticias Relacionadas
El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!
Apoya a El Nacional