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Sin orden ni concierto o el cosmos pasional de Elisa Lerner

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Por CAMILA PULGAR MACHADO

El último libro publicado de Elisa Lerner, Sin orden ni concierto. Homenaje pospuesto a Virginia Woolf (Fundación para la Cultura Urbana, 2022) es una colección de fragmentos en la que resplandece un cosmos encantatorio. Creo, este es el universo de su obra. Aunque a Elisa no le guste la palabra obra.

Esclarezco, de inmediato, que comencé la lectura de este conjunto de monólogos, de esta colección de frases (parlamentos, mini cuentos, pensamientos, situaciones dramáticas o escenas, chistes) leyendo también el libro inédito que mi madre Arlette Machado le dedicó a Elisa Lerner, una conversación con la escritora, a raíz de la muerte de su madre Mathilde Nagler Péretz en 1982. Así, tuve una lectura de su libro amparada por el diálogo —no solo los monólogos— que Elisa sostuvo. Esta entrevista en particular es quizás la de mayor peso que ella haya concedido a lo largo de su vida. De tal forma, mi acercamiento a su último libro se me hizo orgánico a lo que Elisa ha sido desde una retrospectiva de su existencia intelectual. En las páginas de esta memorable conversación Lerner da pautas que cautivarían a sus lectores.

A la pregunta que le hace Machado: “¿Tú nunca escribiste a la manera de…?” Lerner responde: “Creo que sí. Un profesor de una universidad americana, analizando En el vasto silencio de Manhattan, dijo que lo mejor de esa pieza eran los monólogos. Yo creo que tengo un natural camino hacia el monólogo, es como mi forma de expresarme poéticamente… Recuerdo que hace algunos años en que publiqué un monólogo mío llamado Mafalda… David Alizo me dijo que había escrito un hermoso poema. Inconscientemente, leer a Virginia Woolf a los 14 años me ha hecho como una vocación casi nativa hacia el monólogo. Yo tengo un libro que voy a llamar El canto de la ociosa que son una serie de monólogos narrativos que aún no he concluido, por esas dispersiones que acongojan más de lo que yo quisiera… Por lo menos tengo una influencia de género”.

Claro que Sin orden ni concierto es un libro actual, es decir, nos encontramos con referentes del universo de estos días. Por ejemplo, hay una escena donde “la escritora que ya no va a fiestas” escucha el relato de dos invitados que han asistido a una protesta. Y aunque la escena no especifique que se trata de la Venezuela de nuestros días, esto se respira netamente pues en Elisa Lerner el país está siempre a la vista y se le siente en su tesitura histórica, aunque no lleve fechas. Diría que Venezuela es uno de los tópicos principales de este libro excéntrico, así como también lo es el paso del tiempo y las edades de Elisa. El lector no duda que lee una escritura fustigada por la zozobra de nuestro maltrecho acontecer: “Son tiempos en que estamos acostumbrados a ver gente sollozando por doquier’, dijo alguien que venía por Atamel”.  También, se escucha a una mujer decir: “Esas ruinas que son mis recuerdos son las únicas alhajas de mi vejez”.

No afirmaría aquí que este libro es aquel que mencionó en la larga entrevista a Arlette, pero sí se yergue desde entonces, y antes, un estilo poético en la escritura de esta dramaturga, cronista y novelista. Diría más, Sin orden ni concierto contiene la poética de Elisa. Y me parece la más justa apreciación del valor de este volumen.

Tres asuntos entonces. Primero, la lectura de Elisa Lerner, una aventurera de la palabra (1983) de Arlette Machado me condujo hacia una especie de develamiento. Es Lerner quien se percibe y se califica a sí misma:

“A veces creo que se me está cumpliendo una fantasía infantil. Yo lo que quería es ser una aventurera de la palabra. Eso de la escritora, la dramaturga, ¿sabes que me parece? Adjetivos ortopédicos…”.

Segundo, también bajo el influjo de este diálogo de Elisa (con mamá) a sus 50 años, comencé a entender que Sin orden ni concierto contiene su cosmos. Un bosque de signos donde se escuchan profusas palabras, pudiera decir trayendo a colación las “Correspondencias” de Baudelaire, y el reiterado uso de la palabra “bosque” en los fragmentos de Elisa. Además del país que es el horizonte predominante —la irónica página en blanco, la piel— sobre la cual acontecen sus aventuras, esta colección de frases permite inventariar un universo de universos. Están lospersonajes que monologan y se escuchan en la polifonía de esta música prosódica: “una antigua viajera”, “la añorante”, “una atormentada paciente”, “un espectador escéptico”, “una vieja lectora de prensa”, “el periodista acucioso”, “un díscolo admirador”, “el profesor que vino a dar su charla”, etc.

Y también están los lugares: ciudades, casas, cuartos, restaurantes, pastelerías, cocinas judías, jardines, Sabana Grade, librerías, salones de té, fiestas, Tel Aviv, Nueva York, Buenos Aires, la universidad, las esquinas (de Bolsa a Pradera), etc. Luego, están los tropos; pienso en el determinante de su judeidad, que se presenta en el archivo de su imaginario como un origen que siempre reencarna.O los tópicos del lenguaje creador, la memoria, el amor, y también las cosas: joyas, paraguas, trajes, comida, medicinas, botones, etc., y los nombres propios como Kika, Lucila, Sordi, Frida e Inda, Joaquín, etc. Este es un acontecer que funciona con pálpito crónico de una percusión urbana.

Entonces, tercero, Lerner en su último libro nos rodea con su modo poético. Y esta percepción la traigo de mis clases con el ensayista y poeta Rafael Castillo Zapata y sus estudios alrededor de los modos poéticos, que el crítico caraqueño persigue desde el Romanticismo de Jena en 1798 y vincula con lo que viene luego de este inconsciente colectivo que establece el primer romanticismo conceptual y, como enseña en sus seminarios, se replica en otros textos-manifiestos como la carta-prólogo que Baudelaire le dirige a su editor de Pequeños poemas en prosa:

“¿Quién de nosotros no ha soñado, en sus días ambiciosos, con el milagro de una prosa poética, musical, sin ritmo ni rima, lo suficientemente flexible y dura como para adaptarse a los movimientos líricos del alma, a las ondulaciones del ensueño y a los sobresaltos de laconciencia?

Este ideal obsesivo nace, principalmente, de las frecuentes visitas a las ciudades enormes, del cruce de sus innumerables relaciones”.

En esta rapsodia de Sin orden ni concierto, Elisa Lerner nos captura entre sus palabras y cosas, y con su propio ideal obsesivo que desafía al estridente desorden de la historia. La intensidad de su pasión dispersa, de amante de escenas crónicas, dramáticas, cinematográficas y novelescas es la luz “diamantina”de una escritura escénica, exclusivamente conmovedora que piensa a Venezuela sin renunciar jamás a su extranjería judaica. De hecho, esta enriquece a un cierto criollismo literario que en Lerner se hace más amplio y profundo.

“Yo lo que creo es que en mí hay como una cosa muy conmovedora, a pesar de que puede tener algo de barroco, como tú dices, y eso debe de venirme del mundo ruso. Lo terrible, lo que a veces no hace tan luminosa, tan excelente a la literatura venezolana, es que no es una literatura suficientemente conmovedora. Hay otros escritores que lo son por artificio, por cultura, pero no tienen nada que recordar. No hubo barcos en ellos, esos viajes sobrecogedores como los de mi padre y mi madre…”.

Se trata de un pensamiento que oímos en su conversación con Arlette Machado en la década de los 80, y cuya coyuntura no es más la del país. Mucho menos la de esta Venezuela en diáspora continuada, pero es una observación que nos confronta con la inquietud que Lerner nos viene ofreciendo desde hace más de varias décadas. Un cosmos donde descubrimos la judeidad de Caracas, junto a referentes incógnitos que esta escritora insertó en nuestra imaginación literaria de forma pionera y vanguardista. Una auténtica escritora de vanguardia, la del 58. Y así, estos fragmentos también son prospectivos: son la pauta futurista de más de una aventura intelectual, de más de un porvenir. A partir de estas escenas sus lectores —creadores de relatos, poemas, novelas, hasta dramaturgos, artistas de instalaciones teatrales— podrían inspirarse y ejecutar e interpretar un nuevo orden tanto en folios como en salas de teatro o de museos. Escuchemos: “Cuando este próxima a morir quisiera tener al lado de uno de mis hombros alguno de esos pequeños pájaros, habitantes del árbol de un jardín vecino, con alas desplegadas hacia el futuro como el manto de una diva de ópera”.

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