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Golpe de Estado y democratización (I)

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Foto: Juan Barreto

Para muchos, los golpes de Estado son la antítesis de la democracia. Desde partidos políticos opositores hasta la sociedad civil, empresarios, académicos y chavismo disidente, los actores más importantes de la vida política venezolana han rechazado cualquier vía violenta para forzar una salida del régimen de Nicolás Maduro. Recordando aquella frase que el entonces presidente de la Asamblea Nacional, Henry Ramos Allup, hizo en enero de 2016, y quizás con alguna laguna mental sobre enero de 1958: “No hay golpes buenos; todos los golpes son malos”. Lo que es cierto es que, sea por sensibilidad política u otro motivo, la oposición venezolana ha rechazado la opción del golpe de Estado para salir del régimen. Las elecciones, protestas, negociaciones y gobierno paralelo han sido las rutas preferidas e intentadas para presionar al régimen a conceder y democratizar.

Como a cualquier demócrata, invocar un golpe de Estado para buscar la liberalización de un país es quizás la paradoja más absoluta: usar medios antidemocráticos y hasta violentos para democratizar. Pero esta opinión no está basada en un gusto personal por la violencia, ni mucho menos por promover el conflicto entre venezolanos; pero tampoco por la ilusión de que el fin de la dictadura de Maduro será electoral, negociado o incluso pacífico. Al contrario. Esta opinión está basada en evidencia histórica y política, clara ycategórica, de que los golpes de estado pueden ser la vía más probable mediante la cual Venezuela haga su transición, por tercera vez en su historia, a un régimen democrático.

Secundando aquel título tan desacreditado del artículo del reconocido profesor Paul Collier (Universidad de Oxford) en 2008: “Alabemos ahora los golpes”.

Los golpes “democratizadores” ocurren cuando las armas se empeñan contra una dictadura, obviamente. Es importante enfatizar que un golpe de Estado es raramente fabricado por los militares para democratizar solo porque sí. De hecho, los golpes contra dictaduras son usualmente intencionados para instaurar otro régimen distinto al democrático. Sin embargo, está demostrado que el despoje inconstitucional de un dictador abre una ventana de oportunidad única dentro de la cual las fuerzas democráticas externas y domésticas —unidas, organizadas, populares, legitimadas y creíbles— deben influenciar el cálculo y los intereses de los golpistas para facilitar la transición democrática. Esta situación, tan ideal como suena, rara vez sucede en esta secuencia. Entre el momento del golpe y la juramentación de un presidente electo democráticamente pueden pasar meses o años, y podrían acechar las amenazas de contragolpes; un golpe de Estado, inspirándome en Jorge Luis Borges, abre numerosos senderos que se pueden bifurcar en infinitos desenlaces. Lo importante para un desenlace democrático está en la presión pro democrática interna y externa.

Si se busca cualquier fuente relacionada a la caída de dictaduras modernas, se va a encontrar que la mayoría cae por golpes de Estado. Y si también se busca cuál vía ha sido la más común para despojar a un dictador y democratizar, también se encuentra que los golpes de Estado se han situado al tope de la lista. Esto no demuestra que “golpe es igual a democratización” siempre. Pero, aludiendo a expertos en la materia, si bien es poco común esperar una democracia inmediatamente después de un golpe, “la probabilidad [de democratización] es significativamente mayor que si no se produce un golpe”. En resumen, si no hay golpe, las oportunidades de democratización son nulas; pero, si se da un golpe, las oportunidades de democratización aumentan significativamente.

A los críticos que prefieren una vía negociada o electoral, por muy bien intencionada y pacífica, la realidad cruda es que estas rutas son muy poco comunes para derrocar, ni hablar de democratizar, a un régimen dictatorial, electoral y hegemónico como el que está en Miraflores. La lógica del reciente trabajo del Dr.Michael Miller (Universidad George Washington) dicta que una dictadura debilitada tiene incentivos democratizadores, mediante elecciones libres, solo si esta cuenta con un partido fuerte con altas probabilidades de competir en una democracia. Es decir, Maduro tendría que ver al autoritarismo como inviable y a la democracia como una opción viable. ¿En qué mundo es esto posible?

Para Miller y sus adeptos, una dictadura se debilita y democratiza vía elecciones —en casi la totalidad de los casos—cuando las potencias internacionales que ayudan a dicha dictadura retiran su apoyo repentinamente, como lo hizo la URSS en Europa Oriental. En el actual mundo multipolar, con el apoyo económico chino, turco e iraní, y el soporte militar ruso y cubano, esta opción para debilitar al régimen venezolano está completamente descartada. Además, la tesis de que la ruta electoral se ha vuelto “la más común” en los últimos años es falsa; esto porque, a medida que los partidos dictatoriales se vuelven más hábiles en mantenerse en el poder, estos se han vuelto expertos en aparentar que están liberalizando, sin riesgo real alguno de cambio.

Entonces, volvemos a la conclusión de que la causa más importante que fractura y despoja a una autocracia hegemónica vienen desde dentro del régimen, por ejemplo, defecciones clave de los miembros de las FANB. “En cuanto se abren grietas en la fachada de la unidad” del régimen, propone Andreas Schedler, “todo el edificio de la invencibilidad hegemónica comienza a desmoronarse”. Nuevamente, por sí solas estas defecciones y la posibilidad de golpe podrían terminar en otra dictadura. Pero cuando estas divisiones y fracturas se dan, y actores democráticos internos se movilizan masivamente, la historia es altamente probable que termine en democracia.

Esta opinión no ha hecho más que exponer la evidencia de que dictaduras como las de Maduro suelen caer, y muchas veces democratizar, mediante golpes de Estado y no de otra manera. Mi independencia política me permite favorecer la opinión de que esta evidencia es demasiado fuerte como para ignorarla, y que el apoyo a un golpe militar contra Maduro con el contexto adecuado muy probablemente iniciará una transición a la democracia en Venezuela.

El próximo domingo completaré esta opinión mostrando cómo el contexto venezolano actual limita la democratización vía golpe de Estado, y qué se necesita para que se pueda producir un “golpe de Estado democrático” a Maduro.

Hasta entonces, respondo a los críticos que siguen pensando que Venezuela se democratizará pacíficamente con la siguiente cita, interesante, de Miller: “Por paradójico que parezca, la mayoría de las transiciones democráticas desde 1800 sucedieron cercanamente después de grandes choques violentos. Aunque los golpes iniciales casi nunca estaban destinados a producir la democracia, no obstante, estos impulsaron la transición”.

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