Por JOSÉ PULIDO
Cuando se pronuncia el nombre de Joaquín Marta Sosa, surgen de manera espontánea múltiples expresiones en relación con su trayectoria:
-Es el portugués rebelde de Sarría
-Es el periodista
-Es el profesor universitario
-Es el poeta venezolano
-Es el señor de la Academia Venezolana de la Lengua
-Es el Joaquín de Tosca (Joaquín está casado con Tosca Hernández, una apreciada y conocida socióloga e investigadora en criminología. Tienen un hijo llamado Rodrigo)
Para sus amigos, que lo conocemos y admiramos, Joaquín Marta Sosa es un sabio perfectamente estructurado, un intelectual de gran fuerza y un hijo ejemplar de la Venezuela que fortaleció su corazón de pueblo con la dignidad que llegó desde diversas naciones desafiando tristezas históricas.
Joaquín Marta Sosa comprendió a edad muy temprana que el lenguaje y la sangre circulan al mismo tiempo, andan emparentados para que el cuerpo y el alma compartan una vida en la que se pueda ejercer con sinceridad y eficacia el ejercicio de preguntar y responder, de interpretar y resolver, de decir y de crear.
Y ese comprender esencial le vino como reacción de la sensibilidad que se despertó en su adolescencia rechazando todo lo que conllevara violencia. Joaquín Marta Sosa es un espíritu apacible, incapaz de no estar enamorado de la belleza y de la poesía.
Joaquín siempre recuerda los truenos, la tempestad, la tormenta que azotaron esa sensibilidad cuando en compañía de su familia se preparaba para viajar a Venezuela; arrumaban maletas dispuestos a embarcarse hacia un país desconocido. Joaquín tenía siete años de edad y el fuerte viento le arrancó un paraguas que le habían dado para que no se mojara. El paraguas negro se fue alejando como un extraño murciélago hasta que ya no se vio más. El niño sintió que toda su vida iba a cambiar. Él aseguraba y creía que se dejaba arrastrar a una diáspora en contra de su voluntad.
Esa aseveración formó parte de lo que dijo a Petra Simne Jelisich cuando ella le preguntó ¿Por qué escribes? Y entre otras confesiones Marta Sosa especificó:
“Yo no escribo para que me quieran más. Yo creo que escribo porque necesito querer más y creer más. Y todo desde esa madrugada de espanto y que jamás olvidaré, vaciada en torrentes de agua que todavía hoy creo escuchar muy al fondo de los oídos de mi corazón, interminable en su llamado y hacia el que algún día iré, espero que con la sonrisa del que vuelve a encontrar los dioses perdidos”.
A veces he pensado que el poeta perdió su sitio verdadero, su lugar íntimo, y que solo pudo reconstruirlo en la escritura, más que reconstruirlo ha logrado con el lenguaje poético y su modo de vivirlo, una emanación del territorio original.
En estos días he estado pensando en Joaquín. He leído sus ensayos y sus poemas y sé que pronto cumplirá ochenta años. Aunque desde hace mucho tiempo tiene el cabello y la barba muy blancos, nunca perdió su aspecto de muchacho. Creo que la sonrisa que se trajo desde la adolescencia es el secreto. Y su modo de comentar cualquier cosa, que generalmente es alentador, comprensivo.
Joaquín Marta Sosa y yo hemos estado juntos en varias ocasiones a bordo de aventuras donde había que escribir para vivir, cada quien haciendo lo que sabe hacer y lo que debe hacer. Ha habido entre nosotros una silenciosa hermandad señalada por mi admiración hacia su sólida sabiduría; una hermandad también fundada en el hecho de que ambos intentamos de modo persistente que la poesía escuche el amor que le profesamos.
Joaquín Marta Sosa es un hombre que ha sobrevivido a todas las violencias, a las del odio y las del amor, a las violencias de perder un país y ganar otro, y lo ha hecho esgrimiendo el lenguaje, el manejo del idioma como quien escoge la mejor de las armas. Y no ha perdido ninguna batalla en ese terreno.
En Sarría, como emigrado, aprendió a conocer lo que era Venezuela y aceptó los caminos que su nuevo país le trazaba. En Sarría, quizás deseó ser un luchador rebelde buscando el cambio de una sociedad, de una mentalidad; pero la violencia acechante nunca le permitió ser un pez en las oscuras aguas. Y las vueltas que da la vida, como quien dice, hicieron brotar de su conciencia un discurso que iba a requerir todo su esfuerzo intelectual y poético para depurarse y expresarse con dignidad y certeza.
En ningún instante su poesía deja de hablar por él, de comentarlo y reflejarlo. Creo que toda su escritura es así: un espejo de su estructura interior. Podría esbozarse caprichosamente la teoría de que Joaquín quería ser agricultor o sencillamente quedarse como habitante de Nogueira, haciendo algo que respondiera a una necesidad auténtica y natural de un poblado con raíz celta, que en 1940 tenía ochocientos habitantes. Pero todo se confabuló para que Joaquín escribiera. Para que dijera con su voz de bruscas claridades y de antiguas resistencias lo que todavía sigue diciendo.
Joaquín Marta Sosa pertenece en realidad al lugar de la poesía, donde fallecen las tormentas y renacen los amores.
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