Por MARÍA ANTONIETA FLORES
Sobre la belleza
En este siglo, plantear el tema de la belleza es un tema prohibido —tal vez habría que señalarlo como políticamente incorrecto por aquello de la inclusión y las minorías—, mirado con duda y, a veces, con sorna en una sociedad que pretende haber superado las concepciones clásicas y tradicionales en torno a la belleza y, curiosamente, atrapada en cánones estéticos bastante mecánicos que se pretenden bellos mientras propone un discurso inclusivo. Todo es bello en la espiral tecnológica que pretende satisfacer todas las fantasías, con la apropiación técnica de la belleza, era de filtros y avatares. Todos queremos la belleza, por fingimiento o convicción.
Por ello, la conocida definición de Clarice Lispector es cada vez más revulsiva y poderosa: «La lentitud es belleza». Cuando enunció esta sentencia no sospechaba las transformaciones culturales que ocurrirían, pero su voz era un presentimiento, sin duda. Ante la tensión que se produce entre esta concepción y las correspondientes a la tradición platónica y neoplatónica, en triángulo con la visión romántica y el omnipotente Rilke, el lector se puede aproximar al diálogo que los poetas aquí antologados establecen con estas concepciones.
La belleza proviene del mundo de lo invisible, de ahí su carácter perturbador. Federico Revilla, en su Diccionario de iconografía y simbología (1995), señala que “por tratarse de una noción abstracta, debe necesariamente encarnarse en un sujeto concreto”. Y esta necesaria encarnación ha llevado a Keila Vall de la Ville a interpelar a estos poetas, cuyas reflexiones responden a una inquietud inicial: ¿qué es la belleza y cómo se manifiesta en poesía?
El principio que rige este libro es el deseo de encontrar puntos comunes entre los conceptos de la belleza y lo sublime, esencias que fueron separadas por el ejercicio de la razón. Esta división, este confinamiento de lo sublime a una esfera etérea donde quedó en el olvido en los últimos cien años, para poner un límite que implica que lo moderno, lo postmoderno, lo cyber y lo urbano (reggaeton, rap, trap) buscaron crear un concepto de la belleza acechada por cierta depauperación, en un registro donde es tan bella La maja desnuda como la Barbie; bello es, también, el video “Linda” de Rosalía y Tokischa. Hablar de la degradación o devaluación de la belleza no responde a una visión elitista ni clasista, sino de valoración de lo percibido. Degradar o devaluar arrebata el éxtasis ante la belleza, la vuelve común y, por tanto, poco eficaz como manifestación de lo inexpresable. Si bien los paradigmas de la belleza se adaptan a las épocas y su concepto es absolutamente inasible, la reflexión en torno a esta categoría es indispensable tal como lo demuestra esta antología.
El umbral
Keila Vall de la Ville en “Luminosa y punzante verdad. Introducción” muestra la lucidez con la cual aborda el tema, consciente del contexto y del peso histórico que posee. Con dos significativas sentencias: “De la belleza no se habla, es subversiva”, “De la belleza no se habla, es tabú”, revisa visiones sobre lo bello y lo sublime, cómo el patriarcalismo moldeó las percepciones en torno a ellos en el ámbito público (“Lo bello, que había alcanzado su cualidad en la fractura y la desestabilización, fue cercenado”.). La relevancia de su introducción está en la mirada integral y evolutiva que ofrece. Dos advertencias abren las apetencias: “¿Qué es la belleza y cómo se manifiesta en poesía? Estos textos son mapas dejados como huella por cada poeta en su propio recorrer”, y “este libro propone que la belleza como ruta, como procedimiento, y como lugar de destino, se libera cotidianamente de aquel corsé impuesto por la mirada moderna, se subleva para reconstituirse continuamente en la fuerza inquietante y creativa que siempre fue, que la incorpora y que proyecta”.
Los poetas y la belleza
Tan diferentes como sus propuestas estéticas, estos rostros de la belleza muestran las íntimas vivencias que sustentan cada texto; cada línea expresa la mirada y los valores detrás de cada poema, aún en aquellos en los que hay una evidente intención de velarse o reservarse.
Raquel Abend van Dalen y Odette Alonso se refieren a la gracia, igual lo hace León Félix Batista: “Puede haber un puente entre belleza y gracia: una más de las tantas conexiones que, como en sinapsis, hace entre sí belleza y realidad”. Se suma Mariela Dreyfus al indicar que “La gracia poética consiste en dejarse llevar por esos golpes de inspiración que son también una iluminación pero que en otro sentido podrían llevarte a un lugar insondable, perturbador”. Estamos ante lo súbito y el fulgor. Charles Bernstein se reconoce en el lugar común de la tradición platónica: “La belleza, para mí, roza siempre lo sublime”. Todo lo dicho pone en la mesa a la intuición, cuyo instante lleva a la revelación. Donde Piedad Bonnett descubre un destello, “algo que a la vez se revela y se nos escapa, produciendo una resonancia en el espíritu del lector”, Edda Armas encuentra un estallido: “Para mí, la belleza poética se manifiesta en las formas ascendentes del decir poético”. Desde la duda, María Gómez Lara afirma: “Tal vez es una intuición, una revelación momentánea que se te escapa justo en el instante en que casi la tocas”. Lila Zemborain lo describe como“un momento de felicidad absoluta y también de total percepción”. Silvia Guerra complementa esta visión: “De repente, aparece, de golpe, se nos revela. Un movimiento interno, una ola que se produce dentro de uno, y te deja en un borde de atisbo, de asombro”, y Yolanda Pantin, contundente: “La belleza aparece como una revelación y, siendo una revelación, no puedo desligarla de la experiencia cotidiana puesto que valoro la vida con todos sus matices de alegría y de sufrimiento, de encuentros y de desencuentros, de hallazgos y de pérdidas”. Para Eduardo Chirinos y Dreyfus la belleza aparece. Es algo independiente de la voluntad y más cercana a la epifanía.
Están los que denomino fronterizos, un pie en la fealdad y el otro, ya se sabe dónde. Reconocen que están tratando con algo huidizo. Por eso, Igor Barreto apunta: “Intento la belleza, su gesto fallido, aunque imprescindible”, y Mary Jo Bang: “Es ese punto intermedio, encantador y casi-insignificante”. León Félix Batista añade: “La belleza es movediza”, mientras Amparo Osorio evoca el río de Heráclito para hallar que “la belleza hace parte de las ondas de ese río, y por lo tanto va y viene al arbitrio de inquietantes y a veces irrepetibles momentos”; más al límite va la mirada de Antonio Deltoro: “mi tendencia a buscar siempre que aparece la belleza, su complementaria, la fealdad, o viceversa. Para mí no puede haber una sin la otra”. Poco dada a la elocuencia, Margaret Randall complementa la idea con “Algunas veces lo cuestionablemente feo puede ser bello; con frecuencia un detalle previamente inadvertido es capaz de inundar los ojos de grandeza”.
De forma evidente, transitan la corriente clásica: Mercedes Roffé (“no puedo dejar de esperar y desear ciertas correspondencias, heredadas de un antiguo origen. Lo Bello = Lo Bueno = Lo Justo. Alguien señaló hace poco el feliz doble sentido, en inglés, de la palabra fair. Lo bello. Lo justo. Una ética que, hipotéticamente, me gustaría suscribir”), idea que apoya Eduardo Chirinos: “Lo que delata la belleza en un poema es la veracidad que se desprende de ese tono, la veracidad de un hablante que poco o nada tiene que ver con el autor. ¿De dónde surge ese tono? De la música”, y Diane Wakoski (“Creo que la Belleza es una cualidad que atribuimos a la perfección de la forma. Sin embargo, no es una cualidad estática; es evanescente”, “considero la Belleza como la perfección de la forma”). Los disidentes de la mirada clásica encuentran que la belleza surge en el desequilibrio, como es el caso de Gonzalo Márquez Cristo (“No sería exagerado decir que la belleza es el desorden, el desequilibrio, el horror; la mancha en el rostro de Afrodita, lo que está herido de tiempo”), algo que, también, asoma Edda Armas: “La belleza del poema no siempre será armónica”.
Luego, hay quienes enfatizan lo relacional y salen a su encuentro, como Jacqueline Goldberg (“Más importante que encontrar la belleza es buscarla: hay ya belleza en ello”) y Patricia Guzmán (“Voy tras la belleza día a día. Intento alcanzarla, palparla, sentir sus latencias. Me afano en invocarla, en merecerla”). Frente a esta actitud, Sonia Chocrón aguarda su llegada: “No persigo la belleza, viene”.
Juan Luis Landaeta se detiene en la posibilidad concreta: “La belleza, más allá de un concepto entero, existe. Es contundente”. Marca de un azar según Enrique Winter (“En la aleatoriedad creo que está la belleza. En componer algo con los restos”). Por su parte, Darío Jaramillo Agudelo no precisa ni define, intuye y parece que la belleza discurre entre silencio, tiempo, cuerpo.
La lucidez lleva a Chely Lima a afirmar que “la belleza tiene la misma condición inapresable de la luz”. Para José Kozer es algo orgánico: “Vivir la belleza como un estado, una situación, parte de mi temporalidad”. Octavio Armand responde con un poema que titula “¿Qué es la belleza?” y Raúl Zurita evoca un rasgo trágico: “La belleza no es posible si no lleva adherida la traición. Sólo es bello aquello que es capaz de traicionarte. Es la condición homérica de la que no hemos salido”. Cristina Peri Rossi hace una necesaria distinción: “La belleza es, ante todo, una emoción”, “Digamos que la belleza puede provocar angustia, también. No se puede confundir bonito con bello. Esto es lo más importante: bonito no es bello”.
Si la belleza es exterior o interior, es otro enfoque presente. Para Charles Simic, “la belleza formal no es traída desde afuera, sino descubierta en el proceso de escribir el poema”.
Adalber Salas Hernández aporta una mirada otra, al subrayar la violencia e imposición que supone la mirada estética, así, desacraliza y mancha la pureza que rodea al concepto: “Nuestra percepción del mundo es invariablemente estética, que siempre estamos pensando en función de lo que hallamos bello. En este sentido, creo que la belleza es una forma de violencia, la imposición de un sentido a un mundo que ni lo necesita ni lo pide”.
De las múltiples posibilidades de lectura que ofrece esta antología, he optado aquí por una que explora un posible diálogo entre los poetas aquí representados y espero que abra las apetencias de confrontar sus poéticas con los poemas seleccionados. Keila Vall de la Ville entrega el valioso testimonio de estas voces que recorren un camino con puntos comunes, intersecciones, atajos y hasta puentes; además, en edición bilingüe, para un mayor alcance. Una ambiciosa osadía que se celebra.
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