A Roberto Deniz
La tesis de que la guerra de Ucrania puede ser el inicio de una nueva, peligrosa y abominable guerra fría no es una especulación oscura. Para ello se necesita, como sucedió con la anterior, un conjunto de circunstancias que dividan el globo en dos grandes frentes de poder, aproximadamente equivalentes y que la amenaza nuclear penda sobre nuestras cabezas todos los días y todas las noches. Esos frentes parecen dibujarse ya, básicamente de un lado Estados Unidos y Europa y del otro China y Rusia. El resto del planeta se debe supeditar y acatar cada uno de estos polos enormemente poderosos, movimiento que igualmente ya se ha iniciado, y no con poca celeridad, con la sacudida bélica ruso-ucraniana.
Europa y Norteamérica han demostrado, salvo excepciones renuentes –la ultraderecha europea por ejemplo y cuidado si cierta izquierda podrida– un grado de cohesión innegable y una beligerante actitud ante la nefasta guerra. Quizás sea más conjetural todavía la cohesión entre China y Rusia. Pero la actitud de Pekín ante Putin ha sido por demás concesiva y se multiplican los gestos solidarios, ahora incentivados por la conflictividad manifiesta contra Occidente, en especial contra Estados Unidos, a propósito de Taiwán. Vienen de realizar prácticas militares conjuntas en estas horas muy sintomáticas. Es cierto que hay diferencias de fondo entre ambas pero también similitudes muy visibles: las raíces asiáticas, el despotismo político, la vocación imperial, la falta de modernidad en las costumbres, la rivalidad con la civilización occidental. De todas formas las diferencias nunca fueron grandes obstáculos cuando la puja mundial impone sus mandatos. Este es un punto capital para el futuro, la polarización radical.
Pero sin duda esto ha acarreado que el planeta del Sur, el más desvalido y disímil se haya venido alineando con rusos y ucranianos. En algún artículo anterior habíamos señalado cómo África ha asumido una actitud claramente pro-rusa, sobre todo por la influencia económica china que no pide cuentas democráticas a las innúmeras dictaduras que la habitan y por las huellas todavía dolientes de los crímenes del colonialismo y el imperialismo pasados y recientes. Quizás con más sigilo algo similar pasa en el mundo árabe, ajenos a los ahora fantasmas democráticos que emergieron de la Primavera árabe y en que Occidente insiste declarativamente (crimen del periodista Jamal Khashoggi, valga como ejemplo puntual). Esto nos da una idea de que no estamos en el mejor de los mundos para la paz y los Estados de Derecho.
Pero en América Latina las cosas tampoco han ido muy bien. Una enorme frialdad ha recibido en nuestros países. la noticia incesante de esos horrendos crímenes de guerra. Ni calles, ni concentraciones, ni cacerolas. ¿Tendrá algo que ver con ese silencio el que China haya multiplicado por 25 sus inversiones en la región en lo que va de siglo? Es muy probable. La Unión Europea acaba de hacer circular entre sus miembros un documento alarmante en que da cuenta de que la UE ha sido desplazada por China como segundo inversionista en la región y en algunos países esta supera a Estados Unidos. Alarma, multiplicar la inversión, diplomacia dinámica y continua.
Si a esto le sumamos la ola roja o rosa o como se quiera que ya es un hecho, lo menos que se podría esperar es una región tendiente a la novedad geopolítica, bastante lejana de aquel patio trasero que era uno de sus rostros más constantes y su fidelidad, arrobada u obligada, al Imperio del norte. De manera que mucho hay que hacer si queremos alinearnos en ese posible mundo bipolar del lado de la democracia. Y, sobre todo, tendríamos con toda urgencia que curar las heridas de la pobreza y la muerte que hoy más que nunca nos acechan. O lo hará el camino de la seda.
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