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Ochichornia

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Krushev —así, con K de knockout o de Kaláshnikov, lo escribían las agencias noticiosas del «mundo libre», cuando la guerra fría amenazaba con calentarse—, bebía y bailaba al caprichoso y cacofónico palmear de Stalin; ¡baila Nikita, baila!, ordenaba el padrecito, y Nikita Serguéievich, saturado de vodka hasta los epiplones, se encuclillaba (y enculillaba), tal cosaco de película, y, con los brazos cruzados sobre el pecho, se fajaba con una Bereznianka a fin de divertir al todopoderoso Koba. Este, al menor culipandeo de un camarada cualquiera,  no vacilaba en incoarle un juicio, sumario y propagandístico,  por toser, estornudar, carraspear o tirarse un peo mientras, a través de la corneta de un  gramófono sin el perro de RCA Victor, se escuchaba no la voz del amo (the master voice), sino la del gran bajo Fiódor Chaliapin interpretando Ochi chernye (u ochichornia),como ebrio de emoción, cerveza y ron, cantaba media centuria después más de un iracundo mocetón de ¡viva Caracas la roja!, en desafinado contrapunto con  Mireille Mathieu, preámbulo de  una sobredosis de Bella CiaoO mamma mia o che tormento/ O bella ciao bella ciao bella ciao, ciao, ciao, ciao—. Jruschov, transliterado con J de Judas, o de jodedor, tardó tres años en sobreponerse a la muerte del dictador (1953) y sacudirse sus miedos a fin de echarlo al pajón y aguarle la fiesta a los estalinistas, exponiendo sus  crímenes y el desmedido culto a su personalidad  en el histórico XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (1956), famoso justamente por revelar quién fue en realidad ese monstruoso engendro de la revolución bolchevique, al cual ofrendaron líricas lisonjas, ¡qué dolor, qué dolor, qué pena!, Paul Éluard y Louis Aragon, Miguel Hernández y Pablo Neruda, Nicolás Guillén y Rafael Alberti.

Algo muy parecido al párrafo precedente escribí con relación a los adulantes y exégetas de Chávez, quienes solícita y calculadamente competían entre ellos a ver quién mejor satisfacía los antojos del paracaidista devenido en presidente, gracias a los 15 minutos de fama concedidos al frustrado golpista del 4-F por el ministro de defensa de Carlos Andrés Pérez. Viene a cuento en razón de un artículo de Rafael Ramírez Carreño —ministro de petróleo y minería (16/07/02-01/09/14), presidente de Pdvsa (20/11/04-01/09/14), canciller de la República (02/09/14-26/12/14) y representante permanente de Venezuela ante la Organización de Naciones Unidas —, publicado originalmente en Aporrea y reproducido el pasado lunes en la edición digital de El Nacional. “Le arrancan los ojos a Chávez tituló el converso autor de la frase «Pdvsa es roja rojita», pronunciada a guisa de reclamo a quienes permitieron la presencia de Manuel Rosales en las instalaciones de una empresa supuestamente propiedad de TODOS los venezolanos, y muy celebrada por el lenguaraz comandante for ever. El semirrenegado y apóstata a medias sigue siendo chavista… de la boca hacia afuera, aunque Nicolás le cause repelús. Tal vez su sedicente fidelidad al mal impreso facsímil de Simón Antonio de la Santísima Trinidad la motive la ley antisalto de talanquera, oprobioso adefesio represor de conciencias, aprobado en 2010, orientado a encorralar la borregada roja, previendo emulaciones a la estampida de Luis Miquilena y el grupo parlamentario Solidaridad de Alejandro Armas, quienes no se calaron la deriva castrista y castrense de la mal llamada quinta república. En plan de yo no fui, procurando indulgencias con el escapulario de Hugo, dejó claramente establecida su lealtad al discípulo de Fidel, y reprocha la eliminación, en la fachada principal del Banco de Venezuela, de su mirada panóptica; culpa de ello al figurón (in)civil del (des)gobierno militar y, de entrada, lo minusvalora negándole mayúsculas: «maduro es el único responsable de lo que está sucediendo en el país, en lo económico, político, social; y, por supuesto, de la persecución a Chávez y al chavismo. Como siempre sucede ante situaciones de este tipo, maduro opta por no decir nada, callar cobardemente, tratando de evadir su responsabilidad. Pero él sabe muy bien lo que está haciendo. Todos los días hunde el puñal en el corazón de la patria. Todos los días, le arranca los ojos a Chávez». No se le ocurrió apelar al refrán «Cría cuervos y te sacarán los ojos» y con 7 palabras apenas habría salido del paso sin empalagarnos con su cursilería.

Quizá, mientras enumeraba los agravios debidos al presunto desprecio de Nicolás a la «obra» de Hugo, obviando olímpicamente que aquel el único legado de éste, fue presa del síndrome del oído musical, una rara condición capaz de provocar, según el Dr. Google, alucinaciones auditivas a quien la padece, en nuestro caso al ingeniero Ramírez y tal vez canturreaba en ruso: ¡Ochi chernye, ochi strastnye! /Ochi zhguchie i prekrasnye! /Kak lyublyu ya vas! Kak boyus’ ya vas! /Znat’ uvidel vas ya v nedobryi chas!  —Ojos negros, ojos apasionados/Ojos ardientes, hermosos/Cómo os quiero, cómo os temo/Tal vez os conocí en un momento maldito—. Acaso su texto, seguramente, lo inspiró el proverbio Los ojos son las ventanas del alma, pero olvidó el quejica sobre el cual gravitan señalamientos de corrupción y sospechas de peculado que, como dejó dicho Mark Twain, «no puedes depender de tus ojos cuando tu imaginación está fuera de foco».

De seguro, y más de un lector lo pensará, he gastado demasiada pólvora en un zamuro de poca monta. Pero, como la canción aquí convocada para articular este texto es una romanza rusa, cuya letra debemos al poeta ucraniano Yevhen Pavlovich Hrebinka (1812-1848), estimé oportuna su utilización, porque se cumplieron 31 años de la independencia de Ucrania y 6 meses de la absurda invasión de su territorio, perpetrada por el megalómano Vladímir Vladímirovich Putin. Esta asimétrica confrontación seguirá siendo noticia porque se libra en Europa; ergo, existe. Como la pandemia y el largo invierno por venir, porque si el oso sigue rugiendo, no habrá combustible para la calefacción y la Europa comunitaria tiritará, ¡brrr!, canturreando mamita arrópame que tengo frío. Y en el patio el bolívar continúa palo abajo y el fantasma de la inflación asusta cada vez más. El país no tiene arreglo, a pesar de las afirmaciones de Maduro, quien seguirá bailando, como Nikita, al swing con son sabrosón de los arreglos del Padrino. Así la cosas, cabe preguntarse: ¿no seremos víctimas de un aojo atribuible al judío errante.

Ahasverus fue un zapatero de Jerusalén sentenciado a deambular sin rumbo hasta el fin de los tiempos, por negar a Jesús un vaso de agua camino al Calvario. Se le conoce como el judío errante, mítica figura del antisemitismo, profusamente fabulada en la literatura y representada en las artes plásticas y escénicas. Jorge Luis Borges, en El inmortal (1947), lo presume anticuario de Esmirna, nominándole Joseph Cartaphilus; Gabriel García Márquez, en Cien años de soledad, le imputa numerosas calamidades que aquejaron a Macondo; y el novelista y académico francés Jean d´Ormesson (Jean d´O) le dedicó una novela, Historia del judío errante, la cual durmió largo tiempo en el anaquel del olvido de mi exigua biblioteca. El autor, considerado imprescindible (confieso solo haberlo ojeado u hojeado superficialmente), fue quien, avant la lettre, nominó con el apelativo ineptocracia a un modo de administración pública similar al bolivariano: «Un sistema de gobierno en el que los menos aptos para liderar son elegidos por los menos capaces de producir, y en el que aquellos miembros de la sociedad menos capaces de sustentarse a sí mismos o de triunfar son recompensados con bienes y servicios procedentes de la riqueza que le ha sido confiscada a un número cada vez menor de productores». ¡Y se acabó el vodka!: enmudecieron las balalaicas, los cosacos se marcharon con su música bien largo al carajo, los ojos del eterno siguieron haciéndoles guiños a los pendejos y a mí se me trancó el serrucho. Entonces puse fin a este divagar con la idea in pectore de volver a incordiaros, si el tiempo no lo impide y las circunstancias lo permiten, el próximo domingo. Dasvidania!

 

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