Como escenografía no hace falta más que una sábana, un par de sillas, música, luces y muñecos que concentran dolor y felicidad. Lo demás es energía y palabras. Baile y canto. Risas y lágrimas. En el centro del tormento, dos personajes que habitan en el cuerpo de un hombre de 45 años de edad pujan por salir adelante en las peores circunstancias, sometidos a las burlas y los maltratos de familiares y compañeros de clase.
“¡Yo soy Stayfree!”, grita contoneando la cintura en el escenario. “¡Yo soy Stayfree!”, insiste, disfrutando la música disco. Para en un momento, la mirada de muerte desaparece y da paso a unos ojos y voz de niño. “No, Stayfree no. Julián. Mi nombre es Julián. Nací en 1977 en el seno de una familia católica. Tuve todo. Juguetes Fisher Price y el amor de mis padres. Pero pasaron muchas cosas. Por ejemplo, yo decía que el oso gigante que tenía mi mamá era mi esposo”.
Julián Adalberto Eduardo Guzmán desnuda su vida llena de éxitos y excesos en un monólogo que ha titulado, con toda la intención de satirizar el término, Crack House, dirigida por William Cuao con libreto de Francisco Aguana. Pautada para los días 26, 27 y 28 de agosto y 2, 3 y 4 de septiembre a las 6:00 pm en el Espacio Plural del Trasnocho Cultural, la obra sirve a Guzmán para hacer catarsis al enfrentarse a sí mismo.
Crack House comienza con ese Julián Guzmán que se da cuenta desde pequeño de su atracción por los hombres y cómo intenta, sin éxito, ocultárselo a sus padres. Luego pasa por los enfrentamientos en el colegio contra quienes se burlaban de él, hasta llegar a su época de baile con la coreógrafa Débora en locales como La Iguana Café, en Las Mercedes, su paso por el Ballet Teresa Carreño y los tiempos en el programa de Televen Noche de perros, un late night que se estrenó en 2006 con la premisa de mostrar a los hombres en “todas sus facetas”, incluidos muchos chistes machistas de por medio. Además de Stayfree, por el programa, cancelado definitivamente en 2009, pasaron Carlos Mata, Guillermo Canache, Jean Paul Leroux, Henrique Lazo, Andrés Scarioni y Rodolfo Gómez Leal.
En el monólogo define como un gran momento el paso por la televisión. “Me dio la fama y el dinero que nunca tuve, pero la piedra…”, dice en la obra antes de mostrarse como un hombre atormentado al que señalan por impuntual, también por robar.
Pero lo que quiere dejar claro Stayfree en Crack House es que no es una víctima, a pesar de lo que implica ser homosexual en un país donde no se ha aprobado el matrimonio igualitario. “Descubrí que ya no tenía que ser la víctima, que también podía joder. Los golpes no me dolían, lo que me dolía era que se burlaran de mí”.
Tampoco quiere ser visto hoy día como una víctima en medio del hambre que, confiesa, “pasa parejo”, y el VIH, con el que, dice, ha podido vivir con cierta tranquilidad en Venezuela al menos hasta 2017, cuando todavía había facilidades para recibir los antirretrovirales gratis, cosa por la que agradece al gobierno.
“Creo que nosotros tuvimos grandes momentos con los antirretrovirales. En 2017 dejaron de llegar, tuve ocho meses sin ellos, murió mucha gente, pero en México y Bolivia murieron más, y fue más tarde la inserción de antirretrovirales gratis. Puedo decirte que Venezuela es un paraíso en cuanto al suministro en comparación a otras partes de la región”, afirma Stayfree vestido con una chaqueta de colores verde, beige y azul marino, todavía cansado por el esfuerzo físico que implicó el ensayo general de Crack House.
Es un momento especial para él. Lo reconoce con sonrisa y ojos aguados. Al terminar el ensayo abrazó emocionado al guitarrista de la obra, Carlos Linares, y saludó entre lágrimas al público que le acompañó. “Esto es lo que tengo en este momento para decir que estoy haciendo algo por mi vida. Puedo decir con orgullo que es un regreso por todo lo alto adonde pertenezco, el escenario”.
No quiere que Crack House se quede solo en el Espacio Plural. Tiene la esperanza de una gira nacional e, inclusive, internacional.
—¿Qué significa este regreso para usted?
—Crack House significa un gran momento de condiciones físicas, en primer lugar. Me siento anímicamente muy capaz de enfrentar un desafío como este, que es dificilísimo porque hay demasiadas emociones en escena, eso puede ser contraproducente para mí. Sin embargo, me dejo llevar por cada parte del libreto.
—¿Cómo surge la idea de Crack House?
—Crack House llegó a mi mente con otra estructura. El año pasado quería hacer algo por el Día Mundial de la Lucha contra el Sida. Quería hacer un homenaje a las víctimas. Pero esto fue cambiando a cada momento. Conseguí la ayuda de Natán Velásquez, que lleva MUSA, que ha estado desarrollando la producción de esto desde el principio, y de William Cuao, el director. En su primera fase esto se llamó Stayfree: algo para recordar y se presentó en la sala de Rajatabla como stand up comedy. Es decir, sin intenciones actorales, sin guion. Sencillamente con espacios musicales marcados entre una retahíla de recuerdos. Ahora tiene una nueva estructura, tiene un libreto, tiene el libreto técnico, el libreto de las luces. Ese desarrollo para mí ha sido lo más difícil durante este año. Es lo que me tiene más contento.
—No solo se apega al libreto, también interactúa mucho con el público.
—Estoy haciendo una experimentación. Básicamente no le puedes enseñar a un loro viejo a aprender nuevas palabras. William Cuao se ha encargado este año del proceso de limpiar ese diamante que conoció desde siempre, él me conoce desde que era adolescente. Hizo este trabajo de extraer de mí la técnica actoral, y el día de hoy hice un ensamble de lo que puede ser, según creo como exponente teatral, darle una sobada a la gente en una historia tan densa y complicada como Crack House.
—¿Siente nervios por el estreno?
—Siento muchos nervios por el estreno, pero cada ensayo es una catarsis. Eso me da tranquilidad, vuelvo a tierra.
—Vive apasionadamente la noche caraqueña, a pesar de que ha cambiado con los años. No es la misma de los 80 o los 90. ¿Cómo la encuentra? ¿Qué significa para usted la noche en esta ciudad?
—Es todo un desafío porque se ha ido mucha gente, tanto del plano terrenal como del país. Las ideas han cambiado mucho. Tal vez en los noventa, cuando me di a conocer, Caracas se parecía un poco más a Miami y Nueva York. Lo que se me hace extraño es que la ciudad se vuelva un poco más bogotana, o un poco más parecida a Buenos Aires. Se parece mucho más Caracas a las capitales de Latinoamérica que nunca. No entiendo esas cosas. No entiendo tanto vallenato, no entiendo tanto reguetón. La salsa siempre estuvo con nosotros. Pero sí celebro los sabores de Perú, los mexicanos. Antes la noche caraqueña era exclusiva de discotecas, ahora te puedes dedicar a una Caracas de degustación, de comida, y pasarla tan bomba como la pasabas en una discoteca.
—De los sitios a los que suele ir, Altamira, Los Chaguaramos, Chacao, entre otros, ¿tiene alguno favorito?
—Me gusta pensar que es toda la ciudad. Pero tengo un epicentro, la plaza Francia, en Altamira, porque ya no vivo allí. Es decir, viví en Chacao 43 años de mi vida y ahora vivo solo, en otro espacio, donde camino diferente, compro en lugares diferentes y tengo amigos diferentes. La plaza Altamira me regresa a tiempos difíciles y felices, por eso voy siempre.
—Cada noche publica una reflexión cabalística. ¿Es importante para usted cultivar la espiritualidad y, además, compartirla?
—La cábala significa recibir. Es recibir de manera diferente. Los cabalistas son un poco la antítesis de lo que podría ser un santo o eso que encontramos que genera felicidad. Para el cabalista el desafío de sufrir, pasar por momentos difíciles y todo lo que conlleva la vida significa disfrutar ese proceso. Todos queremos ser felices, pero con la cábala encuentro la esperanza de encontrar la luz en momentos difíciles. Han sido tres años dificilísimos en mi vida donde siempre he estado pegado a la espiritualidad, hoy es un día feliz después de tres años, o tal vez una década.
—¿Siente que después de tres años este podría ser un día absolutamente feliz?
—Es que tal vez dices que es un día feliz porque te levantaste feliz hoy. Pero es mi día feliz porque tengo ocho meses detrás de este día. Ha sido un proceso doloroso, de rabias, frustraciones, de llegar tarde o temprano, de no calentar, o me duele aquí o me pegué allá. Hoy el resultado es este fabuloso ensayo general para mí, donde tenía mucho miedo, donde lloré, reí. Pensé que no iba a poder salir de la crisis horrorosa que pasé con el alemán (un hombre del que se enamoró y de quien habla en Crack House), pero por mí, no por él, yo me enamoré, él no. Entonces después de haber llorado en el escenario, no por actor sino por catarsis, creo que estoy sanando mis emociones. Estoy abriendo la posibilidad de encontrar a alguien que quiera estar conmigo y ser feliz.
—Al principio de la obra dice “Yo soy Stayfree”, pero después corrige y afirma: “Yo soy Julián”. ¿Quién es hoy Julián Adalberto Eduardo Guzmán?
—En este momento estoy tomando conciencia de lo que significa ser yo mismo. En El lago de los cisnes hay una dualidad que es muy difícil de representar por su extrema delicadeza. Odette, el cisne blanco, es la pureza y la belleza, y está Odile, que no es un ser malo, sino algo que no tiene sentimientos. Tal vez Stayfree es como la Odile de mi vida, que no tiene sentimientos. Ha sido como una coraza de plexiglás. Stayfree está hecho de plexiglás. Todas esas cosas como vejaciones, decir que soy piedrero, que no tengo oportunidades, que perdí oportunidades, todo eso lo aguantó Stayfree. Pero en un momento volverte de plexiglás te quita la capacidad de tener vida. Yo no me puse Stayfree, me lo puso la ciudad. En algún momento tuve que hacer ese show de Stayfree hasta en la iglesia. Por no dejar que la gente se fuese decepcionada, yo les daba todo y me quedé sin nada. Julián es la fuente donde consigo todo lo que puedo desarrollar para el espectáculo.
—Stayfree y Julián se pelean pero siempre están juntos.
—Es como el signo de Géminis, están juntos pero no revueltos.
—¿Comenzó a estudiar Comunicación Social?
—No, te echo el cuento. Comencé a estudiar en 2017, me gradué. Pero el problema de la OPSU me tiene parado. Ya estamos en agosto y no he recibido el título todavía del colegio. Se me hace problemático porque no tengo dinero para inscribirme en la universidad. Tendré que esperar al próximo semestre rogando que Crack House sea un éxito para empezar a pagar la Universidad Católica Santa Rosa, quiero estudiar allí para tener una beca. No tengo el título todavía porque se paró todo, la OPSU tiene vuelta loca a la gente en el país. Yo tengo 45 años y voy a estudiar, pero es como si tuviese 80. Eso me tiene un poco temeroso, pero he estado haciéndolo todo con muchas ganas. Quiero ser comunicador social, pero en este momento tengo que seguir desarrollándome en el escenario para poder darme la oportunidad de pagar mis estudios.
—¿Estudiar una carrera es algo que siempre ha querido?
—Es que yo no necesité de títulos para hacer televisión, para trabajar en radio, para escribir en URBE. Pero por no haber estudiado no encontré nunca la ética, ni la mística, ni el compromiso que tienen los estudiantes universitarios, y entendí que no era que no tuviese título, sino que no había pasado por el aula. No había entendido lo precioso que es poder desarrollarte como comunicador social. No es estar sentado en un programa de televisión diciendo cosas fantásticas. Pude haber sido más fantástico si, por ejemplo, hablando frente a una cámara en Noche de perros yo hubiera tenido las herramientas de un comunicador social para hacerlo cómico, potente e informativo.
—¿Piensa en el legado que dejó Noche de perros?
—Siento que es una marca en el corazón de mucha gente, sobre todo las señoras, se sienten muy conmovidas por las noticias que recibieron de mí, muchas verdaderas, muchas falsas. Lo que puedo decirte es que Noche de perros fue una gran escuela, estoy contento de haber pasado por allí, pero lo que más deseo ahora es esa nueva escuela llamada Escuela de Comunicación Social.
—Hace días publicó un video en tacones, con peluca y afirmó que “Cristo salva”. Un hombre que no se ve intentó burlarse y usted le respondió con la misma frase. ¿Cómo enfrenta la homofobia en un país donde aún no se aprueba el matrimonio igualitario?
—Por eso dije “Cristo salva”, ¿sabes? Porque esa frase vestido de drag queen solo nos recuerda el gran mensaje de Jesús: ama a tu prójimo como a ti mismo. Si los venezolanos utilizaran eso, hubiese matrimonio igualitario, porque yo amaría lo que ama mi congénere. El gran problema es la gran separación de los venezolanos. No hay una cohesión amorosa. Todo es un conflicto. Todo es un retroceso mental. También entra mucho el tema de las nuevas creencias de los venezolanos. Mi familia es de Higuerote, son negros, y ancestralmente no éramos santeros, eso comenzó con este proceso. Entonces ese proceso de los santeros es muy homofóbico también. Y al venezolano le gusta, eso está bien, pero yo sigo haciendo mi trabajo de recordarle a la gente que el amor es lo más importante. Amar es entender.
—¿Ha sentido en algún momento resentimiento o rencor?
—Me bloquearon la cuenta de TikTok por varios meses por la falta de amor de la gente. La gente no quiere que yo haga este monólogo. La gente quiere ver que le pida un cigarro, como ha pasado durante estos meses en los que no he tenido ni para comprarme un cigarrillo. La gente no quiere el avance de nadie, no hablo solo de mí. Una entrevista como esta puede darle mucha rabia a la gente. En años anteriores yo no valoraba una entrevista como esta, porque llegaban sin yo haber hecho algo importante en mi vida. Ahora tengo ocho meses trabajando, y bueno, habíamos hablado, pero yo no tenía nada que mostrarte. Lo que tenía eran puras carencias, pura locura por estar ahogado, puros deseos. Pero ya tengo algo que mostrarte. Esto es lo que estoy viviendo ahora y esto es importante para mí. Porque mi vida tiene que cambiar para hacerme justicia a mí mismo. Ya comencé por mí. La gente sabe lo que puedo hacer, la gente sabe qué no soy, lo que creen de mí y yo también sé quién soy. Con toda la humildad, compromiso, confianza y honestidad, quiero desarrollarme como actor, cantante, bailarín, retomar el ballet, para poder llegar a la Comunicación Social, ese es mi trabajo.
—¿Crack House es un resurgir?
—Es un resurgir. Porque encontré a la gente perfecta. Esto no se detuvo por drogas, se detuvo porque la gente con quien hacía teatro no está ni en este plano ni en el país. Me costó mucho hacer contacto con personas nuevas del mundo de la danza y el teatro para que viesen más o menos lo que yo hacía. Entonces me he reconectado con esto. Sí es un resurgir porque estoy reconectando con la verdadera fuente que yo era. Es esto lo que yo era, y se perdió por mí y, también, por algo circunstancial. Las circunstancias esta vez fueron perfectas.
—Tiene tiempo sobrio. ¿Cómo se encuentra de salud?
—Me siento un poco bien. Me salió esto acá en el dedo, no sé qué es (muestra una pequeña llaga). Me duele un poco. Cuando tienes VIH estas cosas salen ingenuamente, tienes que ir al médico, tal vez es porque me cambiaron el medicamento, qué sé yo. Me asusté un poco cuando me salió esto porque no me quemé, no me pasó nada. Pero, a pesar de eso, estoy bien.
—¿Siente que la industria del entretenimiento le debe algo?
—No. En este momento de la vida en Venezuela nadie le hace un favor a nadie, y tampoco nadie le debe nada a nadie. La cosa es con trabajo, trabajo sincero, trabajo arduo y trabajo del bueno, eso es lo que hay en los medios de comunicación. Lo otro que viene es la compatibilidad y la confianza. Tal vez él me sirve, tal vez no, pero de favores no creo que se viva.
—A veces, en Instagram, le escribe a artistas como Kerly Ruiz, a quien le pidió ayuda. ¿Qué busca con eso?
—Yo tenía una ilusión. Tenía la ilusión de recibir una carta de ellos. Yo no sabía que tenía que hacer el primer trimestre en la Santa Rosa, pensé que yo, por mi bagaje, podría entrar. No, no era así. Pero yo no les pedí dinero. Una de ellas me dijo “yo no te voy a dar dinero”. Yo le dije que no estaba pidiendo dinero, solo necesitaba una carta de recomendación. Kerly Ruiz me bloqueó. Carlos Mata me mandó un saludo. Carolina Perpetuo se comportó como nadie, me dijo “Stayfree, no te detengas”. Carolina Perpetuo es una diva venezolana. Jean Paul Leroux me bloqueó hace años.
—¿Cambiaría algo de su vida?
—Siento que he tenido que vivir lo que estoy viviendo para llegar hasta esta entrevista. Sí ha habido consecuencias, la vida me ha pasado facturas, que patatí, patatá, pero sigo vivo. No es que sea una victoria, es que Dios me quiere aquí todavía. Lo que sí quiero hacer, y te lo quiero dar a ti como exclusiva, es en algún momento ser un actor que interprete a otro personaje y dejar de ser Stayfree, ¡por favor! Es lo que quiero hacer. Pero por este momento estoy haciendo lo que aprendí, estoy tratando de hacerlo de la mejor manera, y creo que la gente se ha conmovido.
—¿Qué le mantiene fuerte?
—Mi conexión con Dios.
—¿Cómo ha enfrentado la pobreza?
—¿Has visto algunas películas de la Segunda Guerra Mundial?
—Sí
—Mi vida en este momento es así, como esos judíos que se escondían, que no tenían cómo comer, que su vida estaba al borde de la muerte, que se van salvando, aunque son pocos los que se salvan. ¿Viste Memorias de una Geisha? ¿Recuerdas todo lo que les pasó a las geishas en la Segunda Guerra Mundial? Digamos que lo que me está pasando hoy, gracias a Dios, es como cuando Sayuri regresa y le abren la okiya otra vez, cuando las geishas la van a buscar para ayudarla, eso es lo que me está pasando ahora. Estoy pasando hambre parejo, pero tengo fortaleza, no le estoy dando lástima a nadie. Estoy creándome una fortaleza, recordándome tal vez una vida pasada que tuve como judío, y por eso estoy aquí.
—¿Fue difícil el montaje de las coreografías?
—Sí. Fue bastante difícil. Es una cosa muy loca. Porque no nos salían en los ensayos, pero según mi productor yo soy un actor de escena. Y parece que salen cosas maravillosas cuando bailo con gente al frente.
—¿A qué le teme?
—Temo que mi país no cambie más nunca. Crack House es un documento de una fecha feliz. No solo de mi vida, sino de otra generación, otro tiempo, y pienso que mi país cambió para siempre, pero cambió para mal. No hablo de temas políticos, nada de eso, hablo de un retroceso. En los 90 podías ser un gay exitoso y salir a la calle. La gente hacía de todo. Ahora salgo vestido de mujer a la calle y la gente me grita, eso no sucedía en los 90. Al menos allí hay un retroceso. No me gusta, me gustaría que hubiese desarrollo, matrimonio igualitario, que haya derechos para la comunidad LGBTIQ+, que haya más apertura en los medios de comunicación para los gais.
—¿Cómo es vivir en Venezuela con VIH?
—Yo lo que le quiero agradecer al gobierno venezolano, sí, se lo quiero agradecer al gobierno venezolano, es su gestión. Creo que nosotros tuvimos grandes momentos con los antirretrovirales. En 2017 dejaron de llegar, tuve ocho meses sin ellos, murió mucha gente, pero en México y Bolivia murieron más, y fue más tarde la inserción de antirretrovirales gratis. Puedo decirte que Venezuela es un paraíso en cuanto al suministro en comparación con otras partes de la región, pero ya estas partes de la región están organizándose, recibiendo suministro periódicamente. El tema no son los antirretrovirales, el tema es cómo después de haberlo dicho en la televisión alguien te da trabajo. Uno tiene que inventársela y hacer del arte un estandarte de supervivencia.
—¿Puede definirse en tres palabras?
—Yo – soy – gay.
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