En Venezuela existe un adefesio llamado Ley contra el Odio, elaborado por el régimen para cerrar medios incómodos, procesar a periodistas, amordazar la libre expresión y mantener a los colegas en estado de alerta paranoica (como de periquero tóxico), de autocensura timorata y acobardada.
No me lo contaron.
Lo he vivido y sufrido en diferentes empresas, donde la presión de Conatel llega a hacer crisis sobre los directivos y gerentes, al punto de volverse una especie de espada de Damocles que algunos jefes utilizan peor que otros, transformándose en los Torquemadas que tanto critican del desgobierno.
El intro viene a cuento a propósito de la lamentable intervención de Esteban Trapiello en el innecesario podcast de Vladimir Villegas con Pedro Carvajalino, Par de calvos. Par de loosers.
Una cosa de boomers, toda pasada de moda, prescindible, vergonzosa, verdaderamente cringe.
El asunto es que valiéndose de su poder y privilegio, Trapiello puede darse el lujo de violar la Ley contra el Odio como quiere, incluso códigos de ética internacionales, sin el menor riesgo de ser citado o de recibir llamado de atención de Tarek William Saab.
Tampoco de un jefe que, con cara de cañón, lo cite a un cuartico para regañarlo, darle de baja o amenazarlo con despedirlo, silenciarlo del medio, porque su imagen no conviene y es problemática. O que los compañeros lo vean con miedo y reprobación.
Esteban Trapiello tiene patente de corso del régimen, para disparar verbalmente y averiguar después, para creerse que es alguien en Venezuela como el senador McCarthy que hace listas negras, señalando a reporteros a los que automáticamente les estampa una condena pública, una cruz, una estrella escarlata que les impide trabajar.
No es casual el momento en que Trapiello vuelve a salir a la palestra, en una actitud neonazi de ataque fulminante, negando el Holocausto cual Ceresole de Chávez, cual asesor extremista que busca un chivo expiatorio para la crisis en los judíos y los intelectuales, autorizando que los desconozcan en la historia y que les lancen bombas.
Trapiello dice que no lee y se le nota. Su banalidad del mal, de funcionario y burócrata, no llega hasta ahí.
Le recomendaría leer todos los libros de Hannah Arendt sobre el caso, para que se desnazifique.
Como lo suyo -asegura- son las películas, debería empezar por revisar la filmografía de Steven Spielberg y Claude Lanzmann, específicamente Shoah.
Entenderá que el Holocausto sí tuvo lugar y que dividió la historia en dos, al cifrar un genocidio de 6 millones de personas, con sus víctimas a cuestas.
Esteban Trapiello cumple un trabajo que no es nuevo en el chavismo: el de matonear a la comunidad hebrea, a las minorías vulnerables, con el fin de echarles la culpa del desbarajuste económico que provocó el Estado, desatando una inflación en dólares que se desbordó por imprimir dinero inorgánico.
El pueblo desinformado carece de recursos y datos, como para navegar por la web y formarse una opinión.
Es un lujo que apenas se puede permitir la clase media y la clase alta del país, cada vez más limitada, menguada y acotada en su acción.
En paralelo, soltaron a los sabuesos de la Sundde para cerrar negocios y comercios, como en la época de Chávez, por cobrar los dólares a la tasa del mercado.
Así se evapora la fantasía del país próspero que una élite minúscula disfruta y considera que es un milagro que beneficia a todos.
Ahí pertenece la farándula bipolar y esquizofrénica de Wilmer Ramírez, que un día asegura que Venezuela no tiene remedio desde la tribuna de la diáspora, para luego regresar y fingir demencia en los bodrios de Gorrín, como Sábado en la noche.
Por algo Trapiello conduce La Tele Tuya sin el menor mérito para hacerlo, como un mercenario de la comunicación bullying de los tiempos de dictadura.
La Tele no es tuya, tampoco de los periodistas que sobreviven y laboran en dicha planta. Es del pensamiento odioso que alberga Trapiello hacia sus propios compatriotas que deciden cruzar el Darién con el riesgo de morir, porque en Caracas se les acabaron las opciones y no pueden vivir la fantasía del país de los conciertos, 24 por 7.
La programación de La Tele Tuya tiene en los deportes un pote de humo eterno, que normaliza y garantiza un clima de enajenación de la realidad.
Es triste que el presupuesto que ostenta, falte para darle impulso a iniciativas culturales de otro estilo.
Ni hablar del podcast fantasma y zombie de Carvajalino y Villegas, que brinda su plataforma para ofender a la gente, desanimarla, enseñarle que la impunidad reina y campea a sus anchas en las filas de los fanáticos de Maduro.
En cualquier país serio, Trapiello sería sancionado, así como el programa donde le dieron alas.
En Venezuela es un eslabón más de una cadena que comenzó con Chávez y que dista de haber terminado, como se quiere aparentar, sacando los ojitos del comandante de los edificios.
Usted no se deje intimidar.
Al final, Trapiello es un bocón, un fanfarrón.
Uno más como el eructo de Acosta Carlez, como Mario Silva, como Iris Varela, como Carreño, como Zurda Konducta, como con El mazo Dando, como el Koki.
Algún día se les devolverá el mal karma, la nota de sentirse pranes del penal criollo.
Hay que aprender una lección de empatía y humildad, de identificación con el dolor de los demás.
Superemos los egocentrismos deshumanizados de la casta de Trapiello.
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