La primera vez que me senté frente a una máquina de escribir en un periódico sudé la gota gorda para parir 20 líneas. Sigo transpirando, y arrastrándome hacia atrás el cabello que aún me queda, para llenar ahora un espacio similar.
«Siempre me ha resultado difícil escribir», cuenta Gay Talese al recordar sus orígenes como escritor de no ficción. Un consuelo.
Pero volvamos a aquellas 20 líneas. Tecleadas sobre una Remington u Olivetti, no recuerdo la pareja de esa primera vez, ni siquiera de qué iba el asunto; sí, el escenario: una redacción con medio centenar de periodistas en una vieja edificación del centro de la ciudad.
Repicaban varios teléfonos, un grupo en torno a un escritorio se reía de la última peripecia de un ministro. No había pantallas en paredes y columnas. Sobraba ruido y tiempo en aquella redacción donde las noticias se cocinaban a fuego lento. Serían, muchas, secretos hasta mañana.
Ahora escribir para un diario puede ser un vicio solitario. Teletrabajo. Y hay a quien le gusta así, lobos solitarios a la caza de algún tópico viral que pronto, mucho antes de mañana, será reemplazado -asesinado- por otro más viral.
En el país de donde vengo hay un cementerio de periódicos. Una fosa común donde enterraron en vida redacciones de última generación. Habían logrado sobrevivir al cambio tecnológico pero sucumbieron ante un cambio climático de leyes, reglamentos, disposiciones, artículos, para silenciar; persecuciones, hostigamiento, cárcel, exilio, para meter miedo en el cuerpo y el alma.
El Nacional de Caracas acaba de cumplir 79 años y solo respira por una web cercada. Lo dejaron sin sede y desangrado. Allí, en ese faro, fueron mis primeras 20 líneas.
@jconde64
Artículo publicado originalmente en El Progreso de Lugo, España
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